La nueva encíclica de Francisco busca interpelar al lector. A través de ‘Fratelli Tutti’, el Papa busca el posicionamiento de quien la tiene entre sus manos para que se deje cuestionar por cada uno de los temas que plantea en relación a la fraternidad universal y la amistad social.
Con este recursos pedagógico, Jorge Mario Bergoglio recopila hasta 41 preguntas a lo largo del texto que van más allá de un mero examen de conciencia para los hombres y mujeres “de buena voluntad” del siglo XXI y que tampoco se presentan como un mero cuestionario a modo de encuesta. Vida Nueva recoge estas cuestiones en 25 bloques temáticos. Unas interrogantes que esperan una respuesta, no sobre el papel, sino en el día a día de quien se enfrenta a ellas, desde una interrogante básica que hila todo el documento: ¿Quién es mi prójimo”.
Al comenzar su análisis de la realidad en ‘Fratelli tutti’, Francisco advierte de caer en “una especie de ‘destruccionismo’ donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero”. Desde ahí, comparte una de las preguntas que ya lanzó a los jóvenes en la exhortación ‘Christus vivit’: “Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice?”
En esta misma línea, el Papa expone que “un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras”. Desde ahí, se lanza: “¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción”.
Bergoglio se muestra preocupado porque “un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso”. “En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino?”, escribe.
El Papa cuestiona si la proclamación de los derechos humanos hace 70 años se ha traducido en que la dignidad de todos los seres humanos sea protegida. “En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados”, argumenta. En este punto, se pregunta: “¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?”.
Al abordar el papel de los medios de comunicación en el mundo de hoy, lamenta que “los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital”. A renglón seguido plantea: “¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?”.
Francisco reproduce parábola del Buen Samaritano, que sirve de hilo conductor para la encíclica. Asi, hace suyas las preguntas del pasaje de Lucas (Lc 10, 25-37):
A partir de ahí, el Papa repasa cómo “la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros”: “Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible”.
También busca confrontar al lector al detener en el libro de Job: “¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?” (31,15).
Al ahondar en los personajes de la parábola del Buen Samaritano, el Papa propone al que está al otro lado que se ponga en la piel de uno de ellos, especialmente del hombre apaleado en el camino: “¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles”. Es aquí, cuando lanza un dardo incontestable: “Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas”.
A partir de la parábola, Francisco divide la sociedad en dos tipos de personas: “las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo”. Toca elegir. “En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. A continuación, el Papa anima a posicionarse: “Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo”.
El Papa va más allá en su análisis del texto evangélico, al compararlo con el mundo actual “donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino”. “En su parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus corazones?”, deja caer. Y añade en su meditación: “Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre”.
El Papa propone también al lector ponerse en el lugar de los salteadores, especialmente en su huida tras cometer el delito. “Hemos visto avanzar en el mundo las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos intereses de poder, acumulación y división”, contextualiza. Y apstilla: “La pregunta podría ser: ¿Dejaremos tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos internos?”.
Al abordar el comportamiento del sacerdote y el levita que no socorren al herido en el camino, el Papa sentencia que “una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”. Así, echa mano de San Juan Crisóstomo para visibilizar “este desafío que se plantea a los cristianos”: “¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez”.
Siguiendo con la parábola, Bergoglio denuncia que “hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad”. Llega a afirmar que “el engaño del ‘todo está mal’ es respondido con un ‘nadie puede arreglarlo’, ‘¿qué puedo hacer yo?’”. Ante esta pregunta, el Papa advierte de caer en “el desencanto y la desesperanza” frente a la necesidad de llenarse de “un espíritu de solidaridad y generosidad”.
Francisco insiste de nuevo en el punto 81 en la pregunta clave que precede a la parábola del Buen Samaritano: “¿Quién es mi prójimo?”. Y lo hace para aclarar que Jesús “no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos”.
El Papa se sumerge en el pasaje del encuentro entre Jesús y la samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Jn 4,9). Y lo hace para pedir en ‘Fratelli Tutti’ “que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos”.
En la encíclica Francisco distingue el término prójimo de socio, esto es, de quienes responden desde la gratuidad a quienes buscan beneficios personales de toda acción, porque solo se miran a sí mismos y no al otro. Es ahí cuando plantea: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial?”.
Francisco aborda en la encíclica los tres pilares de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Desde ahí, se pregunta: “¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores?”.
Al detener en la igualdad, denuncia que “tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que ‘todos los seres humanos son iguales’, sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad”. Y apunta que “Los que únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados”. “¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que no pertenece al círculo de los socios y llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia?”, cuestiona.
En ‘Fratelli tutti’ Francisco expone lo que podría ser un manual para ejercer la política desde el servicio, desde la caridad. Y arranca planteándose una pregunta básica tras constatar “los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos”, así como” las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología”. “Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”, deja caer.
El Papa reivindica que “también en la política hay lugar para amar con ternura”. Así, recupera su intervención en las charlas TED de 2017: “¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos”.
Es más, Francisco pone a los políticos frente al espejo y les insta a mirarse más allá del “maquillaje mediático”. “Pensando en el futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: ‘¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?’. Porque, después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: ‘¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?’. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: ‘¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?’.
“¿Es posible prestar atención a la verdad, buscar la verdad que responde a nuestra realidad más honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un largo camino de reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e inviolable?”. Son las preguntas que lanza el Papa a la hora de exponer que la sociedad ha de asumir “un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana”.
Francisco ahonda en ‘Fratelli tutti’ en la necesidad de lograr consensos en la comunidad internacional que no sean una mera puesta en escena. Así, se pregunta: “¿No podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado el “consenso” de una población adormecida y amedrentada?”.
Frente a la defensa de un “nosotros”, de la conciencia de fraternidad, Francisco alerta: “El individualismo indiferente y despiadado en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los valores más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales?”.
El Papa planta cara al relativismo y defiende que solo es posible llegar a un diálogo “enriquecido e iluminado por razones”, cuando se reconoce que existen “valores básicos” que “están más allá de todo consenso”: “Los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y nunca negociables”. Este es el punto de partida para plantear: “Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque detrás de eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede captar?”.
Francisco recupera uno de sus discursos en su viaje a Ecuador en 2015 para apuntalar que la paz social solo se construye con la participación de todos y cada uno: “¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete?”.
A la hora de abordar los procesos de reconciliación tras conflictos y guerras, el Papa recuerda que A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón social”. “¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido”, comparte.