Algo –o mucho– ha llovido desde que el 27 de mayo de 2011 se pusiera al frente de la Comisión de Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos, como secretario general de un grupo de trabajo bajo el amparo de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero y el apoyo del ministro de la presidencia, Ramón Jaúregui. Doctor en Ciencias Políticas, licenciado en teología e impulsor de Cristianos Socialistas, en el nuevo anteproyecto de ley ve “muy reconocidas las opciones básicas del informe de la Comisión”.
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PREGUNTA.- ¿Con qué se queda de la nueva norma?
RESPUESTA.- Un punto que me parece relevante, tanto como la resignificación del Valle de los Caídos, es cómo el Estado asume la iniciativa de los procesos de exhumación y dignificación de fosas. Cuando se planteó la Ley de Memoria Histórica, para evitar que fuera interpretada como una norma guerracivilista, se acabó depositando esta iniciativa en las familias, que podían acceder a este derecho a través de subvenciones. Sin embargo, solicitar una de estas ayudas requería tal cantidad de requisitos que en la práctica fueron denegadas en su mayoría, lo que se convirtió en un proceso farragoso, en un zarzal.
Ahora se plantea que la recuperación de los restos de las víctimas de la Guerra Civil o de la primera represión franquista corresponde al Estado que ha de tomar la iniciativa sin que esta competencia descanse en los familiares o en asociaciones. Sobre la exhumación de fosas no debiera haber debate. Cuando se apagan los focos y dialogas con representantes del PP, en la cercanía te reconocen que en este campo deberíamos estar de acuerdo por encima de las discrepancias ideológicas.
P.- ¿Puede hacer algo la Iglesia en este ámbito?
R.- He echado en falta algún tipo de gesto o reconocimiento a esta dignificación de los fallecidos. A veces, sin buscarlo, cuando beatificas a los mártires de la Guerra Civil, puede dar la sensación de que te acuerdas solo de los tuyos y no de los otros. Con una beatificación estás dando una dignidad a esa víctima que, ante la opinión pública puede ser interpretada como un ejercicio de superioridad.
Sin embargo, lo que se pide ahora es simplemente dar con una fosa, identificar unos restos y poner una placa de reconocimiento. De ahí que fuera importante algún tipo de gesto por parte de la Iglesia de apoyo o respaldo a este tipo de acciones como un deber de honrar a todas las víctimas de una contienda, pero también como una manera de reconciliarse con su pasado.
P.- El anteproyecto de ley habla del Valle, pero sin concretar. ¿Confía en que se hagan realidad las recomendaciones que planteaban en la Comisión?
R.- En sectores no tan extremos se apuesta, como apunta el anteproyecto, por un cementerio. Hasta donde sé, sí se baraja recuperar algunas de las propuestas de la comisión, poniendo en valor un informe que logró el acuerdo de personalidades de un espectro ideológico amplio.
Interpretar la historia
P.- ¿Qué elementos fueron de consenso entonces y que ahora parecen retomarse?
R.- No destruir y explicar, preservar los símbolos que están allí. Ir amputando o recortando algunos símbolos para que el Valle parezca otra cosa y ponerle maquillaje no tiene sentido. El espacio es el reflejo de la victoria del régimen franquista, cómo se traduce a un espacio una ideología nacional católica. Por eso, conservarlo como está es un instrumento pedagógico para poder explicar de dónde viene, qué ocurrió y que pasó. Esa idea queda recogida en el anteproyecto de ley. Para lograrlo, es necesario construir un centro de interpretación o un museo, que permita entender, conocer e interpretar la historia a través del lugar.
Por otro lado, está la necesidad de habilitar un memorial, que sea un lugar donde honrar a las víctimas de uno y otro bando. Ahí se encuentran los restos de más de 30.000 personas según los registros, aunque podría haber hasta 50.000 fallecidos, lo que hace que no tenga sentido la vía de la destrucción y el abandono. Este reconocimiento pasa por dignificar los cuerpos, que no pueden estar en cajas desvencijadas, afectadas por la humedad y por los corrimientos de la montaña.
P.- En el anteproyecto se habla de cementerio civil. ¿Y la basílica?
R.- El informe de la Comisión consideraba que la Iglesia debía tener un lugar allí, respetando la basílica católica, y creo que así debe continuar. En aquel momento, no se tomó una posición taxativa acerca de la salida de los monjes benedictinos, pero el contexto sí ha cambiado ante la postura de los monjes en relación a la exhumación de Franco. Hoy es imposible resignificar el Valle sin la salida de los benedictinos. Habría que valorar la posibilidad, por un lado, de garantizar el culto con una asistencia celebrativa.
Y, por otro, en una presencia funcional y significativa en torno a la basílica que permitiera que la Iglesia fuera generadora de mensajes de reconciliación. Pienso, por ejemplo, en lo que significa la Comunidad de Sant’Egidio, entidades eclesiales vinculadas en su misión a promover procesos de paz y democráticos, de defensa de los derechos humanos. También habría que iniciar una reflexión sobre cómo cuidar ese entorno para que haya presencia de esa nueva España de la pluralidad religiosa, para propiciar el diálogo interreligioso.