“La Iglesia debe ser como Dios, siempre en salida, porque cuando no está en salida se enferma. Y tantos males que tenemos en la Iglesia son por este motivo”, ha dicho el papa Francisco en el ángelus de hoy, 20 de septiembre. “Es verdad que cuando uno sale corre peligro de tener un accidente, pero es mejor una Iglesia accidentada por salir a anunciar el evangelio que una Iglesia enferma por su propia clausura”, ha subrayado. “Dios sale siempre, porque es padre, porque ama, y la Iglesia debe hacer lo mismo”.
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Y es que, tal como ha explicado el Papa, el evangelio de este domingo narra la parábola de los trabajadores llamados al día por el dueño de la viña. “A través de esta historia, Jesús nos muestra la sorprendente manera de actuar de Dios, representada por dos actitudes del maestro: la llamada y la recompensa”, ha dicho.
“Lo primero de todo es la llamada”, ha continuado Francisco, haciendo referencia al pasaje evangélico. “Cinco veces el dueño de un viñedo sale a la plaza y llama a trabajar para él. La imagen de este propietario que sale varias veces a la plaza a buscar trabajadores para su viñedo es conmovedora”, ha apuntado, indicando que “Dios actúa así también hoy: sigue llamando a cualquiera, en cualquier momento, para invitarlo a trabajar en su Reino”.
Llegar a las “periferias existenciales”
“Este es el estilo de Dios, que a su vez estamos llamados a aceptar e imitar”, ha añadido. Porque Dios “no está encerrado en su mundo, sino que ‘sale’ continuamente en busca de personas, porque no quiere que nadie sea excluido de su plan de amor”. Del mismo modo, las comunidades cristianas están llamadas a dejar los distintos tipos de “fronteras” que puedan existir, para ofrecer “a todos la palabra de salvación que Jesús vino a traer”. “Se trata de abrirse a horizontes de vida que ofrezcan esperanza a quienes están apostados en las periferias existenciales y no han experimentado o han perdido aún la fuerza y la luz del encuentro con Cristo”, ha apostillado Francisco.
Por otra parte, la segunda actitud del patrón “es su forma de recompensar a los trabajadores”. Ya que, al final del día, el dueño de la viña ordena que todos reciban la misma paga, es decir, un denario. “Los que han trabajado desde la mañana están indignados y se quejan del maestro, pero él insiste: quiere dar la máxima recompensa a todos, incluso a los que llegaron últimos”, ha señalado el Papa, “y aquí entendemos que Jesús no está hablando de trabajo y salario justo, sino del Reino de Dios y la bondad del Padre celestial”.
“En efecto, Dios se comporta así”, ha continuado, “no mira el tiempo y los resultados, sino la disponibilidad y la generosidad con la que nos ponemos a su servicio”. “Su acción es más que justa, en el sentido de que va más allá de la justicia y se manifiesta en la Gracia”, y, al dar Gracia, “nos da más de lo que merecemos”. Esto, como ha reconocido el Papa, va más allá de “la lógica humana”, es decir, de “la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, es el primero en encontrarse a sí mismo último”.
“Por otra parte, quien se confía humildemente a la misericordia del Padre, finalmente se encuentra a sí mismo primero”, ha añadido, animando a los presentes en la plaza de San Pedro a recordar quién fue el primer santo canonizado de la Iglesia: “el Buen Ladrón, que ha robado el cielo en el último momento de su vida. Esto es gracia, así es Dios. Con todos nosotros”.