En las inmediaciones de la histórica plaza central de Usaquén, en el norte de Bogotá, muy cerca de la sede del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), César Rísquez Jiménez lleva a cuestas su bolso naranja con mostacho de repartidor de comidas rápidas. Este abogado, con maestría de gerencia de recursos humanos, graduado en la Universidad Católica Andrés Bello, la más prestigiosa de Venezuela, nunca imaginó que por sus diferencias políticas con el régimen chavista se viera obligado a huir hacia Colombia.
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Atrás quedaron sus años de vida política cuando militó en el partido de la exmiss universo, Irene Sáenz. “Soy un político, de hecho, me vine a Colombia por razones políticas”, cuenta a Vida Nueva.
De la democracia socialcristiana
Sus inicios fueron el partido de democracia socialcristiana de Copei, en el que estuvo hasta 1993 cuando se une al llamado Chiripero, la coalición de partidos políticos que llevó a la presidencia a Rafael Caldera, el mismo que otorgó el indulto al teniente coronel golpista, Hugo Chávez.
César nació en el estado de Bolívar, en el sur de país. Graduado de bachiller ingresó a la escuela de oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación, mejor conocida como Guardia Nacional, pero “esa vida no me gustó”.
Incluso fue compañero de estudio de Néstor Reverol Torres, ministro de interior y justicia, del actual régimen de Nicolás Maduro. “Gracias a Dios tomé la decisión de retirarme a tiempo, pues quien sabe si estuviera en esa cúpula militar”.
Forjó un nombre, confianza y sobre todo aprecio de mucha gente. Así llegó a ser coordinador electoral de Primero Justicia en el estado Bolívar del comando de campaña de Henrique Capriles Radonski en las elecciones presidenciales de 2012. Luego se unió a Voluntad Popular de Leopoldo López, donde fue también jefe de la organización en el mismo estado.
Política para los más vivos
En un país con la hegemonía de Hugo Chávez y su heredero político Nicolás Maduro “la política es sanguinaria”, dice Rísquez que a la vez lamenta que “siga dándose la consigna póngame donde hay” en alusión a la viveza criolla que caracteriza al político venezolano que hoy se retrata en los llamados “enchufados”, una especie de cohabitantes con el régimen a cambio de mucho dinero y privilegios.
Por eso que “a la hora de nombrar a los candidatos nunca me llamaban, sino que llamaban a los más vivos (pícaros)”, lamenta. De igual forma –asegura– que el grave problema de los políticos venezolanos “está muy relacionado con la forma de hacer política”, porque “ponen por encima sus aspiraciones personales y no la de las mayorías”.
Obligado a huir
Esta forma de ser le trajo profundas diferencias con sus compañeros de partido como también amenazas por parte de colectivos ligados al partido socialista de Venezuela. De hecho “me llamaban varias veces diciéndome que me dejara de estar organizando a la oposición, porque podía perder la vida metiéndose en esos barrios”.
Esas amenazas empezaron durante su gestión como coordinador electoral de Capriles, cuando perdió con Chávez y también cuando perdió ante Maduro. En ese tenso período ayudó a organizar las protestas en Ciudad Guayana contra lo que “sigue considerando un fraude electoral” en abril de 2013.
Además “tuve la oportunidad en ese entonces de saltar la talanquera (cambiar de bando) para irme con el partido de Maduro por invitación del dirigente José Ramón López que conocía mi trabajo honesto”, sin embargo “nunca me involucraría gracias a mis principios a esta estructura corrupta, clientelar y represiva”.
Por eso se convirtió en objetivo político y militar de las fuerzas chavistas de esta región, cuestión que lo llevó a dejar todo para poder salvar su vida y la de su familia.
Una nueva vida
En Colombia llegó como un perfecto desconocido. Su primera opción era EEUU, pero en ese entonces “el gobierno norteamericano había suspendido la visa turista para los venezolanos y yo nunca me preocupé por sacarla antes”.
Los recibió un cuñado. En la fría Bogotá sin un empleo fijo ni siquiera un trámite de refugio a la vista empezó a vender hayacas en el Transmilenio. Con optimismo enfrentó ese drástico cambio de vida “lo importante es estar vivos y con salud”, repetía como un mantra.
Pensó que la vida en Colombia sería más sencilla habida cuenta de sus títulos de posgrado y trayectoria como dirigente social y abogado, pero “el proceso de reválida de títulos fue cuesta arriba por la gran cantidad de requisitos que se necesitan sacar en Venezuela”.
El trabajo dignifica
Después de esperar respuesta de las autoridades para la aprobación de refugio, no se amilanó compró una bicicleta y desde entonces se ha dedicado al oficio de repartidor de comidas rápidas. Pese a esos arranques de nostalgia, “todo lo que viví con la gente más humilde, me enseñó a ser más fuerte, porque todo trabajo dignifica”.
“Nunca dejé que esto por lo que estaba pasando fuera motivo de depresión, sino más bien le busqué el lado positivo y comprendí que la vida es bella en cualquier circunstancia”, acota.
César sigue a la espera de un apoyo jurídico para mejorar su situación, que le permita poner al servicio del país sus dones, aquello que no puede hacer en Venezuela. Esto queda de lección para muchos sobre todo cuando se topen con vendedor ambulante, un repartidor, que detrás de ese migrante hay alguien que se vio obligado a huir como Jesucristo a propósito de las palabras de Francisco.