Desde una reflexión más global a la hora de valorar la crisis económica que afrontan muchas parroquias y diócesis desde el estallido de la pandemia, Enrique Lluch, profesor de Economía de la Universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia, es claro al señalar que, “hasta ahora, mucha gente no ha tenido ningún problema en confiar en instituciones de Iglesia como Cáritas, cuyo prestigio social es indudable, para contribuir a su labor con donativos. Esto es algo que funciona porque el que lo hace se siente, de algún modo, protagonista de algo positivo y que se concreta en ayudas específicas a comunidades que lo necesitan. Por ahora, este método tradicional también ha funcionado con las parroquias a través del cestillo en la misa dominical, viéndose como un método directo, sencillo y cómodo para colaborar en cosas como el sostenimiento de la catequesis, de la que, de algún modo, por ejemplo, se benefician, al recibir esta sus hijos”.
Sin embargo, advierte, con la pandemia todo ha cambiado y ahora las parroquias están ante un problema, pues el cestillo se resiente y conseguir que se asienten otros modos de apoyo económico como un pago mensual no es tan fácil en determinados ámbitos”. Y más, enfatiza, “cuando la situación debería llevar a una reflexión más honda sobre la propia identidad de las parroquias”. Algo que explica en el hecho de que “es difícil pedir a los fieles que se comprometan con su comunidad parroquial cuando no tienen ninguna capacidad de decisión real sobre su día a día en las cuestiones más importantes”.
Algo que ilustra con el ejemplo de lo que se vive “en otros países, como Holanda, donde la Iglesia calvinista apuesta por un modelo diferente. Un sistema que no tiene por qué ser mejor, pero que, en ese sentido, sí que implica a los fieles en la gestión comunitaria. Hasta el punto de que ellos mismos, en el consejo parroquial, son los que eligen a su sacerdote. Se pone un anuncio en los medios internos diocesanos, los distintos candidatos ofrecen sus servicios y, concluido el proceso de selección con la consiguiente entrevista, contando también con la supervisión de la diócesis, apuestan por uno y le marcan un salario y le ofrecen más o menos complementos, como una residencia. Un pastor, por cierto, al que en todo momento pueden despedir si no están de acuerdo con su gestión o impulso pastoral, iniciando un nuevo proceso de elección”.
Lluch, quien también advierte de los posibles puntos críticos de este modelo (“habrá una mayor diferencia entre las parroquias con más medios y las más empobrecidas según el sueldo o complementos que puedan ofrecer a los mejores candidatos”), sí recalca que, más allá de su idoneidad o no, “lo que sí refleja es que hay alternativas a la hora de implicar a los fieles en el día a día de sus comunidades, pudiéndose sentir realmente importantes con las estructuras necesarias para ello”. Algo que, en cambio, a día de hoy, no percibe en la Iglesia española, “donde los laicos no tienen una influencia que podría ser clave para el futuro. Y no por un fin economicista o interesado, sino porque sería un modo de plasmar la corresponsabilidad de los laicos de la que tanto hablamos”.
En este sentido, concluye que “no puede haber un cambio de modelo económico si antes no se da uno pastoral. Está claro que el sacerdote desempeña una labor muy importante, pero la comunidad somos todos, por lo que esta puede ser una oportunidad de andar hacia la corresponsabilidad total”.
Fernando Bonete, doctor en Comunicación Social y profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, cree necesario partir de un recordatorio clave: “No hay que perder de vista lo que significa el hecho económico para la Iglesia, estando en su corazón no el beneficio, sino el bien común, el bien de todas y cada una de las personas, tratando de que nadie quede excluido. Esto está en la base, pero solo el hecho de tener que refrescarlo evidencia hasta qué punto parece hoy algo audaz o a contracorriente. Como otro punto que debemos enfatizar, y es que los miembros de una comunidad tenemos la responsabilidad de ayudar a sostenerla. Al igual que pagamos nuestra suscripción mensual en una plataforma de cine, formamos parte de algo mucho más importante, como la Iglesia, y hemos de apoyarla”.
En este sentido, el también experto en Comunicación Digital reclama que hay que poner en marcha distintas iniciativas que involucren a los fieles, siendo la primera “visibilizar los proyectos concretos en los que se emplea lo recaudado”. De este modo, “se motivaría a los fieles a que se sintieran parte de esa obra específica”. Algo, además, que se puede llevar a cabo apostando “por la tecnología, con campañas de crowdfunding o mecenazgo, como ya se ha visto estos años en iniciativas eclesiales ligadas al mundo de la cultura”, o por los métodos tradicionales, “señalando en la misa que la colecta de ese día va para un fin específico; sería hacer lo mismo que se hace en colectas especiales, como las de Tierra Santa o el Domund, pero con motivos ordinarios y ligados al funcionamiento ordinario de la propia parroquia”.
Para Bonete, otra posibilidad “sería que cada vez más parroquias hagan lo que algunas ya han empezado a impulsar, como es la propuesta entre sus fieles para que puedan contribuir a través de Bizum. Un método facilísimo que nos permite ayudar en cualquier momento, no solo en la hora de la misa del domingo. Cada vez somos más los que no llevamos dinero en metálico en el bolsillo. Pagamos todo con el móvil. Hay que incidir en esta propuesta de futuro que ya está presente en nuestras vidas”.
Eduardo Presa, responsable del Área Tributaria de Alter Consultores, entidad que ofrece asesoría jurídica y económica a numerosas diócesis e institutos religiosos en toda España, se muestra preocupado ante la situación que se está viendo estos meses: “Muchas congregaciones concentran su labor asistencial en la sanidad y en la educación, por lo que los costes que están teniendo a la hora de aplicar todas las medidas de seguridad en sus centros son muy altos”. Por no hablar de “las residencias, en manos de diócesis o de institutos religiosos, y que están haciendo un esfuerzo muy grande y sostenido durante muchos meses”.
Un panorama oscuro del que no escapan otras obras como “museos diocesanos”, cuyos beneficios han bajado considerablemente, o incluso los comedores sociales: “Sé de uno en Madrid que ha ido aguantando como han podido, apostando ahora por el envío de comida a domicilio para unas 200 personas. Con las últimas restricciones para la capital, directamente, se han visto obligados a suspender toda acción”.
En el caso de los colegios concertados de titularidad católica la situación no es más halagüeña: “Muchos han tenido que cancelar sus actividades extraescolares, que eran su principal punto de ingresos. Y lo mismo ocurre con los donativos de las familias: en un momento de crisis generalizada, estos, lógicamente, se resienten”. La última realidad que constata es la de “los inmuebles diocesanos cedidos a terceros para negocios como la hostelería. Con la caída de estos, las arcas diocesanas también lo pagan”.
En definitiva, para Presa, esta es la difícil realidad con las que han de capear tantas comunidades eclesiales. ¿Alternativas? “La única es insistir en la concienciación de la gente para que apoye a quienes ayudan a los demás, pero ahora mismo esto también es complicado”.