Ante la percepción de que el coronavirus ha podido allanar aún más el camino de la secularización en Occidente, es muy significativa la opinión de Álvaro Chordi, sacerdote navarro del Movimiento Adsis y quien, después de mucho tiempo ligado a la pastoral juvenil y educativa, lleva cinco años como misionero en Chile. Desde esa doble perspectiva, anima a ver la parte positiva: “Sabíamos que había una alternativa a la forma en que llevamos nuestras vidas, pero tuvimos que ser ‘interrumpidos’ por esta pandemia. Así, hemos vivido más lento, hemos estado más cerca de nuestras familias, comunidades, naturaleza y Dios. La pandemia nos brinda una oportunidad para vivir y ver la vida de otro modo”.
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Acudiendo a las Escrituras, recuerda que, “en el exilio babilónico, la comunidad se vio impedida de dar culto a Yahveh de la manera tradicional. Ante la imposibilidad de ir al Templo, los creyentes recentraron su experiencia de fe en la Palabra de Dios. Siglos después, confinados en nuestros hogares, el COVID-19 fortalece el 2020, ‘Año de la Palabra de Dios’, pues nos hace ‘ayunar del pan’ y no nos deja más opción que aprender a ‘comulgar con la Palabra de Dios’”.
Regreso a los orígenes
“Hemos regresado –describe Chordi–, por necesidad, a nuestros orígenes, a las Iglesias domésticas, a la centralidad de la casa familiar y de las mujeres en la evangelización. Los sacerdotes hemos quedado sabiamente ‘desplazados’, nuestro espacio sagrado (el templo) ha sido cerrado y nuestras economías han sido seriamente dañadas… Así, hemos de aprender a reubicarnos en otra cultura emergente, con otras actitudes más sanas, humildes, dialogantes y colaborativas”.
Algo que expone en primera persona, contando qué supuso, el pasado 25 de marzo, el cierre de su parroquia, San Saturnino, en Santiago de Chile: “No tuvimos más opción que ‘salir a buscarlos’, con todos los resguardos sanitarios posibles, llevando almuerzos calientes a las personas en situación de calle en las plazas; ofreciendo consuelo y fe a los enfermos en los hospitales y en sus hogares; entregando cajas de alimentos y útiles de aseo a los hermanos migrantes y adultos mayores; acompañando en Fono Escucha 24/7 a las personas solas, tristes y necesitadas de compañía y aliento de fe; articulando redes de solidaridad con personas desconocidas y alejadas que quieren ayudar a otros; haciendo cadenas de oración y entrando en la cultura digital…”.
Algo nuevo emerge
Fue así como, desde lo incierto, se cumplió el sueño de Francisco para toda comunidad cristiana: “Cerrado el templo, la parroquia se convirtió de hecho en un hospital de campaña, donde el galpón donde celebrábamos la eucaristía ahora es una residencia transitoria para personas en situación de calle, donde la capilla de la adoración al Santísimo ahora es el lugar donde gestionamos los nuevos baños comunitarios y donde entregamos la cena caliente a muchos vecinos del barrio (la inmensa mayoría no pisaba la parroquia desde hacía años)”.
“Algo nuevo –defiende Chordi con pasión– está emergiendo, y será distinto. Seguro que estaremos más ‘conectados’ con la realidad y ofrecemos atenciones y cuidados efectivos, así como lazos y adhesiones personales. Desde ese mayor amor al prójimo, habrá unas celebraciones que proporcionen además una inmensa y compartida satisfacción emocional, como en los primeros siglos antes de Constantino”.
Volver a Jesús y su Evangelio
“Volver a Jesús y su Evangelio –remata el misionero– ha sido y seguirá siendo siempre el máximo criterio inspirador en los momentos en que la Iglesia debe corregir el rumbo. Una forma completamente diferente de cristianismo. Este es nuestro mayor aprendizaje en este tiempo del coronavirus: tocar y sanar heridas es hoy el verdadero culto a Dios”.