En 1892, el pediatra Jaime Guerra y el sacerdote barceloneses padre Bernabé hicieron realidad su proyecto de crear un nuevo hospital para los hijos de los trabajadores pobres que hasta entonces tenían que visitar el desbordado Asilo Cuna del Niño Jesús.
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Con la madre Carmen y un grupo de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, se puso en marcha el Hospital del Niño Dios, al que seguirían una Escuela de Enfermería, un Centro de Día, una Escuela de Educación Especial, un hogar residencia y diferentes talleres ocupacionales, tratando de forma muy significativa a las personas con discapacidad intelectual. Desde 2019, la Fundació Nen Déu es la denominación bajo la que se desarrolla una ingente obra social que cuenta, entre otros apoyos, con el Arzobispado de Barcelona, miembro de su patronato.
En medio de todo este conglomerado, el Banco Sabadell se ha fijado en el proyecto ‘Todos necesitamos poder comer’ (‘Dinners That Matter!’), que ayuda a reforzar la alimentación de unas 240 personas. “La mayoría de nuestros alumnos presentan graves dificultades para realizar la función básica de la alimentación. Es por esto que necesitan, todos los días del curso escolar, monitores especializados que les ayuden a triturar, cortar, ingerir…, así como motivarles para que realicen esta función de la forma más autónoma posible”, explican desde la fundación.
Lograr la máxima autonomía
En estos 128 años de trabajo y de ampliación del campo de misión de la institución, la búsqueda de una mayor autonomía de las personas más dependientes y con discapacidad siempre ha sido un empeño. La intervención en el momento de la comida para que los niños puedan ir creciendo en este sentido es clave. Así lo recalca Cecilia Méndez García, responsable de comunicación de la Fundació Nen Déu, para quien “lograr la máxima autonomía posible hace que las personas vayan teniendo una mayor calidad de vida”.
Por ello, este proyecto es clave en la escuela especializada que tiene la fundación, la Escola del Nen Déu. En ella se educa y cuida a 120 alumnos de entre 3 y 21 años con diferentes grados de discapacidad intelectual, organizados en 15 clases. De estos, 114 se quedan en el comedor, y el personal que los atiende en otros momentos del día no basta, ya que se multiplican los detalles que cuidar.
“Para estos niños, comer no es solo comer, es mucho más”, insinúa Méndez, que destaca que, en función de la situación de cada uno de ellos, hay que atender la realidad específica de quien tiene dificultad para manejar los cubiertos, masticar, tragar o valorar la cantidad que necesita en cada ingesta, además de potenciar que vayan creciendo en la autonomía que cada uno puede alcanzar en ese momento que se repite cada día.
Refuerzo de personal
En todo caso, esta necesidad no es nueva. La actual gerente de la fundación, sor María del Pilar Muñoz Blanco, comenzó su labor como monitora de comedor en 1987. Así, descubrió su vocación religiosa y, en 1988, ingresó en las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones. “A la hora de comer se trabaja muchísimo”, señala la responsable.
Para ello, se refuerza el colegio con entre 31 y 34 monitores que puedan hacer un seguimiento y acompañamiento más personalizado de ese momento en el que algunos tienen necesidades muy básicas. Su presencia es necesaria “para dar calidad en el servicio y la atención en función de la situación de cada alumno, algunos con necesidades muy asistenciales”, asegura. Los educadores que están en el aula no podrían atender a todas las personas, por eso la fundación refuerza este momento gracias a las donaciones y la financiación privada que reciben.