Solo una semana después de su liberación, el pasado 8 de octubre en Malí, el misionero italiano Pier Luigi Maccalli ha concedido una entrevista a Fides en la que repasa cómo ha sido su vida desde que, el 17 de septiembre de 2018, cayera en las manos de un grupo yihadista en Níger, en la frontera con Burkina Faso.
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Tras 20 años encarnado en África, primero en Costa de Marfil y luego en Níger, el religioso de la Sociedad de Misiones Africanas, quien desarrollaba una intensa acción pastoral y social en Bamoanga, reconoce que este tiempo de oscuridad también ha tenido rendijas de luz, guiado siempre por el lema “resistir para existir”.
En pijama y pantuflas
“Me secuestraron –detalla– en pijama y pantuflas; no tenía nada y era visto como un don nadie por estos fanáticos musulmanes yihadistas que me consideraban un ‘kafir’ impuro y condenado al infierno. Mi único apoyo era la oración sencilla matutina y vespertina que aprendí en familia de mi madre y el rosario de mi abuela como oración contemplativa. El desierto fue un tiempo de gran silencio, de purificación, de retorno a los orígenes y a lo esencial. Una oportunidad para revisar la película de mi vida que ahora entra en su tercera edad”.
Miles de horas de angustia en las que, humanamente, no pudo evitar elevar la mirada al cielo desesperado: “Son muchas las preguntas que me hice y clamé como un desahogo y lamento a Dios: ¿dónde estás? ¿Por qué me has abandonado? ¿Hasta cuándo, Señor? ¡Sabía y sé que Él está ahí! Pero sé que a Dios se le ve de espaldas; ahora que soy libre, en casa empiezo a entender. Veo los testimonios de cuánta gente ha rezado, marchado y realizado vigilias para pedir mi liberación… Estoy sorprendido y asombrado. Lo que esta historia significará para mi vida como misionero no lo sé ahora. Necesito tiempo”.
Sin poder celebrar la eucaristía
En este sentido, lo que más le costó fue no poder celebrar la eucaristía: “Todos los días, y especialmente todos los domingos, decía las palabras de consagración: ‘Este es mi cuerpo ofrecido’, pan partido por el mundo y África. A lo que añadía un hondo ‘no tengo otra ofrenda que la de mi vida’. Pedí una Biblia, pero no me la dieron. Todos los domingos me regalaba un pasaje evangélico para meditar, sobre todo con motivo de los tiempos fuertes de Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua. Pero, desde el 20 de mayo, el día en que nos trajeron una radio de onda corta, que había pedido repetidamente, al menos para escuchar las noticias del mundo (Radio France International y BBC), pude escuchar el comentario sobre el Evangelio dominical de Radio Vaticano todos los sábados”.
Hasta que llegó el gran regalo… “Una vez di incluso con la misa en directo… Fue precisamente la misa de Pentecostés de este 2020. Esa mañana, después de escuchar las noticias de RFI, cambiando de frecuencia, para mi gran sorpresa, escuché al papa Francisco en italiano; me acerqué al oído y sintonicé mejor la radio, encontrándome al comienzo de la misa de Pentecostés en comunión con el Papa, la Iglesia y el mundo. Me dije a mí mismo: ‘Hoy estoy en la Basílica de San Pedro, en Roma, y al mismo tiempo en misión en África’. Escuché con cierta emoción las lecturas y el Evangelio, que me recuerdan el lema de mi ordenación sacerdotal: ‘Como el padre se envió, yo también os envío. Recibid el Espíritu Santo’”.
Un soplo del Espíritu Santo
“La homilía del papa Francisco –continúa emocionado– fue un soplo de aire fresco. Después de dos años de sequía espiritual y de ausencia de la Palabra de Dios, me sentí renacido y acogí este don como un soplo del Espíritu Santo que quiso empujar las ondas de radio hasta el Sáhara. Disfruté como nunca del Evangelio y de las palabras del Papa, tenían un sabor y un gusto especial en ese contexto”.
Sobre las condiciones de su cautiverio, salvo un momento en el que fue amenazado con recibir un tiro en la cabeza, Maccalli destaca que era consciente de que “éramos un bien precioso para ellos y por eso siempre nos trataban bien en general”. Aunque fue un día a día duro: “A menudo caminaba por las laderas de Bomoanga. Mi cuerpo era prisionero de las dunas de arena, pero mi espíritu viajaba a los pueblos que mencionaba en mi oración y también repetía los nombres de mis colaboradores y de muchas personas y jóvenes que llevo en mi corazón, especialmente los niños desnutridos y enfermos, de los cuales me ocupaba, y muchos, muchos rostros que son una presencia viva en mi corazón herido. Me di cuenta de que la misión no es solo ‘hacer’, sino silencio y fundamentalmente es ‘Missio Dei’, es obra del Señor”.
Perdona a sus secuestradores
Echando la vista atrás, al fin libre, el misionero asegura que perdona de corazón a sus secuestradores: “Siempre me respetaron en general. Mi larga barba blanca debió crear su efecto entre los jóvenes sin barba que me custodiaban, me llamaban en árabe o tamaceq ‘shebani’ (anciano). Todavía siento mucha tristeza hacia estos jóvenes adoctrinados por vídeos de propaganda que escuchaban todo el día. ¡No saben lo que están haciendo! No tengo rencor contra mis captores y carceleros, he orado por ellos y sigo haciéndolo. También deseé al hombre que dirigía todo durante mi último año de prisión, mientras el coche nos llevaba a la cita para la liberación, el pasado jueves 8 de octubre: ‘Que Dios nos conceda un día entender que somos todos hermanos’.
Sobre el futuro, Maccalli lo deja todo en manos de la Providencia: “El futuro es de Dios; ahora disfruto de volver a casa, este es mi presente. El futuro cercano es encontrarme con los hermanos de Génova y Padua que aún no he abrazado físicamente y luego los monasterios de clausura que han orado incansablemente por mí, y visitar a los muchos amigos en Italia y más allá. El futuro será como Dios quiera”.