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Teología amasada por la otra mitad de la Iglesia: las mujeres





El azúcar se hundía en la margarina bajo la presión de la cuchara de madera volcada sin parar de Diana. Los otros 15, mujeres y hombres, preparaban los ingredientes y, mientras tanto, charlaban. El espacio era estrecho pero no les importaba. Habían encontrado un orden propio: la más anciana estaba apoyada en la única silla, el resto agachado en el suelo o contra la pared.



La masa casi había alcanzado la consistencia adecuada cuando Socorro comenzó a leer: “Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: ‘Id y preparadnos la Pascua para que la comamos’”. Durante un año, una mañana a la semana, Socorro Vivas Albán –profesora de Teología en la Universidad Javeriana de Bogotá– ha ido a la periferia sur de la capital acompañada por un equipo de estudiantes.

En el barrio Bolívar, donde miles de desplazados han buscado refugio de los horrores de la guerra civil, ha reunido un grupo de personas sin trabajo. Las ha puesto en torno a una mesa y les ha enseñado a hacer galletas para venderlas y sobrevivir. Mientras, la teóloga comentaba con ellos un pasaje de la Última Cena, como contado por Lucas. Entre fuegos rudimentarios y ollas, las palabras evangélicas salieron del papel y se mezclaron con la vida de los participantes, heridas por la pobreza, de la exclusión, de la violencia.

Cosiendo las lágrimas, curándolas, calmando el dolor, iluminando los rincones oscuros. Después de todo, la teología se parece al arte culinario en su capacidad de disolver los “grumos” de la fe y hacerla fluir en la masa cotidiana de la existencia humana. Socorro Vivas está segura: “El objetivo de proyectos como este es encontrar nuevos lugares teológicos donde Dios se revela”. La estudiosa es una de las fundadoras de la Asociación Colombiana de Teólogas (Act), un espacio para pensar la fe en femenino.

Teología feminista

Nacido en 1999, es uno de los muchos movimientos con los que las católicas latinoamericanas, laicas y religiosas, han tratado de convertirse en protagonistas de la construcción del Reino. Un fermento inspirado en el Concilio y su encarnación en el Continente, con las Conferencias del episcopado latinoamericano de Medellín y Puebla.

“Hace cincuenta años, las mujeres no estudiaban teología. Ni tampoco la hacían. Era patrimonio exclusivo de los hombres de Iglesia –explica Isabel Corpas de Posada, de la primera generación de teólogas latinas–. El Concilio cambió las cosas, devolviendo a la teología la otra mitad de la experiencia humana”. Esa mitad sin la cual, como dice el Génesis, se mutila la imagen del Creador.

En el año de Puebla, 1979, tuvo lugar en México el Congreso de Tepeyac, considerado una de las incubadoras de la “teología feminista latinoamerica”, iniciada por los estudios de las pioneras Elizabeth Schüssler Fiorenza, María Clara Bingemer, Nancy Pineda, María Alicia Brunero, María Pilar Aquino. Su memoria es recogida y transmitida gracias al trabajo de las herederas. El término “feminista” puede sonar “sospechoso” a ciertos oídos clericales. Debe comprenderse a la luz del contexto.

Teologanda

“No se trata de un machismo, no es una teología reivindicativa. Al contrario. Reflexionamos sobre la fe a partir de nuestra experiencia de mujeres. Y tratamos de vivir y promover la igualdad, también entre hombres y mujeres, como nos pide Jesús en el Evangelio. Para evitar malentendidos prefiero hablar de teología hecha por mujeres” explica Marcela Mazzini, teóloga de la Universidad Católica argentina y una de las creadoras de Teologanda.

“Asistí a la Facultad de Teología cuando no había ni siquiera una mujer docente de tal materia. Una vez licenciada, empezamos a reunirnos las ex compañeras de clase. Después de años de encuentros informales, en 2003 nos dimos una estructura con el objetivo de incentivar la teología femenina. Hemos hecho un extenso trabajo de investigación en cuatro volúmenes que recoge la contribución de las principales teólogas latinoamericanas. También gracias a la colaboración con la Asociación de Teólogas Católicas Alemanas, hemos realizado encuentros internacionales. Y ahora seguimos adelante proponiendo proyectos de investigación y becas”, afirma la académica de Buenos Aires, firmemente convencida de la necesidad de que las mujeres hagan teología.

“Porque la fe debe pensarse desde todos los lugares existenciales posibles. El discurso teológico está impregnado de contexto. No es lo mismo que lo formule un hombre o una mujer, un laico o un presbítero”, concluye.

No justificar la desigualdad

Por eso, la teología femenina no es “cosa de mujeres”, como no se cansa de repetir Lucila Servitje, miembro del consejo de la Cátedra de teología feminista establecida en 2016 dentro de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. “Nos proponemos interpretar la fe a partir de la experiencia femenina. Un trabajo no solo en beneficio de las mujeres. Su discriminación representa una herida para los hombres, privados de otras formas de imaginar la relación con Dios y de vivir su humanidad plena. No se trata de negar la diferencia entre géneros sino de luchar para que no se justifique la desigualdad. La teología feminista no es un grupo de presión a favor del sacerdocio femenino. Es un servicio a favor de todo ser humano. No es casualidad que teólogos y teólogas formen parte del consejo de la cátedra”.

“No queremos sustituir un dominador con una dominadora. Luchamos evangélicamente contra toda relación de dominio, es una situación de pecado que envenena el corazón de quien explota y de quien es explotado” subraya Geraldina Céspedes, misionera dominica del Rosario y teóloga de la Universidad Rafael Landívar de Ciudad de Guatemala donde, en 1994, junto a las compañeras de curso y a dos profesores empezó el grupo Mujeres y teología.

Veintiséis años después, en el tradicional encuentro anual con el público, se encuentran cientos de personas. “Compartimos y trabajamos para poner en práctica el sueño de Jesús de una comunidad inclusiva, donde haya lugar para todos”.

Arraigos para la vida

José León Suárez, concurrido cinturón urbano de Buenos Aires. Consuelo era escéptica sobre el círculo. Comprometida en el esfuerzo cotidiano de sobrevivir a la crisis crónica, pensaba que no tenía tiempo para las actividades abstractas. La Biblia, sin embargo, tiene mucho de concreto para decir a su vida de mujer pobre y víctima de violencia.

En la Palabra, en las charlas, en los ejercicios de relajación y danza ha encontrado fuerza y esperanza. Un grupo de religiosa creó Arraigos para la vida, círculos femeninos ya difundidos en toda Argentina. “El Evangelio devuelve plena dignidad a quien ha sido ‘descartado’ –concluye la socióloga Ana Lourdes Suárez, veterana de Arraigos– Y al hacerlo transforma la vida. Cuando los seres humanos caminan codo con codo. Convirtiéndose en Buena Noticia, los unos para los otros”.

*Artículo original publicado en el número de octubre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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