“¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿tiene sentido la vida?”, preguntó el arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda Aparicio, en la homilía de la misa dominical del 30 de agosto –televisada a través de RCN desde la Capilla del Sagrario, en el centro de la capital colombiana–. En su respuesta, apeló al Evangelio: “la vida es un don sagrado que se recibe para ser donado”.
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El sentido de la vida humana
“El sentido de la vida humana lo encontramos en el que es la fuente de la vida, en el mismo Dios”, continuó el arzobispo de Bogotá. “Nuestra vida no la recibimos para guardarla, no nos la damos nosotros mismos… por eso nuestra vida, en todas las etapas de la existencia, es sagrada”.
A ejemplo de Jesús, estamos llamados a “donar la vida por amor”, agregó Rueda Aparicio, recordando que “la cruz es el signo más elocuente del amor de Jesús… a él no le quitan la vida, él la dona por amor“.
Instrumentos de la vida
Frente al impacto de la pandemia del coronavirus, que en el caso de Colombia se suma al recrudecimiento de la “pandemia de la violencia” que amenaza la vida, el pastor hizo un llamado a los padres de familia, “donantes de la vida” e “instrumentos de la vida”, a hacerse cargo de su misión como “cuidadores de la vida“.
Esta invitación también la extendió a los gobernantes y a los profesionales de la salud: “y le hablo a los médicos, a las enfermeras, a las autoridades de nuestro país, ustedes son servidores de la vida; y le hablo a todos los voluntarios que están ofreciéndose allí, donde la vida está en riesgo, donde la vida en peligro por la violencia, por el Covid-19, por distintas enfermedades, porque no hay los suficientes hospitales, médicos y enfermeras para atenderla… la vida es un don que se recibe, cuidemos la vida”.
En este sentido, el arzobispo de Bogotá también enfatizó que nadie puede arrogarse ser “dominadores de la vida“, particularmente en el vientre materno, donde “la vida debe ser cuidada y custodiada”.
Los privados de libertad
Rueda Aparicio también tuvo una palabra para las personas privadas de libertad, destacando la labor de la pastoral penitenciaria en su cuidado y acompañamiento espiritual.
La oración final, al concluir la Eucaristía, fue dedicada a “María del taller de San José”:
María de Nazareth, Madre de Cristo,
Madre de la Verdad que nos hace libres,
María de la ciudad, María del campo,
Madre del que da la vida por salvarnos,
María del trabajo en el taller de San José.
Señora nuestra del encuentro con Dios en lo sencillo,
muéstranos el rostro de Jesús tu Hijo amado,
en pobreza y en riqueza, en tristeza y alegría,
que en cada mañana cuando aclare el día,
sintamos tu voz que renueva nuestra fe,
esa voz que, llena de gozo el taller de San José.
Que en cada tarde cuando el día caiga,
cansados del combate y del camino,
tu mano de Madre nos acoja,
tu canto y tu sonrisa nos consuelen
y un sabroso pan del cielo tú nos des,
servido por tu mano de mujer trabajadora,
en la mesa del taller de San José.
Amén.