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Luis Carlos Rilova: “La pandemia del hambre viene ahora”





Un cura amigo le dijo: “Ahora o nunca”. En ese momento, dio el salto a África. El runrún le había acompañado desde que entró con 13 años en el seminario de Burgos y se ordenó con 26. El 13 de agosto de 2007, Luis Carlos Rilova aterrizaba en Zimbabue, tras un año de estudio de inglés en Irlanda y otro tanto de experiencia sacerdotal en su Archidiócesis de Burgos. También se coló un mes de experiencia de verano en Benín que le dejó mal sabor de boca porque contrajo la malaria. Aquello es hoy una anécdota.



Sobre todo, después de levantar desde cero una misión en Lusulu, con 30 kilómetros de radio y un censo, a ojo de buen cubero, de unas 35.000 personas. De la mano de un sacerdote local, se la recorre de arriba a abajo constantemente. Con una peculiaridad. En esta región situada en el noroeste del país y perteneciente a la Diócesis de Hwange, no existe ni tan siquiera el concepto de poblado.

Sus habitantes viven en cabañas diseminadas, lo que dificulta todavía más el acceso y generar comunidad. “Algún paso hemos dado”, expresa con humildad sobre su trabajo para organizar con eficacia la animación pastoral, la formación de los líderes catequistas, acompañar a los niños y jóvenes, la caridad…

Así han logrado levantar un centro que sirve para mantener reuniones generales, con dormitorios corridos e instalaciones básicas de cocina y aseo para organizar encuentros de los diferentes agentes. De la misma manera, ha activado 22 comunidades cristianas que se reúnen todos los domingos para celebrar la Palabra.

“Nosotros rotamos para que puedan vivir la eucaristía cada mes y medio, cubriendo cuatro núcleos cada domingo, mientras que, entre semana, nos centramos en el acompañamiento”. Además, atienden pastoralmente a 40 escuelas de Primaria con 400 alumnos, así como cinco colegios de Secundaria. Incluso han creado una hoja parroquial mensual “que se ha convertido en instrumento de comunión y planificación”.

Muchas necesidades

“Es una zona sin servicios, donde se pasan muchas calamidades”, explica el misionero, sabedor de que, cada vez que alguien se acerca para compartir que tiene “un problema”, siempre hay detrás una necesidad económica severa, vinculada fundamentalmente con la salud, bien para poder operarse o, simplemente, para ser atendidos en una consulta en el hospital.

Cuando se le pone encima de la mesa la cuestión del coronavirus, este burgalés mira con preocupación el mapamundi. Oficialmente, en Zimbabue hay 100.000 infectados y unos 250 muertos. “No ha entrado muy fuerte, a pesar de estar al lado de Sudáfrica, que tiene cifras similares de contagio a España”, detalla sobre el trasiego constante de población que entra y sale del país para ganarse la vida. Un tráfico que se ha frenado prácticamente en seco. Y es ahí donde él ve el daño colateral más alarmante del COVID-19.

“Al confinarse el país y limitarse los movimientos, se ha congelado la economía doméstica y la llegada de divisas de los familiares que se marcharon a trabajar fuera. Aquí la gente sobrevive buscándose la vida con el mercadeo del día a día”, expresa entristecido, consciente de la especial incidencia en las zonas urbanas, puesto que en el campo siempre se puede echar mano de un autoabastecimiento mínimamente básico, aunque insuficiente. “Este año estamos pasando hambre”, le llega de los diferentes grupos de Whatsapp de su gente en Lusulu. “Este hambre es la pandemia que viene ahora y la que más me preocupa”, apostilla él.

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