Cuenta la leyenda que hubo un rey del cante flamenco. Se llamaba José Monje Cruz, pero se presentaba ante el mundo a conquistar con su arte como Camarón de la Isla. Como todo genio que canta a la vida, las letras de sus canciones hablaban del dolor y el gozo, de la luz y la oscuridad, del amor y la congoja, de la fe y de la búsqueda.
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El rey gitano nació en la localidad gaditana de San Fernando el 5 de diciembre de 1950 y murió el 2 de julio de 1992 en Barcelona, una ciudad que, a las puertas de vivir una de sus mayores aventuras, los Juegos Olímpicos, sufrió una honda conmoción. Pese a vivir poco más de 40 años, Camarón alcanzó la eternidad con su particular modo de cantar canciones que millones de personas se saben de memoria, como ‘La leyenda del tiempo’, ‘Rosa María, ‘Como el agua’ o ‘Soy gitano’.
Los reflejos de la luna
Un alud de arte en el que no faltaron, ni mucho menos, las referencias a la religión. De hecho, varias de sus canciones fueron dedicadas a Dios, como su villancico ‘A Belén pastores’, que se cierra con un baño de poesía: “La Virgen está meciendo / al niño que está en la cuna. / Y en su carita le dan / los reflejos de la luna. / A Belén pastores…”.
Una de sus canciones más espirituales es ‘A los santos del cielo’, una súplica a Dios por la curación de la madre enferma: “A los santos del cielo / yo le voy a pedir, / y a los santitos del cielo, / yo le voy a pedir, / pa que a mi mare, / pa que a mi mare, / me la pongan buena, / que se me va a morir. / Y a los santitos del cielo, / yo le voy a pedir. / Ay pare mío Jesús, / y el de Santa María, / que estas fatigas, / que estas duquelas / que mi cuerpo tiene ay, / se me vuelvan alegrías”.
Y a un santo Cristo de acero
De especial hondura resulta ‘Al Gurugú Guruguero’, donde, al compás de la guitarra de Paco de Lucía, Camarón parece danzar con el alma de Federico García Lorca y su poesía de ensueño: “Y a un santo Cristo de acero / le hice de que llorara. / Y a un santo Cristo de acero, / e hice de que llorara. / Que cuando el santo Cristo lloró, sería de carne humana. / Que al gurugú guruguero, / yo no me caso / porque no quiero. / Pobrecita de mi mare, / llorando de pena está, / que vienen los lunares, / ay, buscando a mi hermano Juan”.
Volviendo a la madre enferma (¿acaso existe espacio más agónico y consolador para mirar al cielo que la muerte de quien te regaló la vida?), Camarón nos deja ‘Al relente de la luna’: “Reza por mi todos los días, / dijo mi mare al morir. / Un día se me olvidó / y fue la tarde que te vi, / pero Dios me perdonó. / Al relente de la luna / toítas las noches me llego / por ver si me puedo llevar / de las tres gitanas una. / La morena no me gusta, / la de enmedio no me va. / La que me gusta es la de los acais negros, / si su bato me la da”.
De la muerte al amor… He ahí el alma del flamenco, el arte de ver en lo invisible. Y bien que lo sabía un hombre que soñaba con ser torero pero que se nos mostró como un místico seguidor de san Juan de la Cruz: José Monje Cruz. Para los siglos de los siglos, Camarón de la Isla.