Como cada domingo –tras haberlo hecho este sábado en la solemnidad de la Asunción de María–, el papa Francisco rezó el ángelus con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, cuidadosamente colocados manteniendo la distancia de seguridad que mandan las normas sanitarias. A todos ha transmitido su preocupación por el Líbano y otras situaciones complejas como la de Biolerrusia para quien pidió diálogo y rechazo de la violencia tras el proceso electoral que se ha vivido. A los italianos que están de vacaciones por el Ferragosto les ha recordado el sufrimiento que se vive en muchas familias por el coronavirus.
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El grito de quien sufre
En sintonía con el evangelio del día (cf. Mt 15,21-28) en el que Jesús cura a la hija de una mujer cananea, el Papa destacó cómo la madre del texto “ha intuido que la bondad del Dios Altísimo, presente en Jesús, está abierta a todas las necesidades de sus criaturas”, al pedir a Jesús por su hija. “Es el grito que proviene de una vida marcada por el sufrimiento, por el sentimiento de impotencia de una madre que ve a su hija atormentada por el mal”, comentó el pontífice.
La insistencia de la mujer es propuesta como ejemplo de una fe grande por Jesús. Para Francisco esta fe “es la que lleva su propia historia, marcada también por las heridas, a los pies del Señor, pidiéndole que la sane, que le dé sentido”. Llevar al propia historia ante Dios en una forma de “tocar la ternura de Dios” al pedirle la curación, señaló el Papa mientras invitaba a todos a pensar que elementos negativos de la propia vida necesitan la curación y poder comprender así cómo es el corazón de “Jesús que nos ama como somos, sin trucos”. Para conocer a Jesús, Francisco aconsejó llevar siempre una pequeña edición de los evangelios encima –incluso en el móvil– y leerlo todo los días.