Una película documental producida en cooperación con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) sobre un misionero que vive con el pueblo dassanech, a orillas del río Omo de Etiopía, que trabaja para superar la violencia entre tribus a través de la evangelización y la reconciliación, fue seleccionado en la categoría de mejor documental para el 23º Religion Today Film Festival de Trento, Italia, que ha tenido lugar del 23 al 30 de septiembre.
‘From every clan’ (‘De cada uno de los clanes’) está dirigida por Magdalena Wolnik, autora de varias docenas de documentales realizados en cooperación con la productora Catholic Radio and Television Network (CRTN) y la fundación ACN. Wolnik ha filmado en 16 países, entre ellos Angola, Brasil, Camboya, Indonesia, Myanmar y Pakistán. María Lozano, de ACN, conversa con ella en esta entrevista.
PREGUNTA.- ¿Cómo se topó con esta historia?
RESPUESTA.- La primera visita a Omorate me deparó las horas más terribles que he pasado en Etiopía. Fuimos allí con el obispo de Soddo, Mons. Tsegaye Keneni Derara, y el P. Andrzej Halemba, entonces responsable de los proyectos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que apoyan actividades de la Iglesia en todo el país. Llegar al valle del río Omo, a lo largo de la frontera de Kenia y Sudán del Sur, no es fácil, solo hace dos años se construyó una carretera decente. Llegamos a nuestro destino por la tarde, después de muchas horas de trayecto, y nos instalaron en una pequeña casa de huéspedes, construida por afanosos jóvenes sacerdotes que se habían olvidado de la ventilación, las mallas en las ventanas y los mosquiteros.
Por supuesto, no esperábamos que hubiera electricidad. Afuera, aparte de los mosquitos, uno pisaba escorpiones camino a la casa y se encontraba con algunas serpientes venenosas, así como con hienas que aprovechaban la ausencia de una cerca. Con cuarenta grados centígrados, incluso de noche, y sin aire, era imposible dormir. El infierno en la tierra. El P. Goesh parecía profundamente convencido de que Dios le había enviado a ese lugar y a la gente que habita esa tierra, y parecía imposible vivir allí sin esa fe. Después de las primeras horas y conversaciones con él, supe con certeza que regresaríamos con una cámara.
P.- ¿Cómo fue la filmación? ¿Fue difícil involucrar a la gente?
R.- Una vez comenzamos a filmar, las cosas no hicieron sino empeorar. Cuando no era el calor, era un fuerte aguacero y un barro pegajoso, con multitud de escorpiones emergiendo de él. Cuando no era una plaga de insectos que te impedía abrir la boca, entonces era una tormenta de arena que instantáneamente cubría todo el paisaje con polvo marrón. Además, nuestra recién estrenada grabadora de sonido se averió al segundo día.
Al principio, los aldeanos no se mostraron amigables. Allí los extraños no pueden entrar en su recinto, y mucho menos en su cabaña. Nos ganamos su confianza al final, pero más bien gracias a la que ya se había granjeado antes el P. Goesh. Él fue nuestro pasaje al fascinante mundo de la tribu dassanech. Nos sentimos privilegiados y agradecidos de que se nos permitiera filmar con nuestra cámara detrás del velo de la inaccesibilidad, la individualidad y la singularidad que esta etnia tiene derecho a proteger. Cada vez más turistas han acudido en los últimos años al Valle del Omo, rico en “tribus exóticas”, este encuentro de dos mundos es, a veces, violento y destructivo. Así que intentamos ser totalmente respetuosos, humildes y amables.
P.- ¿Por qué esta historia?
R.- Esta película, por un lado, pretende mostrar a un grupo étnico único que, mientras sigue llevando un estilo de vida muy tradicional y libra sangrientas batallas con las tribus locales, se encuentra, repentinamente, en colisión con un cambio, incluido el cambio climático, con la inevitable sequía y el hambre que trae consigo. Esta etnia necesita un guía capaz de ayudarla a afrontar y manejar esta realidad, pero no solo en términos materiales, incluidos la educación, la agricultura y los conocimientos necesarios para sobrevivir en un mundo cambiante, sino también en términos espirituales. ¿Cómo dejar de librar guerras destructivas? ¿A quién confiar la propia vida?
P.- El P. Goesh, el sacerdote, parece desempeñar un papel importante para la comunidad. ¿Es eso cierto?
R.- Uno de los jefes de la aldea nos presentó espontáneamente al P. Goesh, explicando quién es para ellos: “El padre nos ha explicado cómo convivir con nuestros vecinos y nos ha enseñado lo qué significa la paz”. Otro añadió: “Él es nuestro hermano. Es un hombre de Dios. Nos ha enseñado cómo adorar a Dios”.
P.- ¿Qué quiere transmitir con esta película?
R.- El pueblo dassanech es una tribu hermosa, intacta y fascinante. No obstante, no se trata de una película antropológica pues es también la historia del P. Goesh Abraha: un etíope del norte montañoso que decide vivir entre esta gente. Vivir con ellos, compartir sus preocupaciones y transmitirles la profunda creencia de que Dios es más que mi o tu cultura y tradición, más de hecho que cualquier gran cultura. Que Él puede otorgar libertad y paz a cada uno de nosotros. Que Él es de cada cultura, de cada clan.
El P. Goesh está construyendo una capilla en la selva con fe en que, con el tiempo, los clanes y tribus enemistados terminarán rezando juntos. Que harán suya esta iglesia, con la que se identificarán como con un signo de paz, reconciliación y esperanza. También es un hombre feliz que dice que uno puede aprender a amar una cultura que no es la propia, abrazar y aceptar lo desconocido: los olores, los sabores, incluso los desafíos de vivir en este lugar aparentemente inhabitable. Y eso te cambia.
P.- ¿Cuál fue el momento más emotivo?
R.- Omorate es los Hechos de los Apóstoles vividos hoy día. San Pablo soñó con un hombre macedonio que le suplicó: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Así es como comenzó la evangelización de Europa. El P. Goesh ha viajado por estas tierras, desde Kenia hasta Adigrat, y así conoció a la tribu dassanech, que combatía a las tribus locales y con la que nadie se había atrevido a dialogar. Entonces, sintió que debía intentar vivir en esta difícil tierra. San Pablo y él estaban convencidos de que Dios los enviaba a tierras y pueblos desconocidos, con los que tenían que encontrar un lenguaje común para llevarles la Buena Nueva, que también trae la paz.
Tales lugares y tales personas hacen que nos preguntemos: ¿Tenemos también nosotros ese entusiasmo, esa preocupación por aquellos que están fuera del alcance del Evangelio? Y nosotros, que vivimos en paz y comodidad, ¿nos preocupamos por las personas que siguen experimentando una gran marginación y pobreza? Omorate provoca tanto entusiasmo como reflexión, Espero que nuestra película también lo haga.