Desde la pantalla del ordenador Stella sonríe. “Estoy contenta de hablar con alguien. Estoy aquí sola desde hace días”. Y no es por el Covid-19: “Cuando entraron en vigor las restricciones en Italia, hablando con la familia, con mis amigos, pensé que estaban entendiendo cómo era mi vida de todos los días. Para los trabajadores humanitarios que nos movemos en zonas de conflicto, no salir de casa, vivir el momento de la compra como el pico de la semana, con la emoción de poder ver gente, es algo normal. Ahora estoy en la oficina, pero ¿ve la escalera detrás de mí? Lleva a mi casa”.
No hay rastro de reivindicación o de lamento en la voz de Stella Pedrazzini, de 35 años y coordinadora de programas para INTERSOS en Yemen del norte. “La felicidad de despertarse por la mañana y saber que estás haciendo algo grande, te permite soportar un fuerte compromiso: no ver crecer una sobrina, solo a través del vídeo; ver los años que pasan para tus padres y no tener recuerdos si no los de una llamada vía Skype o WhatsApp. Cuando, con 25 años, dije a mis padres “me voy a Palestina”, fue una tragedia. Para mí fue como cualquier anuncio de un nuevo trabajo en un nuevo lugar. Yo trato de mitigar eso todos los días y un poco funciona, porque me ven serena: pierdes muchas cosas de la vida normal, pero esta vida anormal da realmente mucho”.
Empezó en 2010 esta vida ‘anormal’ cuando Stella, de Melzo (Milán), se fue a Medio Oriente: cuatro años en Palestina, después en Jordania, Irak, Líbano. “Desde marzo de 2018 estoy en Yemen. Primero en Aden, en el sur, donde me ocupaba de un proyecto de protección dirigido a los desplazados yemeníes. Desde febrero en Sana’a, la capital del área que desde 2015 está controlada por el gobierno de facto de las milicias hutíes”.
Desde hace cinco años, Yemen está devastado por una guerra que la ha dividido en dos: “En el sur está el gobierno sunita de Hada internacionalmente reconocido, apoyado por la coalición guiada por Arabia Saudí; al norte, las milicias hutíes, chiitas. Después hay otras facciones en otras áreas, con las que nosotros los trabajadores humanitarios debemos dialogar. Cada uno tiene sus reglas e impone sus restricciones, es muy complicado”
INTERSOS Yemen es una misión gestionada solo por mujeres. “Desde la jefa de misión Evelyn, a todas las coordinadoras: Chiara y yo, programas sur y norte, Luma, recursos humanos, Loubna, protección. Somos mujeres fuertes, que han elegido una vida diferente, en primera línea; que la satisfacción la encuentran utilizando las propias capacidades donde es necesario, poniéndose al servicio de quien más lo necesita”.
Y aquí 24 millones de personas, el 80% de los habitantes, necesitan asistencia humanitaria. La malnutrición mata más que las bombas, dicen los analistas de INTERSOS: casi 16 millones de personas, más del 53% de la población, están en una condición de “inseguridad alimentaria severa” y se prevé que en el 2020 el número de niños menores de cinco años con “malnutrición severa media” habrá superado un millón 900 mil, mientras que más de 325 mil serán los pequeños con malnutrición severa aguda.
“El hambre en Yemen es un problema histórico, hay muchas zonas remotas donde se satisfacen las necesidades básicas y nada más, y a veces ni siquiera estas de forma apropiada”, explica Stella Pedrazzini. “La situación es devastadora, trágica, no se refiere solo a los niños, sino también mujeres, hombres, ancianos. El acceso al alimento era ya limitado antes de la guerra”.
Los proyectos que Stella coordina, se refieren a asistencia médica y nutricional, tutela de refugiados y migrantes, acceso a la educación y cursos profesionales, asistencia psicológica y protección para las categorías más vulnerables, intervenciones WASH, un acrónimo para decir agua, sanidad e higiene. “Sobre malnutrición desarrollamos una actividad de base a través de equipos móviles o a través del apoyo de diferentes tipos de estructuras sanitarias sobre el territorio. El paquete va desde el cribado materno y de los niños para la identificación de los casos agudos severos y agudos medios, hasta a una red de coordinación con otras organizaciones o instituciones gubernamentales, que proponen servicios de tratamiento a través de Centros de nutrición terapéutica y, cuando es necesario, la hospitalización”.
Pero después se vuelve a la cotidianidad y es muy difícil salir del círculo del hambre. “Una parte importante de nuestra intervención es devolver la dignidad a las personas, darles la capacidad de proveer a la propia familia y a sí mismos. Intentamos dar respuestas integrales a través de la tutela de las víctimas de abusos, el acceso a los cuidados médicos, la organización de los cursos de formación para desarrollar actividades que generen ingresos, la educación y la conciencia alimenticia. Promovemos buenas prácticas de alimentación y de lactancia, porque las mujeres no tienen quien se lo enseñe y las acompañen durante el embarazo; a menudo generan niños desnutridos, no tienen la leche para saciarles el hambre y no saben cómo gestionarlo”.
De cualquier manera “en familias con 10/15 hijos es difícil proveer de una correcta alimentación: se intenta sobre todo mantener con fuerza al hombre, que tiene que ir a trabajar”. Pero esto no significa llevar el dinero a casa: “Existe la plaga social del gat, planta alucinógena que ha sustituido las plantaciones de café por lo cual Yemen era famoso. El trabajador diario consigue ganar unos 10 dólares (con construcción, transporte de materiales, limpieza, lavado de coches…) que no siempre llegan a ser gastados en las necesidades de la familia; más bien son invertidos en una porción de gat. Es un mercado legal, un ritual social: todos los acuerdos, los negocios entre hombres, incluso los encuentros en los ministerios se hacen mascando gat”.
Cursos, trabajo, sociedad, todo se ha visto afectado por el coronavirus y por las medidas de distanciamiento. Considerando que la desnutrición socava el sistema inmunitario y multiplica de forma exponencial, sobre todo en los niños, la posibilidad de contraer infecciones mortales y que la guerra ha destruido el 49% de las estructuras sanitarias, de infecciones y pandemia se pueden esperar solo resultados catastróficos. Y no se trata solo del coronavirus: “Cólera, dengue, malaria, difteria… están presentes en el país y vuelven en oleadas estacionales. Este año ha reaparecido también la H1N1 la llamada peste porcina. Todo bajo las bombas, con treguas repetidamente declaradas y después rotas”.
Y también, cuenta Stella, “cuando tuve la posibilidad de tomar el último vuelo que salía de Yemen, antes del cierre por el virus, mi madre, desde Lombardía, en el pico del contagio, me dijo: pero no, quédate ahí es más seguro”. Lo que hace las cosas todavía más duras: “A la lejanía de la familia no te acostumbras nunca y si no tienes un límite temporal, un objetivo, es más complicado”.
Al mismo tiempo, ella no renuncia a proyectar una familia propia, siempre y cuando no te distraiga de la misión de la vida. “He visto muchas familias nacer pero no permanecer en el sector. Un hombre y una mujer que tienen exigencias y pasiones comunes, que se encuentran, se casan, tienen hijos y van a trabajar en zonas clasificadas Family Duty Stations: Líbano, Jordania, muchas partes de África, países en los que no se hace asistencia, sino desarrollo y por tanto es normal tener una familia. Ciertamente no en Yemen, aquí no vienes con los niños”.
Mudarse no sería un problema, y hasta hoy se considera afortunada. “Veo Oriente Medio como una segunda casa, siempre me he sentido acogida, he encontrado personas maravillosas en una cultura maravillosa. Ahora esta vida me parece el máximo de mi aspiración: pero un día, encuentras a la persona adecuada y tener una familia es una idea que me pertenece… Procedo de un pequeño pueblo, mi madre me dice siempre: ‘No se puede ser feliz estando solos, ¿qué haces para ser feliz?’. Yo le respondo que no se es feliz solo en pareja. Cuando estás tan en contacto con la miseria y el sufrimiento, cada día es una bendición. Las cosas a demasiado largo plazo me asustan. Mi vida está hecha de contrato en contrato, de año en año. Lo que más importa es estar en paz con uno mismo”.
*Artículo original publicado en el número de junio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva