El arzobispo de Mérida-Badajoz, Celso Morga, se ha sumado a aquellas voces que, dentro de la Iglesia, se han mostrado críticas con la tramitación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia en el Congreso de los Diputados. En su carta, titulada ‘Otra vez la eutanasia’, el prelado reflexiona sobre el proceso por el cual, “periódicamente” se debaten en el Parlamento “los grandes valores humanos”, ya sea “en su fase inicial o en su fase terminal”.
“Ahora el debate es la eutanasia, presentada como muerte digna o progreso social, y en el fondo identificada con un sentimiento de compasión hacia la persona que sufre”, escribe Morga, quien aclara que la eutanasia en sí no constituye un acto médico, sino “su negación”, ya que “puede ser practicada por un médico que se preste, pero también por un conocido de la víctima, como se ha visto en alguna ocasión en España”.
El arzobispo ha criticado que la tramitación de la normativa pasa por el Parlamento “cuando estamos viviendo las consecuencias de la pandemia”. Una situación que ha demostrado que “las personas no somos entes aislados, sino que la interconexión a la que estamos sometidos es fundamental tanto para el cuidado y la curación de los enfermos como para la propagación de la enfermedad”.
Haciendo referencia a la nota de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que se hacía pública con el título ‘No hay enfermos incuidables, aunque sean incurables’, el prelado ha recordado que “lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todo al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. No hay enfermos ‘incuidables’, aunque sean incurables”.
“En el caso del aborto”, continúa, “la ley despenalizadora del año 85 en España incluía tres supuestos que han dado paso a una práctica sin límites reales, sujeta a la voluntad de cada cual”. Por ello, a su entender, sería posible que, del mismo modo, la eutanasia puede seguir este camino, “porque lo estamos viendo ya en los países que lo han hecho”.
“Cuando se pierde el respeto por la vida, por toda vida”, continúa, “sea más o menos ‘útil’ o la consideremos en nuestro fuero interno ‘digna’ o ‘indigna’, nos deslizamos por una pendiente muy peligrosa. Abrir la caja de Pandora siempre tiene consecuencias desastrosas, en el corto plazo para algunos, pero para todos a la larga”.