¿Ha acelerado la crisis del coronavirus la secularización en Occidente? ¿Es el fin o un paréntesis para la Iglesia de masas? A estas preguntas trata de responder el obispo de Teruel, Antonio Gómez Cantero, quien reconoce que “el problema de la Iglesia en la vieja Europa viene ya manifestándose desde hace tiempo en heridas incurables. Nos creemos invencibles y pensamos poco en los otros: en el tercer y en el cuarto mundo”.
“El mayor problema –argumenta– es la desafección con la Iglesia (la vida comunitaria) y la división entre unos y otros, manteniéndonos en el pedestal de ‘mi única verdad’. La sensación entre muchos creyentes es que somos más dados a dividir y restar que a sumar y multiplicar. Cambiar esta trayectoria sí que exige una verdadera conversión. Bautizamos, damos la comunión, confirmamos, casamos… y nuestras iglesias permanecen llenas de personas ya muy mayores, sin visos de una renovación generacional. Nos cuesta trazar un proyecto evangelizador clave para ofertar a Cristo a todas aquellas personas que quieran ver y escuchar”.
Con todo, el obispo reclama que “este tiempo de pandemia se puede convertir en uno de gracia si nos hace entrar en razón. Varios sacerdotes me dicen que se ve a más personas participar en las celebraciones. Este verano, por primera vez, las fiestas patronales y las romerías han sido solo fiestas religiosas, y algunos han tenido un sentimiento profundamente religioso al descubrir la celebración solo de esta manera”.
En este sentido, para Gómez Cantero no se ha perdido ‘músculo’: “Pensamos que las personas volverán igual que antes a sus parroquias y a sus celebraciones. Muchos ancianos y niños están deseando volver. Además, durante este tiempo, la comunidad cristiana no se ha olvidado de los pobres y ha seguido apoyando, incluso con más fuerza, en muchos casos a Cáritas y Manos Unidas”.
Eso sí, advierte, “si se diera el caso de que, después de la pandemia, las personas dejasen de ir a la iglesia, deberíamos preguntarnos: ¿qué implicación comunitaria tiene nuestra vida de fe? Quizás esta es la clave que tiene que aparecer en nuestras catequesis. Seguramente, sea el momento de recrearnos, pues la vocación misionera de la Iglesia es llegar a todos”.
“El Espíritu –remacha el pastor– sopla donde quiere y hace un año nadie podía predecir la pandemia por la que estamos pasando. La fragilidad nos hará más fuertes y sencillos. Cuando Ratzinger era profesor universitario en Alemania, antes de ser Benedicto XVI, hablaba ya de una Iglesia pobre y pequeña. Necesitamos más empeño misionero y más autenticidad”.