El sacerdote jesuita Luis García Orso, conocido internacionalmente por su trayectoria como crítico de cine, comparte, en entrevista para Vida Nueva, el estreno de su nuevo libro ‘Conducidos por la mirada’, de Editorial Buena Prensa.
En su libro, el sacerdote trata de explicar al lector que el cine es un vehículo de comunión, de comunicación, de aprendizaje para la vida, donde el espíritu de otros entra en relación “con mi propio espíritu, y entre ambos actúa el Espíritu de Dios que quiere para nosotros lo mejor”.
PREGUNTA.- ¿Qué le motivó a escribir este libro?
RESPUESTA.- Siempre he sido un aficionado al cine y al buen cine mexicano, desde mi infancia y juventud. Creo que viendo películas, he aprendido mucho de lo que somos como seres humanos y como mexicanos. El cine nos ayuda a mirar la vida de otra manera, a abrirnos a otras personas y ambientes, a repensar nuestra vida -como personas y como sociedad-, a imaginar posibilidades y respuestas, a soñar y a redescubrir ilusiones y caminos.
Recogiendo películas mexicanas de estos últimos diez años, volví a constatar cómo cada historia y cada realizador nos transmiten en las narraciones cinematográficas su manera particular de vernos, de vivir, de encontrarnos, de hacernos humanos y aun de hacernos prójimos. “Otros” están ahí en la pantalla para encontrarme, para acompañarme, abrazarme, ayudarme, salvarme. Deseo compartir con los lectores esta experiencia.
P.- Háblenos de la importancia del cine.
R.- Creo que las películas son como “parábolas cinematográficas” que entran en diálogo conmigo a través del lenguaje de las “imágenes en movimiento”. El lenguaje del cine –como en todo arte- no es el lenguaje de conceptos, teorías o discursos, sino es el lenguaje de la experiencia y de la narración, a través de imágenes, sonidos, espacios, símbolos. La imagen en el cine y en el arte es una representación que atiende no sólo a lo que es o aparece, sino a lo que puede ser, o pudo ser, en la encrucijada de las paradojas y las contradicciones de nuestra vida, y por ello revela el espíritu de los seres humanos, y nos evoca, sugiere, proyecta algo de la vida, de su sentido, de su misterio, de su trascendencia.
Ese “espíritu” de los personajes y de la historia entra en diálogo conmigo como espectador. La experiencia espiritual que provoca el cine en cada espectador está hecha de historias vividas y compartidas, sentimientos, cuestionamientos, invitaciones, movimientos interiores. Ver una buena película es una experiencia interior, una conversación, un encuentro con otros. En mi libro trato de ayudar a recoger y procesar esa experiencia de una buena película.
P.- ¿Cuál es el secreto de una buena película?
R.- Una buena película está hecha desde la vida, desde la propia experiencia de los realizadores; de aquello que les ha impactado, alegrado, dolido, motivado. El cine auténtico no copia ni inventa la realidad, sino que la refleja, la recrea, la comunica, la comparte, desde la mirada de un artista, de un realizador (el director, el guionista, y todo el equipo que interviene). Una película puede ayudarnos a mirar la realidad de otra manera, desde otra perspectiva, con otros ángulos, acentos, tonos, ánimos; nos puede ayudar a redescubrirla, a reconocerla, a hacerla nuestra, a no quedarnos insensibles o indiferentes ante lo que nos rodea y lo que sucede a otros.
En el libro pongo varios títulos de películas en ese sentido. A mí personalmente me ha impresionado y ayudado que mucho del cine actual nos lleva a mirar hacia donde a veces no nos atrevemos a mirar: personas abandonadas en la soledad o en el desamparo, niños que han quedado huérfanos por la violencia o el crimen, adolescentes desconcertados y sin esperanzas, migrantes, indígenas, todo tipo de marginados sociales; pero también personas que desde ese abandono se levantan y luchan por su dignidad y su vida, y apuestan por una tierra mejor para todos. A mí como creyente me invitan a hacerme prójimo, a encontrarme con los otros, a escuchar a Dios en medio de la vida.
P.- ¿Qué se necesita para ser “conducidos” por esa mirada?
R.- Al ir al cine llevamos nuestra propia vida: preocupaciones, preguntas, búsquedas, deseos más profundos, metas por realizar, ilusiones, tristezas y alegrías… Una película bien hecha –con calidad y hondura al contarnos una historia- quizás nos ayude a entrar más en nosotros mismos y en los demás y nos dé luz, horizontes, propuestas, al mostrarnos cómo otros son tan parecidos a uno y cómo han logrado ir realizando su vida. Pero para eso, se necesita llevar al cine -sobre todo- una apertura de corazón para mirar, escuchar, recibir, aprender… Entiendo el cine como un vehículo de comunión, de comunicación, de aprendizaje para la vida, donde el espíritu de otros entra en relación con mi propio espíritu, y entre ambos actúa el Espíritu de Dios que quiere para nosotros lo mejor. En mi libro trato de explicarlo así.
De mi capacidad de acoger, escuchar, ver, sentir, implicarnos, dependerá ser no solamente “espectadores” sino personas, prójimos, seres humanos que nos abrimos a la vida y queremos vivirla con sentido, ayudados por las historias filmadas. Entonces no somos espectadores sino cinéfilos: personas que aman lo que el cine nos regala.