El papa Francisco, antes de ofrecer dos oraciones, cierra su nueva encíclica ‘Fratelli Tutti’ con una mención a algunos referentes que son una inspiración en su vivencia de la “fraternidad universal” que propone a través de las páginas del documento. Cita, necesariamente, a san Francisco de Asís y a otros no católicos como Martin Luther King, Desmond Tutu, Mahatma Gandhi… pero dedica una mención más prolija (núms. 286-287) a “otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld”.



De Foucauld escribe Francisco que “fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano”. En este sentido, el Papa resalta su manera de evangelizar –tan lejana al proselitismo clásico– era poniendo en práctica su “deseo de sentir a cualquier ser humano como un hermano”; como cuando “pedía a un amigo: ‘Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos’”. Y, concluye Francisco: “Quería ser, en definitiva, ‘el hermano universal’. Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén”.

Volver a la vida de Nazaret

El 1 de diciembre de 1916 unos forajidos atacaron la ermita en la que vivía en el desierto argelino el trapense Carlos de Faucauld. Tenía 58 años y en su vida había pasado etapas como la de militar –era vizconde de cuna– o geógrafo en Marruecos. Una peregrinación a Tierra Santa y otras experiencias en Francia –especialmente gracias a un sacerdote ejemplar– y el Itinerario Otomano le llevaron a una Trapa en la actual Turquía donde compondría su oración del abandono –“Padre, me pongo en tus manos…”–. Tras ordenarse sacerdote en 1901 se establece en el Sahara argelino donde combatirá la esclavitud de los bereberes y tuaregs…

En los 15 años que pasó en el desierto como ermitaño en Béni Abbès, en Hoggar y en Tamanraset estudió la lengua y la cultura tuareg y vivió su ministerio desde la vivencia de su vida consagrada, marcada por la experiencia de haber vivido 3 años en Nazaret donde fue jardinero en un monasterio de clarisas en el que reparó una caballa. En el desierto fraguó una idea de fraternidad que practicó con el ejemplo como único modo de evangelización o creó el ‘rosario del amor’ para cristianos y musulmanes.

“No tenemos una pobreza de convención, sino la pobreza de los pobres”, Carlos de Foucauld

¿Cuántas conversiones?

Siempre cuentan que en 15 años en Argelia, Carlos de Faucauld no convirtió ni a uno solo de los tuareg a los que tanto defendió y tanto quiso –y eso que hay quien cree que el pobre trapense fue hasta su último día un infiltrado de la colonización francesa–. Sin embargo está su propia conversión, su encuentro con el Dios vivo a través de la vuelta a Belén, a Nazaret y vivir la hospitalidad y siendo alabanza a Dios con su vida ante la humanidad a través de la pobreza y el amor al prójimo.

Sin embargo, quienes hoy beben de sus espiritualidad se cuentan por millares. “Carlos de Foucauld ha influido de modo notable en la espiritualidad del siglo XX, y sigue siendo, en este principio del tercer milenio, una referencia fecunda, una invitación a un estilo de vida radicalmente evangélico, y esto más allá incluso de quienes pertenecen a las diferentes agrupaciones que forman su numerosa y diversificada familia espiritual”, destacó el cardenal José Saraiva Martins en su beatificación.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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