El coronavirus está golpeando a nuestras parroquias y diócesis. En lo humanitario… y en lo económico. Y es que, ante las restricciones para asistir a misa, las colectas se resienten, en muchos casos hasta dejar a algunas parroquias en números rojos. Algo que padecen tanto las grandes comunidades de nuestras ciudades como las más pequeñas de nuestra España vaciada.
Y es que, si antes lo recaudado en el cestillo dominical era un bálsamo para muchas parroquias, ahora, tras muchos meses de confinamiento y los posteriores de vuelta a los templos pero con los aforos reducidos, el golpe ha sido enorme. Hasta el punto de preguntarse más allá: dentro de la crisis, ¿se puede aprovechar esta para discernir sobre un nuevo modo de apoyar a la Iglesia local? Es más, ¿es viable otro modo de ser Iglesia en el que, verdaderamente, los fieles se sientan protagonistas de su día a día y se comprometan en algo que, al fin y al cabo, les incumbe más allá de los sacramentos?
José Carrasco, el ecónomo de la Diócesis de Murcia, reconoce que el impacto está siendo “brutal”, siendo un inicio de curso “difícil” para las 292 parroquias que conforman la comunidad diocesana, “aunque especialmente para las 62 de ellas a las que, desde marzo, tenemos que ayudar con un importe total de 25.000 euros mensuales, por lo que ya llevamos invertidos hasta el momento más de 175.000 euros”. “Las demás –incide– cubren gastos, pero sin poder afrontar obras de conservación de los edificios”.
En este sentido, Carrasco, quien además es el párroco de Nuestra Señora del Carmen, una de las parroquias más grandes de la capital murciana, muestra la realidad global y numérica que tan bien conoce a través de su realidad concreta: “Mi parroquia se asienta en el castizo Barrio del Carmen, uno de los principales de todo Murcia, con unos 20.000 habitantes. De hecho, el propio barrio surgió a raíz de la parroquia, fundada por los carmelitas hace ahora tres siglos. Su imagen de la Virgen del Carmen es muy venerada y, con el crecimiento de la zona, ya contamos hasta con un arciprestazgo propio con un total de 10 parroquias”.
Un volumen humano al que se han ido sumando cambios sociológicos en los últimos años: “La gente más adinerada se ha ido trasladando al centro y a otras zonas residenciales. Ahora, un grupo muy pujante son los inmigrantes, pudiendo haber aquí perfectamente unos 4.000, entre marroquíes (la mayoría son musulmanes) y latinos, especialmente de Bolivia y Ecuador (en buena parte son cristianos). Esto y el hecho de una fuerte presencia de personas ancianas marcan nuestro contexto, lo que se traduce en el día a día de la parroquia”.
Una presencia en los templos que iba menguando y que ahora, con la pandemia, ha marcado un descenso muy significativo. “Si antes podían venir unos 200 fieles –cuenta el sacerdote–, ahora, ante las restricciones de los aforos, vienen como mucho 100. A diario, hemos pasado de unos 60 a 30. Lo que, lógicamente, se nota mucho en la colecta…”.
“Las personas mayores –se lamenta– se han retraído mucho en este tiempo a la hora de venir a misa. Primero, con el confinamiento. Luego, con el verano, que dispersa todo mucho… Y ahora, ya con el curso en marcha, porque, sencillamente, sus hijos no les dejan venir a la iglesia. Dicen que tienen miedo de que se contagien aquí, pero llama la atención que eso mismo no se lo digan, por ejemplo, a la hora de ir a hacer la compra”.
“Económicamente –reconoce–, en la parroquia vamos parcheando. Tenemos un colchón que nos permite ir tirando adelante, además de a nuestra Cáritas Parroquial, cuyo trabajo ha sido clave en esta situación de crisis social, contando también con el apoyo del Banco de Alimentos”. En este sentido, ante los ingresos menguantes, “muchas veces nos toca discernir cómo podemos ayudar a la gente con los medios que tenemos”.
Pero es algo que, a la larga, afecta a muchos en la parroquia más allá de la acción puramente pastoral: “Nosotros tenemos a dos personas empleadas. Son sacristanes y hacen labores de limpieza. En los peores momentos, cuando el confinamiento impedía que nadie viniera a la iglesia, tuvimos que aplicarles un ERTE. Afortunadamente, al volver el culto, pudimos volver a darles de alta”.
Aunque no desaparecen del todo las nubes más borrascosas… “Si hubiera un nuevo confinamiento, sería terrible. Y ya miro más allá de la parroquia. En el barrio hay una precariedad muy grande, y eso que muchos han podido mantener sus trabajos en el campo. Pero todo lo ligado a la hostelería y al pequeño comercio está muy mal”.
Con todo, Carrasco llama al “optimismo” y a realizar un discernimiento para apostar por “fórmulas alternativas” a la hora de implicar a los fieles más allá de lo tradicional: “Los bancos nos ofrecen el cestillo electrónico, que puede ser algo muy positivo. Y eso sin olvidar cosas que ya existen y en las que hay que incidir, como las donaciones periódicas o el portal ‘Dono a mi Iglesia’, de la Conferencia Episcopal. En el momento más duro de la crisis, notamos que mucha gente respondió a través de ahí, aunque es cierto que ahora, como ha vuelto el culto, aunque sea con tantas restricciones, ese compromiso inicial ha bajado”.
“En el fondo –cierra autocrítico–, parece como que la gente se ha acostumbrado a no venir a misa y a tener una menor relación con su parroquia… En su día hicimos lo que había que hacer con las misas on-line y, lógicamente, primó la salud, pero es cierto que, ahora, vemos claramente cómo la Iglesia no es una comunidad telemática. No puede serlo, somos una comunidad humana y necesitamos relacionarnos de un modo directo. Ante este ‘enfriamiento’, constatamos que se ha debilitado la costumbre de venir a misa . Y eso que, guardando las distancias y haciendo las cosas como hay que hacerlas, el templo siempre será un lugar seguro”.
En contraste con la situación de Barcelona, el laico Ginés Rubio, ecónomo de la Diócesis de Coria-Cáceres, ofrece la experiencia que están viviendo “en una diócesis como la nuestra, pequeña y rural, donde contamos con unos 200.000 habitantes, la mitad de los cuales se concentran en la ciudad de Cáceres. También hay que tener en cuenta la condición humilde de un sector importante de la población, además de su avanzada edad”.
A partir de este contexto es desde el que han debido combatir una pandemia global. Algo que ha llevado a la diócesis a fijar pilares prioritarios a proteger con sus escasos medios: “En primer lugar, las siete residencias de ancianos con las que contamos. Conformamos un gabinete de crisis, llevamos a cabo un fuerte desembolso en EPIS y conseguimos mantener los centros sin contagios. También fue clave la colecta especial de Cuaresma, antes del confinamiento, que dedicamos a las residencias, obteniendo una respuesta muy generosa de la gente”.
El siguiente reto fue “asegurar el mantenimiento del empleo de todos los trabajadores diocesanos, tratando de evitar todo despido o ERTE, así como que todos nuestros proveedores cobren sí o sí”. Esto último muy relacionado con el apoyo a las propias parroquias, siendo muy desigual la situación entre las 159 con las que cuenta la diócesis: “Alguna parroquia está sin ingresos y hemos tenido que ayudarla con préstamos. Ha habido incluso el caso de algún párroco que ha debido pagar de su bolsillo los gastos rutinarios de la comunidad, como la luz”.
Con todo, independientemente de la crisis, “ya se partía de una situación que siempre es difícil en determinadas zonas donde, como mucho, va a la misa dominical un puñado de personas, por lo que la colecta, siendo generosos, no llega a los 15 euros”.
Para salir al paso de todos estos frentes, la diócesis ha impulsado un Fondo Solidario de Emergencia: “Empezamos con 50.000 euros y ahora rondamos los 100.000, estando gestionado por una comisión y en la que los grandes beneficiarios son Cáritas, las residencias y las parroquias, estando siempre atentos a cualquier incidencia que pueda surgir”.
Siempre mirando más allá, Rubio promueve con fuerza desde hace tiempo las anuales Jornadas de Economía Parroquial, que este año han debido celebrar, en junio, de un modo virtual. Sin olvidar la apuesta clara para que, a través de campañas de sensibilización, se conozca en la diócesis el portal ‘Dono a mi Iglesia’, de la Conferencia Episcopal. Algo que les ha dejado una grata sorpresa en este momento de dificultad: “Ha habido meses en los que nos hemos disparado y hemos pasado de los 800 euros habituales a 8.000”.
Por lo que sí, como han comprobado en Coria-Cáceres, hay esperanza frente al bajón de los cestillos… Y es que “estamos ante un mecanismo seguro, sencillo y por el que, quien hace una aportación, puede destinarla a su propia parroquia, teniendo claro que esta ayuda llega. Además, es clave la movilización de las parroquias más activas, habiendo voluntarios que ayudan a los mayores que quieran contribuir y que puedan tener algún problema con la tecnología; aunque llama la atención que la edad media de los que aportan está en los 60 años”.
Otra cosa es que, como está comprobando el ecónomo en este inicio del otoño, “al poder volver a los templos, aunque sea con el aforo limitado, mucha gente se está relajando en cuanto a la conciencia de que hace falta apoyar económicamente a las comunidades. Ni mucho menos se ha recuperado la situación que había antes de la pandemia, lo que se ha notado en colectas especiales como las que se destinan a Cáritas, Manos Unidos o los misioneros, bajando bastante la aportación”.
De ahí que resulte clave “fidelizar a los fieles”. Algo que, como está convencido el ecónomo extremeño, “solo conseguiremos con una apuesta decidida por la transparencia, haciendo que los fieles sientan suyas las parroquias y la diócesis, conociendo hasta el último detalle de a qué se destina cada euro. A veces cuesta, pero notamos cómo vamos avanzando y la gran mayoría ya está comprometida en esta tarea”.
Foto de apertura: Cristina Celdrán