“Recojamos la vida de don Raúl para fortalecer el coraje, cultivar la bondad y multiplicar la solidaridad como expresiones de la fraternidad humana”, dice al concluir su carta al director de El Mercurio el presidente de la Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez, obispo emérito Manuel Camilo Vial.
Al recordar el natalicio del cardenal, Vial destaca su familia, en la que tuvo 17 hermanos, “que contribuyó a forjar un carácter valiente y decidido para abordar las necesidades y adversidades”; su formación como salesiano de don Bosco donde hizo suya la propuesta de “ser buenos cristianos y honestos ciudadanos”; y su servicio pastoral en el que fue “cercano con el pueblo y los más necesitados, promoviendo numerosas acciones comunitarias, de solidaridad y respecto a los derechos humanos”.
Raúl Silva Henríquez, sdb, nació en 1907, se tituló de abogado e ingresó a la congregación salesiana donde fue ordenado sacerdote en 1938 y destinado a distintos colegios de su congregación. Siendo sacerdote es notable la cantidad de instituciones que fundó, tales como la Federación de Establecimientos Educaciones (FIDE), Caritas-Chile (incluso fue presidente de Caritas Internationalis), el Instituto de Viviendas (INVICA), Banco del Desarrollo, Instituto Chileno de Migración, Aldea de Niños, Oficina de Asistencia Campesina, y otras.
Fue consagrado obispo en 1959 y nombrado a la diócesis de Valparaíso, hasta 1961 cuando fue trasladado a Santiago donde fue su arzobispo hasta 1983 cuando cumplió 75 años. En este cargo vivió un período traumático de la historia del país debido a las crecientes demandas sociales y la fuerte polarización que culminó con el golpe militar. Allí mostró su fuerte compromiso social con los más pobres, al hacer la reforma agraria, entregando a sus trabajadores la tierra de las propiedades rurales del arzobispado; su incansable defensa de la dignidad humana al crear el Comité Pro Paz inmediatamente producido el golpe cívico-militar y luego la Vicaría de la Solidaridad; y su tenaz fomento del desarrollo popular a través de organizaciones sociales, banco y ONG’s de apoyo a sectores populares y campesinos.
Su pensamiento estuvo marcado por su disposición al diálogo que muchas veces le llevó a mediar en conflictos sociales y políticos. En sus homilías, discursos, cartas pastorales, declaraciones y mensajes dejó como legado su visión humanista, atenta a los más pobres, lúcida para enfrentar con vigor los acontecimientos.
Siendo emérito, en noviembre de 1991, escribió uno de sus más reconocidos documentos: “Mi sueño de Chile”, que lo inicia diciendo: “Me preguntan por el país que sueño o que deseo. Y debo decir que mi deseo es que en Chile el hombre y la mujer sean respetados”. Más adelante insiste: “Quiero que en mi país todos vivan con dignidad. La lucha contra la miseria es una tarea de la cual nadie puede sentirse excluido. Quiero que en Chile no haya más miseria para los pobres”.
“Quiero un país donde se pueda vivir el amor, agrega. ¡Esto es fundamental! Nada sacamos con mejorar los índices económicos o con levantar grandes industrias y edificios, si no crecemos en nuestra capacidad de amar. Los jóvenes no nos perdonarían esa falta. Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se les responda como ellos se merecen”.
En 1978, el cardenal Raúl Silva recibió el Premio de Derechos Humanos de Naciones Unidas y su obra, la Vicaría de Solidaridad, también fue galardonada en 1986 con el Premio Príncipe de Asturias. En 2007, en un acto conmemorativo de su muerte, la expresidenta Michelle Bachelet se refirió al cardenal diciendo: “Fue un mensajero de esperanza, justicia y verdad. Fue valiente y asertivo para advertir a quienes detentaban el poder, que había límites que nadie debía transgredir”.