Qué duda cabe de que estamos ante el Domund (18 de octubre) más difícil en años. Y es que, como Francisco describió en su mensaje para la cita misionera por excelencia, el mundo se encuentra paralizado por el Covid-19: “Estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados. El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana”. Aunque, para Bergoglio, hay un candil que ilumina la esperanza: “En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder”.
¿Cómo encarnan este reto quienes han entregado su vida al dejar atrás a sus familias y hogares para abrazar a los últimos? Consagradas y consagrados que, acostumbrados a todo tipo de privaciones, permanecen allí donde otros se van. Semillas de fe que, en estos tiempos marcados por el azote del coronavirus, desgastan su vida por asegurar a su gente una digna atención sanitaria o el acceso a la necesaria educación, aunque sea más allá de las aulas cerradas.
Esta respuesta samaritana la representan perfectamente la santanderina Rosario García y la gaditana Isabel Fernández, Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús en Bikop, en Camerún. “Nuestra congregación –contextualiza García, que llegó al país hace 25 años, estando primero en Kinshasa– inició aquí su misión en 1966, centrándose en la atención sanitaria y en la educación de las niñas en un dispensario que ha evolucionado mucho según las circunstancias. Empezó siendo un centro de salud y acabó siendo un pequeño hospital en el que llevamos a cabo cirugías, consultas, pruebas… Hacemos un poco de todo, tratando a muchas personas con sida, tuberculosis o en cuidados paliativos”.
Fernández, quien lleva en África desde 2016, a caballo entre Camerún y Guinea Ecuatorial, volviendo recientemente a Bikop, cuenta cómo ha afectado el COVID-19 a su día a día: “Desde que empezó el confinamiento, el 17 de marzo, tomamos todas las medidas de seguridad en el dispensario. Además, uno de nuestros objetivos básicos es formar y sensibilizar a la población de cara a la importancia de esta enfermedad; algo ciertamente difícil, ya que mucha gente no cree en su existencia. Ha costado, pero hemos avanzado mucho en este sentido a lo largo de los meses”.
Y es que, como concuerda García, “para la gente está latente esa mezcla entre la hechicería y la enfermedad como tal”, lo que dificulta mucho su trabajo. Con todo, se han volcado y han conseguido hacer “unos 500 test, detectando 80 casos positivos, registrándose un único fallecido, que tenía múltiples patologías de base y que abandonó el centro y optó por volver a su pueblo. Pero el resto ha respondido bastante bien al tratamiento, por lo que podemos afirmar con satisfacción que aquí, como en otros puntos del África subsahariana, la pandemia no ha tenido tanto efecto”.
Entre los factores que explicarían esta menor incidencia estarían “la mayor juventud de la población y el hecho de que estamos ante personas más acostumbradas a sufrir todo tipo de enfermedades, siendo gente muy luchadora”.
Ahora, recalca Fernández, “nuestra lucha principal es que la gente se mantenga concienciada de que la pandemia está ahí. En el ambiente flota que es algo que ya pasó y solo está en otros países, por lo que el reto es alertar de su importancia y evitar caídas, además de tener un seguimiento de todos los asintomáticos. Es clave que no bajemos la guardia y se mantengan las medidas sanitarias”.
Un objetivo en el que, como valora García, “la Iglesia se ha comprometido de un modo radical, apoyando la buena labor del Gobierno y concienciando fuertemente desde las parroquias sobre este reto, con la apelación constante a la prudencia y a cuidar de los más débiles”. Algo fundamental para paliar la situación, que “sí ha tenido un fuerte coste económico y social, notándose mucho el cierre de los colegios”.
Otro factor que apunta Fernández es que, “al ponerse el foco en el coronavirus, sí ha habido un menor seguimiento, en general y por los impedimentos del confinamiento, sobre otras enfermedades crónicas, como el sida y la hepatitis, que aquí afectan a tanta gente”. “Hasta el punto –añade García– de que han llegado menos ayudas del Gobierno y ha habido momentos de preocupación ante la falta de retrovirales, salvándonos que tenemos una pequeña despensa de ellos”.
A nivel de fe, esta es una experiencia que deja un poso en ambas. “Nuestro carisma –cuenta Fernández– incide mucho en la reparación. Siempre queremos estar con la población más sufriente y rota, para repararles el corazón… Algo que nosotras buscamos hacer de un modo integral, que engloba a la persona. La acogemos tal y como es”. “De ahí –apostilla García– que, en todas nuestras oraciones con y por las personas con enfermedades crónicas a las que acompañamos, resulte muchas veces fundamental una sola palabra de apoyo. El pueblo camerunés es muy creyente y eso le ayuda a vivir con esperanza, alegría y humor a pesar de las dificultades, confiado y en las manos de Dios”.
“Igualmente –abunda Fernández, mientras señala a la hermana Aurelia Serrano, quien llegó en 1971 y fue una de las fundadoras del dispensario–, es fundamental el trabajo en equipo. Tanto por la comunidad que impulsamos la clínica como por el personal que trabaja con nosotras y que es fiel a nuestro carisma a la hora de acercarse a los enfermos”. “Esto –concluye García– es muy importante para nosotras. De hecho, cada semana tenemos un momento para compartir todos juntos, ya sea una charla de formación o un tiempo de adoración eucarística”. Eso sí, han debido de adaptar todo culto a las restricciones sanitarias… Pero siempre encuentran “un modo de mostrar a Jesús, aunque sea con una sencilla oración en el patio”.