Desde su juventud, el colombiano Carlos Gómez Restrepo se ha jugado la vida por la educación. Como religioso lasallista ha liderado proyectos educativos de largo aliento a nivel latinoamericano. Es doctor en Educación, ha sido profesor en la ciudad y en el campo, y directivo en instituciones de educación básica, media y superior.
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Cree en la educación como factor de equidad y justicia en un continente marcado por la pobreza. Su carisma y su pasión por educar lo llevaron a fundar, hace una década, ‘Utopía’, el primer campus rural universitario para jóvenes de la Colombia profunda tatuados por la violencia y la falta de oportunidades. Actualmente es el provincial del Distrito Lasallista de Bogotá. En diálogo con Vida Nueva, le toma el pulso a la situación educativa de América Latina en medio de la pandemia por el COVID-19.
PREGUNTA.- ¿Cómo ha impactado el coronavirus en el curso escolar en América Latina?
RESPUESTA.- El COVID-19, ciertamente, no ha sido la causa de la crisis educativa del continente, pero sí ha tenido la capacidad de desnudarla. América Latina había avanzado sostenidamente en las décadas anteriores hasta el punto de que la cobertura había alcanzado casi a la totalidad de los países; con excepciones, por supuesto. El esfuerzo por la cobertura no siempre estuvo acompañado del compromiso con la calidad. Es más, la educación en el continente muestra que sigue habiendo excelente educación para quienes pueden pagarla y una “pobre educación para los pobres”, lo cual significa exclusión y marginación.
Los pobres saldrán peor
P.- ¿Hasta qué punto la educación virtual ha sido una alternativa eficaz para la educación básica y secundaria?
R.- Sí lo ha sido, pero no de manera homogénea ni para todas las poblaciones. Para quienes tienen medios tecnológicos y antes habían incursionado en las metodologías online como soporte a los procesos presenciales, ha sido muy exitosa y ha permitido crear nuevas posibilidades. Pero los pobres saldrán peor librados de la pandemia. Imagínense los niños y niñas de los niveles preescolares, entre los 4 y 7 años. No estar en la escuela significa carecer del compartir cotidiano con maestros y compañeros, en ambientes seguros y protegidos, donde socializan y se ponen los cimientos de los procesos cognitivos y psicoafectivos. Perder este momento único tendrá consecuencias graves y secuelas para siempre.
Además, buena parte de los procesos escolares de la educación estatal se adelantan con guías que los maestros preparan, al estilo de preguntas, ejercicios y la consecuente búsqueda de información. La inexistencia de posibilidades de conexión, de manera particular en la ‘ruralidad profunda’, hace que los procesos de crecimiento académico queden a medio camino. Algunos países, como Bolivia, decretaron desde abril la promoción de todos los estudiantes y el cierre de las escuelas. Lo cual significa que avanzan de grado escolar, pero en términos prácticos no hubo proceso educativo. En el caso colombiano, los datos son: el 55,8% se realiza con apoyo de material impreso (guías), el 23,2% con apoyo de programas de radio y televisión, y el 21,1% con el apoyo de plataformas virtuales.
P.- La educación en el continente ya ha padecido ‘otras pandemias’ ¿De qué depende la recuperación de la salud del sistema educativo?
R.- Lo digo con contundencia y algo de conocimiento: del cambio del modelo económico y las consecuentes decisiones políticas que conlleva. No es posible seguir sosteniendo un modelo que fabrica pobres y genera pobreza, excluye mayoría y concentra la riqueza y el poder económico-político. Y digo con el Papa: esto no es comunismo, esto es justicia social y equidad, para que a todos nos vaya mejor y crezcamos en dignidad y oportunidades; aprendamos que la riqueza está para ser compartida y, además, porque solo así podemos proteger la Casa Común, que demanda una nueva ecología integral que pasa por la transformación de los sistemas económicos. Muchas cosas dependen de la voluntad política para apostar por la educación al lado de una sociedad civil organizada que sea garante, veedora y partícipe de los procesos educativos que construyen seres humanos autónomos, buenos y responsables ciudadanos, y una ética cívica.
Maestro mediador
P.- ¿Qué lecciones aprende hoy el educador latinoamericano?
R.- Hemos revalorizado nuestro rol de maestros y descubierto el poder de los medios virtuales y otras metodologías –más allá de la educación ‘bancaria’– en la mejora de los procesos educativos. No obstante, volvimos a entender, en medio de la crisis, el enorme poder mediador del maestro al crear una relación pedagógica que propicia el crecimiento integral de niños y jóvenes, con quienes comparte su vida y misión. Su presencia ilumina, señala horizontes, genera ambientes para el aprendizaje, promueve la autonomía, inspira caminos y transmite principios para la formación de personas libres y autónomas. El maestro es mediador entre la información y el conocimiento, entre la enseñanza y el aprendizaje, y, sin duda, referente de verdad en un mundo que navega en torrentes de mentiras y desinformación.