Los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica que se funden a partir de ahora deberán ser aprobados por la Santa Sede y no por los obispos, como hasta ahora sucedía. Así será por decisión del papa Francisco, quien, este miércoles 4 de noviembre, ha hecho publicar el Motu Proprio ‘Authenticum charismatis’, con el que se modifica el canon 579 del Código de Derecho Canónico.
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Desde que se promulgue mediante su publicación en L’Osservatore Romano, este próximo 10 de noviembre, siendo incluido a continuación en el ‘Acta Apostolicae Sedis’, dicho canon 579 rezará de este modo en su parte central: “En su propio territorio, los obispos diocesanos pueden erigir mediante decreto formal institutos de vida consagrada, previa licencia escrita dada por la Sede Apostólica”. De este modo, la exigencia de la “licencia escrita” de la Santa Sede, que antes no se le pedía a los pastores diocesanos para erigir una nueva comunidad de vida consagrada, marca el cambio fundamental de cara al futuro.
En clave de eclesialidad
Como explica la Santa Sede en su comunicado de anuncio, basándose en la exhortación papal ‘Evangelii gaudium’ (130), “un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad de integrarse armoniosamente en la vida del santo Pueblo de Dios para el bien de todos”. Y es que “los fieles tienen derecho a ser advertidos por los pastores sobre la autenticidad de los carismas y sobre la fiabilidad de quienes se presentan como fundadores”.
Aceptando que “el discernimiento sobre la eclesialidad y la fiabilidad de los carismas es una responsabilidad eclesial de los pastores de las Iglesias particulares”, se trata, precisamente, de acompañar a los obispos en este camino para ayudarles a evitar que “surjan imprudentemente institutos inútiles o sin suficiente vigor”, tal y como establece el propio Concilio Vaticano II en su decreto ‘Perfectae caritatis’ (19).
Evitar la fragmentación excesiva
También se busca ir en la línea de lo dispuesto por la exhortación apostólica ‘Vita consecrata’, que afirma que “la vitalidad de los nuevos institutos y sociedades debe ser evaluada por la autoridad de la Iglesia, que se encarga del examen adecuado, tanto para probar la autenticidad del propósito inspirador como para evitar la multiplicación excesiva de instituciones similares entre sí, con el consiguiente riesgo de una fragmentación perjudicial en grupos demasiado reducidos”.
En definitiva, la Santa Sede fija el criterio a seguir y establece que “el acto de erección canónica por parte del obispo trasciende el contexto diocesano”, por lo que, para avanzar hacia la eclesialidad, haya que encuadrarlo “en el horizonte más amplio de la Iglesia universal”. De este modo, “todo instituto de vida consagrada o sociedad de vida apostólica, aunque surja en el contexto de una Iglesia particular”, está “en el corazón mismo de la Iglesia”.
En España hay 30 institutos
En el caso de nuestro país, según los últimos datos aportados por la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, en 2019 había en España 30 institutos de vida consagrada de derecho diocesano, contando en total con unos 1.400 miembros.
Un dato llamativo si se confronta con las últimas estadísticas del Anuario Pontificio, que recoge que, entre 2013 y 2018, en todo el mundo, descendió un 7,5% el número de religiosas profesas, que pasó de casi 694.000 a menos de 642.000. Un dato que, en el caso de Europa, supondría un descenso de un 15%… De ahí la apuesta vaticana por no fragmentar excesivamente la vivencia de los carismas en un tiempo de marcado descenso vocacional.
Mejor discernimiento
En conversación con Vida Nueva, Luis Ángel de las Heras, obispo electo de León y presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, valora muy positivamente el motu proprio: “Alguno puede verlo como que se le quita poder o capacidad de decisión a los obispos, pero, en mi caso, estoy contento. Se trata de abrirnos a otra dimensión de discernimiento, en un sentido más amplio y sin perder de vista que la erección de una nueva realidad eclesial en una diócesis tiene su repercusión en el conjunto de la Iglesia universal”.
Y es que “la experiencia nos muestra que ha habido situaciones problemáticas en algunas diócesis, por lo que es bueno que nos aseguremos más ahondando en la eclesialidad. No se trata de un mayor control, sino de reflexionar poniendo la mirada en la búsqueda de los elementos más adecuados de gobierno y discernimiento”.