En Mozambique las emergencias son la norma. Este inmenso país del África suroriental, 800 mil kilómetros de extensión para casi 30 millones de personas, hace frente al hambre, la pobreza, el asalto de los yihadistas en el norte (desde octubre de 2017 el errorismo ha causado entre 350 y 700 muertos y 150.000 desplazados), los efectos devastadores de los ciclones y el covid-19.
Es en este contexto que vive y trabaja Martina Zavagli, de 36 años, madre desde hace cinco meses. Su pequeña nació en Mozambique. Ella, nacida en Imola, llegó a principios de abril de 2017. “En realidad estoy en África desde 2011, casi tres años en Sudán y dos años en Ruanda”, cuenta. Vive en Maputo, la capital de Mozambique, y coordina los proyectos de la ong italiana AVSI, que son 15 y conciernen a las provincias de Maputo, Cabo Delgado y Zambezia. El 46,7% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Una de cada dos personas vive con menos de medio dólar por día. Como si eso no fuera suficiente, uno de cada cuatro niños es víctima del trabajo infantil.
AVSI ha estado presente en el país desde 2010. “Estamos comprometidos –dice Martina– en tres sectores: educación, medio ambiente, agricultura. En lo que respecta a los primeros, seguimos todo el camino educativo del niño, desde la guardería hasta la primaria, secundaria y la universidad”. Un trabajo que comienza desde las paredes para llegar a los libros: “Renovamos las escuelas, damos clases a los maestros y proporcionamos material escolar. Acompañamos a más de 20.000 niños”. El primer “problema” a abordar es la gran cantidad de niños. “Cada escuela –explica– está superpoblada”. La escuela primaria, por decirlo, tiene clases formadas por unos cincuenta alumnos y para garantizar la posibilidad de asistir las clases, se realizan turnos.
El otro área de intervención es el medio ambiente y la energía. “En los barrios pobres ofrecemos la venta de cocinas mejoradas”. Es decir, cocinas eléctricas. De hecho, la mayoría de las familias cocinan con cocinas de carbón. “Las placas de cocción que intentamos difundir suponen un ahorro y reducen las emisiones de carbono, de esta manera reduce la contaminación y mejora la salud, especialmente de las madres y los niños pequeños”.
Y luego está la agricultura, uno de los pocos sectores que da trabajo. El año pasado, dos huracanes, uno en la zona central del país y el otro en el norte destruyeron parte del país. “Muchas familias se encontraron con casas destruidas y con las cosechas perdidas. Desde entonces hemos decidido ocuparnos de ello. Comenzamos a trabajar con los agricultores a fin de mitigar los riesgos del cambio climático”. Los daños provocados por los ciclones todavía no han acabado. “Todavía muchas familias están desplazadas”.
Martina vive en Maputo con la familia. Ha conocido al que ahora es su marido en Sudán del Sur. Hace cinco meses tuvieron una niña. De estos años en África ha aprendido “a ser paciente, a entender que puede haber vidas muy diferentes a la mía, pero dignas de respeto, a no dar nada por supuesto, a respetar ritmos que son diferentes, a vivir, a apreciar las cosas sencillas: no hay necesidad de quién sabe qué para ser felices”.
*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva