Tíscar Espigares, responsable nacional de la Comunidad de Sant’Egidio, entiende que “la pandemia está siendo una gran prueba para toda la sociedad y, ¡cómo no!, también para la Iglesia. En el fondo, nos ha revelado a todos algo connatural a nuestra existencia humana pero que muchas veces ignoramos: nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Hemos asistido a una reacción generalizada de replegamiento, de miedo, de puertas cerradas; en una palabra, del ‘sálvese quien pueda’, resumido en el famoso eslogan ‘quédate en casa’. De este modo, grandes ciudades llenas de vida como Madrid o Barcelona asumieron el rostro de auténticos desiertos”.
En este sentido, “Sant’Egidio no ha querido ser una puerta cerrada más. Cuando todos se sentían amenazados y los pobres eran considerados un peligro de contagio, hemos comprendido que los que verdaderamente estaban en peligro eran ellos, que se habían quedado aún más a la intemperie, desprotegidos e indefensos. Hemos tratado de responder al mandato evangélico de Jesús (‘dadles vosotros de comer’) y hemos salido a la calle, con nuestros cinco panes y dos peces (respetando todas las medidas para evitar el contagio), para ayudar a quienes lo necesitaban”.
En estos meses, los miembros de la comunidad han comprobado cómo “se ha producido el milagro de la multiplicación de esos pocos panes y peces: mucha gente ha venido a ayudar y ha aportado recursos de todo tipo: alimentos, geles hidroalcohólicos, dinero… Jóvenes que han ayudado a estudiar a los niños que no podían ir a la escuela a través de mensajes de WhatsApp o conversaciones telefónicas, mensajes de cariño hacia muchos ancianos aislados que han superado los muros inexpugnables de los asilos… Miles de gestos concretos suscitados por la fantasía creativa del amor, que han atraído a muchos, porque la solidaridad y la generosidad son contagiosas y atractivas”.
De ahí que Espigares no pueda sino reivindicar que el coronavirus, más que un triste colofón, puede suponer un punto de resurgimiento: “La Iglesia se enfrenta a un gran desafío debido al aumento de las situaciones de pobreza y al empobrecimiento de relaciones en un mundo donde se nos pide que las restrinjamos a grupos ‘burbuja’, cada vez más pequeños y cerrados. El desafío es construir comunidades fraternas que vivan la caridad y humanicen nuestras sociedades siendo testigos del amor de Dios”.
Para la responsable de Sant’Egidio es claro el camino a seguir: “Una Iglesia que ‘sale’ es una Iglesia que se ‘ve’. La caridad no es una ‘estrategia’ eclesial para hacerse visible o ganar ‘adeptos’. Es su esencia, su vocación. Por eso, la caridad no es algo que la Iglesia deba vivir solo en tiempos de emergencia; es algo de todos los días y de toda la comunidad cristiana, no solo de un grupo de ‘especializados’”.
Si los cristianos son fieles al reto de “construir comunidades” y ser “arquitectos de fraternidad”, a Espigares no le preocupa si caminamos “hacia una Iglesia de masas o de minoría”. Porque, “aunque fuéramos minoría, estamos llamados a ser una minoría que sacia el hambre de todos. Aunque podamos ser objetivamente pocos ante la multitud numerosa de una gran ciudad, siempre tendremos al menos esos cinco panes y dos peces que pueden multiplicarse gracias al milagro de la generosidad. No sé si serán comunidades numerosas o pequeñas, pero sí que deben ser abiertas y vivir la misma pasión de Jesús por todos los hombres y las mujeres, con la preocupación de que ninguno se pierda. Comunidades atractivas y humanizadoras en sociedades que invitan cada vez más al individualismo y al aislamiento. Comunidades que, lejos de aceptar la irrelevancia, se convierten en profetas del Reino de Dios”.