Francisco haciendo de Francisco de nuevo. El Papa ha recibido esta mañana en audiencia a un grupo de expertos laicos que colaboran en temas de ecología con la Conferencia Episcopal Francesa. ¿El discurso? Para que lo lean en el avión de vuelta a Francia, porque el párroco Bergoglio quería hablar e improvisó toda la conversación.
Lo que les dijo, solo ellos lo saben. No obstante, en el discurso facilitado también a los medios de comunicación, Francisco recordó que “somos parte de una única familia humana, llamada a vivir en una Casa común, donde vemos juntos una inquietante degradación”.
“La crisis sanitaria que la humanidad está experimentando actualmente nos recuerda nuestra fragilidad y comprendemos hasta qué punto estamos vinculados unos a otros, insertos en un mundo cuyo devenir compartimos, y que maltratarlo solo puede tener graves consecuencias, no solo ambientales, sino también sociales y humanas”, agregó.
Al mismo tiempo, el Papa reconoció que “es gratificante que la toma de conciencia de la urgencia de la situación se perciba ahora en todas partes, que la cuestión de la ecología impregne cada vez más las formas de pensar a todos los niveles y que empiece a influir en las opciones políticas y económicas, aunque quede mucho por hacer y sigamos viendo demasiada lentitud e incluso retrocesos”.
Por su parte, indicó que la Iglesia desea participar plenamente en el compromiso de la protección de la Casa común, actuando “concretamente donde sea posible y, sobre todo, quiere formar conciencias para fomentar una conversión ecológica profunda y duradera, que es la única que puede responder a los importantes desafíos que debemos enfrentar”.
Sobre la conversión ecológica a la que llama continuamente, el Pontífice subrayó “el modo en que las convicciones de fe ofrecen a los cristianos una gran motivación para la protección de la naturaleza, así como para los hermanos más frágiles”. “La ciencia y la fe, que proponen diferentes enfoques de la realidad, pueden desarrollar un diálogo intenso y fructífero”, añadió.
Jorge Mario Bergoglio, señaló también que “la Biblia nos enseña que el mundo no nació del caos o del azar, sino de una decisión de Dios que lo llamó y siempre lo llama a la existencia, por amor”. Por esa razón, “el cristiano solo puede respetar el trabajo que el Padre le ha confiado, como un jardín para cultivar, proteger, hacer crecer según sus posibilidades”. El hombre “no puede considerarse en modo alguno como su propietario o déspota, sino solo como el administrador que tendrá que rendir cuentas de su gestión”, afirmó.
Por lo tanto, “todo está conectado: es la misma indiferencia, el mismo egoísmo, la misma codicia, el mismo orgullo, la misma pretensión de ser el amo y el déspota del mundo lo que lleva a los seres humanos, por una parte, a destruir las especies y a saquear los recursos naturales, por otra, a explotar la miseria, a abusar del trabajo de las mujeres y de los niños, a derogar las leyes de la célula familiar, a no respetar ya el derecho a la vida humana desde la concepción hasta el fin natural”.
Tras citar la encíclica Laudato si’, el Papa mantuvo que “no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano, y es mediante la curación del corazón humano que se puede esperar curar al mundo de su malestar social y ambiental”.
Y concluyó con un canto a la esperanza, porque “mientras que las condiciones del planeta pueden parecer catastróficas y ciertas situaciones parecen incluso irreversibles, nosotros los cristianos no perdemos la esperanza, porque tenemos los ojos puestos en Jesucristo”.