La tensión continúa siendo máxima en Bielorrusia desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto, cuando Alexander Lukashenko, sin presencia de observadores internacionales, revalidó su mandato (que ostenta desde 1994) arrasando en las urnas al alcanzar más de un 80% de los votos. Algo que, para muchos ciudadanos, no es sino la constatación de un pucherazo. Uno más del que para ellos es “el último dictador de Europa”, no habiendo variado demasiado la situación desde que Bielorrusia fuera un satélite soviético.
En plena escalada de protestas (este domingo alcanzaron su pico, con 200.000 manifestantes son en Minsk, a capital) y represión por parte del régimen (se habla de 7.000 detenidos y decenas de desaparecidos), Lukashenko se aferra al poder y se presenta ante los medios vestido de militar, fusil en mano.
En pleno caos, la Iglesia católica pide que se salvaguarde a los manifestantes y se respete su derecho a la protesta. Una voz liderada por el arzobispo de Minsk, Tadeusz Kondrusiewicz, quien, ya en las primeras horas, reclamó que “no prevalezca la fuerza de la violencia, sino la fuerza de la argumentación, basada en el diálogo en la verdad y el amor mutuo”.
Precisamente, este pasado fin de semana, según informa el medio local Tut, Kondrusiewicz se ha reunido con el ministro del Interior, Yuri Karaev, para transmitirle esta petición en persona. El político le habría asegurado, siempre según la versión del diario, que “experimento profundamente todo lo que sucedió en estos días, como todas las personas. No siento ninguna insensibilidad, ningún frío, ninguna brutalidad, fanatismo o furia. También es muy difícil para mí ver todo esto”.
Kondrusiewicz, de un modo directo, le habría cuestionado por la falta de transparencia en los datos sobre los detenidos y por la propia desproporción de la respuesta gubernamental contra manifestantes pacíficos: “¿Por qué se actuó con tanta rigidez, cuál fue la razón de esto? La gente camina por las calles y veo: ‘No olvidaremos’, ‘no perdonaremos’… Esto es horrible”.
Según la versión de Karayev, “no di ninguna orden de trato cruel hacia las personas en las calles, especialmente en los lugares de detención”. Y es que, “como una persona que participó en la protección del orden público en eventos masivos en el Transcáucaso en su juventud, puedo imaginar lo que están experimentando las personas que luchan contra los disturbios”.
Por su parte, el arzobispo de Minsk habría concluido ofreciendo a la Iglesia como “mediadora” y apelando a la auténtica reconciliación nacional: “Todos los sermones dicen que hay que perdonar. Pero también que debe haber arrepentimiento”.