“Es lo mismo que un nublado / de tiniebla y pedernal. / Es un potro desbocado / que no sabe a dónde va”. Esta parte del estribillo de ‘Ay, pena, penita, pena’, que tantísimas veces interpretó Lola Flores, sirve perfectamente para definir a la Faraona. Y es que fue más que una cantante flamenca, una bailaora o una actriz. Siendo todo eso, la artista jerezana fue, más que nada, un torrente desatado de vida que contagió con su pasión y alegría a todos.
Así, muchos destacan como su esencia captada esta frase que le dedicó el mismísimo ‘Ney York Times’ en la crítica a uno de sus espectáculos: “No canta. No baila. No es guapa. No se la pierdan”. Genial e inclasificable más allá de toda técnica, también dedicó parte de su arte a Dios. En los escenarios, en las pantallas de los cines y, cómo no, en sus genuinas conversaciones con los periodistas (legendaria es su mítica entrevista con Jesús Quintero, El Loco de la Colina, en TVE), en los que cada suspiro suyo era un titular rotundo.
Varios de ellos los recoge en un reportaje El Español, destacando este: “No soy mujer de ir a misa ni nada porque el Evangelio me lo sé. (…) No voy a misa los domingos, pero soy cristiana. Yo la fe la llevo dentro y sé lo que está bien y lo que está mal”. Así, a la hora de discernir a un nivel moral, también sentenció que “la injusticia es más pecado que la carne”. Del mismo modo, también llegó a afirmar que “creo más en Dios que en Jesucristo”.
Comentarios mordaces, libres y auténticos que, al otro lado, hicieron que muchos de sus seguidores sostuvieran que “Lola Flores es casi una religión”. Algo que solo han conseguido genios arrebatadores como Maradona y su “culto” en la Iglesia Maradoniana…
Terminamos como empezamos, con ‘Ay, pena, penita, pena’: “Me duelen los ojos de mirar sin verte, / reniego de mí, / que tienen la culpa de tu mala suerte / mis rosas de abril. / Ay, pena, penita, pena, / pena de mi corazón. / Pena que me corre por las venas, / pena con la fuerza de un ciclón”.
Desgraciadamente, el ciclón Lola Flores se apagó el 16 de mayo de 1995 en la localidad madrileña de Alcobendas. Poco antes, en un homenaje televisivo en el que varios artistas cantaron para ella, ella misma dejó su simbólico epitafio: “Ya puedo morir tranquila”. Lola La Grande.