Hilari Raguer mucho más que el monje que se alineó con el independentismo y se convirtió en abanderado de la república catalana. Sin embargo, la polarización de la vida política hace que el primer ‘flash’ sobre el benedictino fallecido a los 92 años eclipse su faceta como un reconocido historiador de la Iglesia del siglo XX que le llevó a formar parte de la comisión promovida por el Ejecutivo del Rodríguez Zapatero para la resignificación del Valle de los Caídos.
Su conocimiento sobre el nacionalcatolicismo era tal que no tenía problema alguno en condenar en voz alta la connivencia de la Iglesia española con el franquismo y reclamar una petición de perdón por su “complicidad en la represión”. De la misma manera que no callaba sus denuncias, sus investigaciones le llevaron a poner sobre la mesa cómo el secretario vaticano de Estado, Eugenio Pacelli, que después se convertiría en Pío XII, hizo lo imposible para evitar que los obispos españoles publicaran una carta colectiva de apoyo a Franco en 1937.
Batallador incansable y sin complejos, falleció convencido de que el Vaticano acabará negociando la independencia de Cataluña. “Si hay un caso en Europa en que se cumpla la condición de unidad forzosa que según el papa Francisco legitima la secesión, es Cataluña”, llegó a escribir para rebatir al cardenal Fernando Sebastián, que en Vida Nueva, defendió tras el 1 de octubre que “el nacionalismo es ruptura. Se quiera o no, desgarra el tejido social, enfrenta a las personas, divide las familias”. Raguer se mostraba convencido de que “Cataluña es una nación milenaria, de base no étnica sino cultural, con una identidad cuajada, con un estilo de vida peculiar, con una lengua propia y con un sistema de valores forjado a lo largo de su historia”.
Su espíritu crítico lo llevó también de puertas para adentro de su monasterio. Raguer denunció públicamente abuso de autoridad y prácticas homosexuales de algunos de los monjes, lo que le llevó a estar unos meses ‘exiliado’ en el convento de El Miracle, junto con Evangelista Vilanova y Andreu Soler.
Nacido en Madrid, ingresó en la comunidad de Montserrat con 26 años, ordenándose con 32. Investigador incansable sobre la Segunda República y la Guerra Civil, llegó a formar parte de un colectivo clandestino antifranquista donde coincidió con Jordi Pujol. Tal fue su implicación en la lucha contra la dictadura, que acabó encarcelado en el castillo de Montjuïc durante siete meses por “ultrajes a la nación española y el sentimiento de su unidad”.
Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, ha sido profesor de Sagrada Escritura e Historia Contemporánea de la Iglesia. En los años sesenta, fue destinado a Medellín donde fue maestro de novicios y docente tanto en la Universidad Bolivariana como en el Instituto de Liturgia del Consejo Episcopal Latinoamericano. A su prolífica obra como analista de la Historia de España y Cataluña, también se unen obras de espiritualidad.