España

Diócesis y sacerdotes colaboran con las exhumaciones de las fosas comunes de la Guerra Civil





Cementerio de El Espinar. Una señora del pueblo les lleva una caja de bombones y unas flores a pie de fosa. Quienes allí trabajan no se lo esperan. En su periplo por toda España, recuperando cadáveres enterrados sin nombre, se han encontrado todo tipo de reacciones. Curiosos que miran. Gente que anima. Algunos que entorpecen… De momento, en la localidad segoviana han hallado seis cuerpos. Confían que haya más.



Quizá los 17 milicianos abatidos durante los primeros días de la Guerra Civil. Entre ellos, el de Eugenio Insúa, trabajador de la Casa de la Moneda al que ficharon para luchar contra el alzamiento, que se fue con lo puesto hasta la villa segoviana y allí fue ajusticiado en la plaza con los demás, a la hora del almuerzo y con un bocadillo en la mano. Tenía 29 años y dos hijos. Su mujer tuvo que exiliarse a Francia vía Barcelona. Ahora sus tres nietos miran desde la barrera de la fosa, esperándole. Tres generaciones intentando cerrar la herida.

Esto no es cuestión de ideología, sino de una familia rota. Si la gente entiende que los padres de Marta del Castillo no pueden completar su duelo hasta que no encuentren el cuerpo de su hija, a nosotros nos sucede igual”, explica una de las nietas de Eugenio. De forma intermitente, su abuela, su madre y ellos intentaron sin éxito recuperar el cuerpo. “Siempre hemos dado por hecho que está aquí y hemos traído flores, pero solo son certezas. Recuerdo un gladiolo que florecía todos los años, el único signo de que hay había unos hombres enterrados”, deja caer, mientras observa cómo desde abajo eliminan con un pincel todo rastro de polvo sobre el cuerpo número seis.

Son familias, no ideas

“Simplemente ver el cariño con el que están tratando los huesos, para nosotros es todo un homenaje con el que devolverles la dignidad perdida”. Esa de la que hablan unos cuerpos que siete décadas después permanecen tal y como fueron arrojados, retorcidos. Y a dos metros de distancia bajo tierra de un grupo de militares muertos en el Alto de los Leones. Perfectamente alineados y sepultados con honores.

“La ideología no se transmite de generación en generación, pero sí se transmite el dolor. Es un tema de familias, no de ideas”, comenta José Manuel, que coordina la excavación. Solo dos están en nómina de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que tiene sede en Ponferrada. Los otros doce, voluntarios. “Estaremos aquí hasta que acabemos, nunca jugamos con plazos. De momento, tenemos hotel para unos tres días más, pero esto no se puede dejar abierto”.

Paliar el dolor

“A mí y a las familias no nos interesa la bronca del debate político que va a generar la ley. Solo nos interesa paliar el dolor. Si vas a Atapuerca, te encuentras con el primer entierro hecho con cariño. Para cualquiera de estos familiares, enterrar a los suyos es sagrado”, apostilla Emilio Silva, presidente de la Asociación sobre el anteproyecto del Gobierno. En principio, sí parece atender una de sus principales reivindicaciones: acabar con las subvenciones para las exhumaciones, para que sea el Estado quien asuma esta misión.

Aun así, expresa sus reservas: “Si se canalizan las partidas a través de los ayuntamientos y de la Federación Española de Municipios, puede acabar generando más desencuentros dependiendo de los signos políticos. Que hagan una oficina central con recursos económicos de verdad, como ya sucede en el País Vasco, y se acaban las discusiones. Esto no se puede solucionar con voluntarios que tienen un fin de semana libre, con un sindicato noruego que nos ayuda, unos argentinos que nos hacen pruebas de ADN gratis…”.

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