Centenares de encíclicas escritas por los papas en los últimos siglos reposan tranquilamente en los anaqueles de las bibliotecas eclesiales o en las hemerotecas, condenadas al olvido. Solo unas pocas son consultadas o citadas. Señalo algunas de ellas: la ‘Rerum Novarum’ de León XIII, la ‘Pacem in terris’ de Juan XXIII, la ‘Populorum Progressio’ de Pablo VI, la ‘Centessimus Annus’ de Juan Pablo II. No son textos teológicos o doctrinales; abordaron desde una óptica cristiana los grandes problemas de su tiempo e iluminaron las respuestas que la Iglesia ofrecía. Creo que la ‘Fratelli Tutti’ de Francisco sobre la fraternidad y la amistad social formará parte de esas encíclicas que marcan su tiempo y pasará a la historia como una aportación de alto nivel moral a una humanidad asaltada por la expansión del coronavirus.
A este propósito, creo necesario aclarar que Bergoglio ya había empezado a trabajar sobre la que sería su tercera encíclica bastante antes del Covid-19, pero la explosión de la pandemia ha dado un nuevo vigor a su reflexión en un contexto más dramático. En concreto, después de haber firmado en Abu Dabi con el Gran Imán de Al Azhar, Ahmad Al- Tayyeb, el ‘Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común’ (4 de febrero de 2019), se puso en marcha el mecanismo preparatorio de la Fratelli tutti.
El 26 de agosto, el obispo de Rieti, Domenico Pompili, ya desveló que, “en poco tiempo, el papa Francisco publicará una encíclica sobre la fraternidad humana”. Era un rumor bien fundado, pero la Santa Sede ni lo confirmó ni lo desmintió. El 5 de septiembre, el portavoz vaticano, Matteo Bruni, informaba de que, “en la tarde del sábado 3 de octubre, el Santo Padre se desplazará a Asís para firmar la nueva encíclica. (…) Llegará al Sacro Convento, donde celebrará la santa misa en la tumba de san Francisco y, al final, firmará la encíclica”.
Dicho y hecho, aunque con alguna sorpresa. El pasado sábado 3, Bergoglio despegó en helicóptero del Vaticano en torno a las diez de la mañana para aterrizar una hora después en Asís, pero antes realizó una visita sorpresa al convento de la clarisas situado en Spello (a unos 15 kilómetros de la ciudad del Poverello). Ya en enero del año pasado sorprendió a las religiosas con su presencia inesperada. La experiencia fue muy grata para él y decidió repetirla. Rezó con la comunidad y almorzó con las monjas, suscitando el alborozo que puede imaginarse.
Ya en Asís, a las tres de la tarde, celebró la Eucaristía ante la tumba de san Francisco, situada en la cripta de la basílica inferior. Una celebración muy sencilla –sin mitra ni báculo– y a la que solo asistieron una treintena de personas, en su mayor parte miembros de la comunidad franciscana. Al final y sobre el altar, firmó tres ejemplares de la encíclica que le presentó Paolo Braida, jefe de la Primera Sección de la Secretaría de Estado, responsable de las traducciones y discursos papales.
“Él se ocupa de todo –dijo Francisco– y por eso he querido que estuviese presente hoy aquí y me trajese la encíclica”. Luego hizo llamar a dos monseñores de la Secretaría de Estado: el español Juan Antonio Cruz, que está al frente de la Sección de Lengua Española, y el portugués Antonio Ferreira da Costa. “Lo hago –añadió– como un gesto de gratitud a la Secretaría de Estado, que ha trabajado en la redacción y traducción. Estos traductores son humildes”. Inmediatamente, regresó a la Ciudad del Vaticano.
El domingo 4, festividad litúrgica de san Francisco de Asís, después de la oración del ángelus, el Papa reconoció que, como en la Laudato si’, se había inspirado en el santo patrón de Italia: “Los signos de los tiempos muestran claramente que la fraternidad humana y el cuidado de la creación son el único camino hacia el desarrollo integral y la paz, como ya indicaron los santos papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II”
Poco antes, en el Aula Nueva del Sínodo, tenía lugar la conferencia de prensa para presentar la nueva encíclica bergogliana. En ella participaron el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado; el cardenal Miguel Ángel Ayuso, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso; Mohamed Mahmoud Abdel Salan, secretario del Alto Comité para la Fraternidad Humana; Anna Rowland, profesora de la Universidad de Durban (Reino Unido); y Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio.
“La encíclica –dijo Parolin– no se limita a considerar la fraternidad como un instrumento o un deseo, sino que delinea una cultura de la fraternidad que hay que aplicar a las relaciones internacionales (…). A los responsables de las naciones, a los diplomáticos, a todos los que trabajan por la paz y el desarrollo, la fraternidad propone transformar la vida internacional de simple co-existencia, casi necesaria, en una dimensión basada sobre el común sentido de humanidad que ya hoy inspira y sostiene tantas reglas y estructuras internacionales, favoreciendo una efectiva convivencia”.
Por su parte, el cardenal Ayuso subrayó que “vivir la propia identidad en la ‘valentía de la alteridad’ es el umbral que hoy la Iglesia del papa Francisco nos pide cruzar. (…) En un mundo deshumanizado, en el que la indiferencia y la codicia caracterizan las relaciones entre las personas, es necesaria una nueva y universal solidaridad y un nuevo diálogo basado en la fraternidad”.
El profesor Riccardi recalcó que el mayor enemigo de la fraternidad es la guerra: “Creíamos que el mundo había aprendido la lección después de tantas guerras y fracasos. Creíamos en el entusiasmo de un mundo de paz después de 1989. En cambio, hemos retrocedido en los logros de paz y en las formas de integración entre los estados. Existe una tendencia a desacreditar las estructuras de diálogo que evitan los conflictos. De esta manera, el mundo se vuelve incapaz de prevenir la guerra y luego permite que los conflictos continúen, que se arraiguen durante años, si no décadas, revelando la impotencia de la comunidad internacional”.
Vayamos ahora a la lectura de la Fratelli tutti, que exige algunas horas, pero que, desde luego, devuelve al lector con generosidad los frutos de su esfuerzo. Al menos así me ha sucedido a mí y creo que es una experiencia que vale la pena recomendar a todos los que me leen. No puedo, sin embargo, dejar de lamentar que, como es habitual en la Iglesia, hay una exagerada tendencia a alargar innecesariamente sus textos, sin evitar repeticiones e inútiles circunloquios. Es una pena porque no deja de ser una verdad que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
La encíclica consta de una introducción y de ocho capítulos de diferentes dimensiones: Las sombras de un mundo cerrado; Un extraño en el camino (la parábola del buen samaritano); Pensar y gestar un mundo nuevo; Un corazón abierto al mundo entero; La mejor política; Diálogo y amistad social; Caminos de reencuentro; Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo.