Durante su trayectoria como docente, casi siempre en el ámbito de la escuela católica, Raúl Molina Garrido ha vivido momentos de ilusión y de decepción, ha pasado de la euforia al desasosiego… Ahora, aun cuando no esté de acuerdo con algunas de las propuestas que plantean estos centros, reconoce esperanzado “lo mucho que aporta y puede aportar a nuestra sociedad” un proyecto educativo sostenido por el esfuerzo diario de tantos y tantos profesionales, más allá de los discursos oficiales –y oficiosos–. Son las ‘Reflexiones de un trabajador seglar en la escuela católica’, que “resuenan en pasillos y pequeños corros”, y que ahora recoge en ‘La escuela desconcertada’ (PPC).
PREGUNTA.- ¿A qué achacaría el “desconcierto” de la escuela católica: a las continuas reformas educativas, a la imagen pública que a menudo transmite la Iglesia…?
REPUESTA.- El término ‘desconcertada’ se refiere a las desarmonías de la escuela católica con las políticas educativas, los aires nuevos de la Iglesia o algunas propuestas del Evangelio; en definitiva, con sus propios idearios.
P.- ¿Contribuye la escuela católica actual a la construcción del Reino, que es una de las preocupaciones más presentes en su libro? Dicho de otro modo, ¿está dando respuesta a las demandas de la sociedad de hoy?
R.- Por supuesto, la escuela católica construye Reino. Su espacio favorece el trabajo por una sociedad más equitativa, más comprometida con el otro y más espiritual. Hay mucha gente que trabaja mucho y bien. No cuestiono actitudes personales, pero hay formas de concebirnos que nos alejan de nuestra misión.
P.- ¿Qué siente que aporta como laico comprometido a la realidad de la escuela concertada? Porque no es un trabajo más…
R.- No sé separar mi ser profesor de mi ser cristiano. Intento cuidar la dignidad y la integridad de compañeros, familias y alumnos. Trabajo en un entorno humano en el que pongo en juego lo que soy y en lo que creo. La manera de estar entre otros es lo que construye Reino. En el libro hablo del valor del laicado desde la idea de ser ‘sal del mundo’. La escuela se enriquece si dejamos que nos transforme, que nos convierta.
P.- En su libro sugiere que la escuela católica reproduce esquemas y estructuras de la Iglesia institución. ¿Queda lejos la aplicación en la práctica de términos como ‘misión compartida’ o ‘comunidades educativas’?
R.- El clero ha perdido presencia, pero arrastramos todavía estilos de sus antiguas formas de gobierno. También hay colegios que acaban funcionando como meras empresas. Compartir misión y ser comunidad requiere ejercitar las relaciones horizontales. (…)