Lleva poco más de un mes al frente de la Fundación SM, que desde 1977 es la propietaria de las empresas que forman el Grupo SM, de las que recibe los beneficios para revertirlos a la sociedad en forma de proyectos sociales y educativos en los diez países en los que SM está presente. Esta licenciada en Ciencias de la Educación, Máster en Psicología y con unas cuantas horas a sus espaldas en aulas de Infantil, Primaria y Secundaria, asume la responsabilidad en plena pandemia, en el curso más convulso de nuestra historia reciente, con el desafío de continuar luchando más que nunca por que “ninguna niña ni ningún niño se queden atrás, y evitar que caigan en la exclusión social”. ¿Su puesta de largo? El informe elaborado por el Observatorio de la Religión en la Escuela, uno de los programas de referencia de la fundación marianista.
PREGUNTA.- El informe constata que los maestros se sienten ninguneados por la opinión pública, cuando su papel ha sido clave tanto durante el confinamiento como en la vuelta a las aulas. ¿No les pondría un monumento en cada plaza?
RESPUESTA.- Sin duda. Hemos hablado mucho del merecido reconocimiento a los sanitarios y hemos aplaudido poco a los maestros. Las escuelas se han convertido en espacios que protegen y cuidan, no solo del virus, sino de los demás problemas de los estudiantes y sus familias. A pesar del comienzo de curso tan complicado, los maestros no se han dejado contagiar por el discurso de la queja y están con sus alumnos al pie del cañón. Son los primeros que saben que no se puede conectar con un niño o un joven solo desde una pantalla. Son generadores de vínculos y quienes avivan la inteligencia emocional. Sin ellos, por muchas plataformas y materiales que nos inventemos, no hay aprendizaje.
P.- ¿El maestro de Religión lo tiene cada vez más difícil?
R.- Lo tiene muy complicado. Realmente, en la escuela los valoran y, como pone de manifiesto el informe, son un referente para los chavales. Además de ser docentes ejemplares por los contenidos que imparten, son buenos compañeros de camino, que es lo que se necesita hoy en un aula. Sin embargo, el peso social es una losa para ellos. No me cabe duda de que están viviendo un tiempo de descrédito. Podemos calificar incluso de injusticia el que se haya estereotipado su misión.
P.- ¿Cree que todavía se le considera un catequista que se ha colado en el horario escolar?
R.- Absolutamente. Y etiquetas mucho más preocupantes, como considerar que no enseña, sino que adoctrina. Ha calado la idea de que educar en el hecho religioso es algo anacrónico y caduco, con reminiscencias franquistas, cuando más bien es lo contrario: en una sociedad global se hace indispensable sumergirse en la multiculturalidad desde el conocimiento. También lo tienen complicado las familias de la escuela pública que deciden matricular a sus hijos en Religión, porque corren el riesgo de ser señaladas.
P.- El secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, ha llegado a asegurar que hay quien puede pensar que se le hace “un favor” a la Iglesia con estas clases…
R.- No hablamos de privilegio, sino del derecho de las familias a educar a sus hijos según sus convicciones. ¿Cuándo vamos a caer en la cuenta de que la religión es la puerta abierta para entrar en una parcela de la persona que no se trabaja hoy en las escuelas? Todo lo que tiene que ver con el proyecto vital, con la interioridad y espiritualidad, solo se puede despertar desde esta área del conocimiento.
P.- La nueva propuesta del Episcopado presentada a Isabel Celaá propone que todos los alumnos estudien moral…
R.- Yo lo veo clarísimo. De lo contrario, nos limitamos a una formación eminentemente funcionalista y cognitiva. Lo que no se ve es realmente lo que sustenta a una persona, a lo que se ve. Quizás ha quedado olvidado el término ‘virtud’, pero creo que es un concepto a recuperar si queremos una educación integral.
P.- Los ataques terroristas de Francia y Viena han reabierto el debate de la necesidad de educar en el hecho religioso para combatir el fanatismo.
R.- Si algunos, simplemente, echaran un vistazo a los contenidos de la asignatura de Religión, descubrirían que no solo se habla de catolicismo, sino que se abordan todos los credos desde el respeto absoluto y la pluralidad. El respeto, que es una de las bases de la materia, es mucho más que la mera tolerancia. Educar en el respeto tiene que ser una de las metas de cualquier escuela, si queremos fraguar una convivencia en paz en nuestra sociedad.
P.- En ese espíritu se mueve el Pacto Educativo Global promovido por el Papa, que busca involucrar, no solo a la comunidad educativa, sino a toda la sociedad. ¿Suena a utopía?
R.- Es una utopía necesaria. Solo cuando tienes una utopía, te animas a caminar porque tienes un horizonte. No tengo la menor duda de que estamos tocando esa utopía con los dedos, porque veo cómo hay muchas entidades y personas que se están sumando al Pacto Educativo Global con medidas concretas desde el ámbito de la cultura, de la política… Y, sobre todo, sin ser necesariamente católicos.