A vueltas con los clavos de Jesús de Nazaret. La hipótesis que hace ya una década lanzó el periodista israelí Simcha Jacobovici obtiene ahora –aunque parcialmente– el refrendo científico. En 2011, Jacobovici recogió en un documental su presunción de que Caifás, el sumo sacerdote que entregó al Mesías a Poncio Pilato, fue enterrado con dos de los clavos –los de ambas manos, faltaría el de los pies, según Jacobovici– con los que los romanos crucificaron a Jesucristo.
Cuatro investigadores judíos –Aryeh E. Shimron, Yoetz Deutsch, Werner H. Schoch y Vitaly Gutkin– sostienen ahora que los análisis químicos de los sedimentos y materiales orgánicos confirman que los clavos proceden de la tumba de Caifás y que, “muy probablemente, fueron usados en una crucifixión”.
Shimron, experto del Instituto Geológico de Israel, redactor de la investigación y amigo de Jacobovici, no afirma, sin embargo, “que sean los clavos de la crucifixión de Jesús”, según el periódico israelí Haaretz. “Prefiero no sugerir de quién son los clavos”, especula, aunque “cada uno puede decidir por su cuenta”.
En el paper de la investigación, publicado en agosto en la revista ‘Archaeological Discovery’ –del grupo Scientific Research Publishing, con sede en Wuhan–, solo recoge la evidencia de que son clavos de una crucifixión que califica como “fuera de lo común”, dado que los clavos contienen adheridos, además de restos óseos degradados, fragmentos de cedro (Cedrus Libani), una madera inusual en la Palestina del Jesús histórico.
“No podemos comentar el posible significado, si es que lo hay, de que la madera que se acredita en los clavos sea de cedro. El cedro no crecía en la Palestina de la temprana Edad de Hierro, donde era una importación rara y cara que, según el Antiguo Testamento, se usó en la construcción del Templo de Jerusalén”, explica Shimron en su investigación. El geólogo ha estudiado huellas químicas y físicas en un total de 40 osarios procedentes de 25 tumbas de Jerusalén. Su conclusión es que los clavos solo pueden “proceder de los osarios de la familia Caifás”.
Por su parte, en su película documental, Jacobovici sostenía ante el rechazo académico que, “en vista de su contexto arqueológico” –la tumba de Caifás, en cuya identificación sí que hay cierto consenso–, los dos clavos procedían de la crucifixión de Jesús y fueron conservados por el sumo sacerdote “posiblemente por remordimiento por su papel en la ejecución” del Mesías. Una mera especulación.
La Autoridad de Antigüedades de Israel afirma, a través de Haaretz, que “los clavos descubiertos pueden haber sido usados para crucificar a cualquiera de los cientos de personas que desafiaron a la autoridad romana y fueron ejecutados”, pero no admite vínculo alguno con la tumba de Caifás ni, mucho menos, con la de Jesús. Es más, sigue sosteniendo –como ya hizo en 2011– que son anteriores al descubrimiento de la tumba del sumo sacerdote.
La que se conoce como la tumba de la familia de Caifás fue una de las tres descubiertas en 1990 por trabajadores de la construcción en Talpiot Norte, en Jerusalén, barrio situado a mitad de camino entre la antigua Jerusalén y Belén. En la tumba de Caifás, en concreto, aparecieron doce osarios de piedra caliza, de los que solo dos permanecían intactos. “Todas ellas muestran alguna evidencia de los primeros tiempos del cristianismo”, sostiene Shimron.