El proceso electoral norteamericano ha estado lleno de tensiones y desencuentros en la comunidad católica de los Estados Unidos. La polarización de la sociedad se ha traducido también en radicalización de posturas al interior de la Iglesia.
Vida Nueva conversó con Rodrigo Guerra, fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), miembro del Equipo Teológico del CELAM, y miembro ordinario de la Academia Pontificia por la Vida sobre este complejo escenario y su trascendencia para España y para América Latina.
PREGUNTA.- José H. Gómez, arzobispo de Los Ángeles y presidente de la Conferencia del Episcopado Norteamericano, ha reconocido el triunfo de Joe Biden lo que ha suscitado una importante repulsa de muchos fieles en aquel país, y en otras latitudes debido a que se afirma en su comunicado que será el segundo “Presidente católico”, y debido a su compromiso en la promoción del aborto.
RESPUESTA.- Monseñor José Gómez es un obispo de origen mexicano. Su formación en el Opus Dei lo hace poco sospechoso de ser filo-liberal o cosa parecida. Al contrario, a lo largo de los años ha mostrado una gran claridad doctrinal, prudencia pastoral y un fuerte compromiso social con la causa de los migrantes. El comunicado que ha publicado es breve y clarísimo. Primero, afirma la necesidad de que los católicos realmente seamos constructores de paz y fraternidad sinceras, y vivamos virtuosamente el desafío democrático, aún cuando puedan existir desacuerdos partidistas en materia de leyes y política pública.
En segundo lugar, acepta que el candidato Biden ha reunido suficientes votos para ser reconocido como el 46 Presidente de los Estados Unidos, y por ende, eventualmente será el segundo católico en ocupar la Casa Blanca. Finalmente, monseñor Gómez le pide a la Virgen María, entre otras cosas, que se reconozca siempre “la santidad de cada vida humana” y que se garantice “la libertad de conciencia y religión.”
Las reacciones críticas de algunos católicos a este comunicado exhiben diversos grados de distorsión e ideologización: desde los más moderados y menos preocupantes que afirman que habría sido bueno esperar a diciembre a que el Colegio electoral anunciara formalmente al ganador, hasta los radicales que sostienen que Biden no es un “verdadero católico” y que la Iglesia está defeccionando.
P.- ¿En qué consiste la “distorsión” e “ideologización” de la que habla?
R.- Algunos espacios y ambientes de la Iglesia en los Estados Unidos –y en otros países– han caído en lo que el cardenal Joseph Ratzinger denominaba “moralismo”: resolver y disolver la Persona viva de Jesús en un conjunto de valores, de luchas éticas, de “batallas culturales”. La distinción entre Cristo y ética cristiana se vuelve irrelevante ya que el segundo término absorbe al primero en gran medida. Por supuesto existe una relación muy íntima entre Jesucristo y la vida moral, pero no son lo mismo.
Este tipo de fenómenos es muy difícil que sean reconocidos de manera consciente por quienes los padecen, ya que responden a un proceso cultural y espiritual sutil que impacta profundamente en la configuración de la relación entre la conciencia y la fe. En el contexto actual estos fenómenos han provocado que exista una radicalización ideológica y partisana, en la que el Kerygma y la necesidad de construir fraternidad cristiana con todos, se trivializan y se tornan casi irrelevantes.
P.- ¿Quién es el ganador cuando los católicos resultan presos de estos problemas?
R.- Creo que hay dos instancias interconectadas que usufructúan estas divisiones. Por una parte, el Maligno es padre de la mentira y de la división. Nada más diabólico, es decir, divisivo, que fracturar la comunión eclesial. No es desconocido que quienes han puesto entre corchetes el ministerio y la enseñanza del papa Francisco, son algunos de los principales promotores de la radicalización de ultra-derecha en Estados Unidos y en otros lugares. Esta radicalización de inmediato hace que algunos sectores católicos se comiencen a sentir más cómodos con teorías de la conspiración clásicas o postmodernas, con los gobiernos y partidos de tipo soberanista e identitario, que con la nueva síntesis de la Doctrina social de la Iglesia que se ha logrado con los más recientes pontífices.
Por otra parte, los grandes ganadores son algunos grupos y movimientos neopaganos, que sin ningún tipo de afecto hacia la Iglesia, han visto vulnerados sus intereses financieros a través de la palabra y el testimonio del Papa, y de varios episcopados que valientemente han cuestionado el paradigma tecnocrático y el capitalismo salvaje. Ambos basados en el descarte de los más vulnerables y el desprecio al medio ambiente. En estos mundos, la extrema-derecha pagana y el liberalismo radical muchas veces coinciden y alimentan narrativas extremistas aún al interior de la propia Iglesia.
P.- ¿Cree usted que instancias no-cristianas inciden en las narrativas extremistas dentro de la Iglesia?
R.- La influencia de grupos políticos, económicos e ideológicos paganos al interior de algunos ambientes católicos, no ha sido extraña en la Historia de la Iglesia. A mediados del siglo XX, existieron diversas intentonas tanto de la Unión Soviética como del Tercer Reich para influenciar y potenciar ideas y actitudes en ambientes católicos. Me limito a poner dos ejemplos en materia ideológica bastante elocuentes y ligados al fenómeno contemporáneo de emergencia de derechas radicales en Estados Unidos y en otras partes del mundo.
El primero es la vieja teoría de la “Revolución anticristiana” que aún detentan diversos grupos ultra-conservadores, por ejemplo, en Argentina, Brasil, España, Estados Unidos y México. La gran mayoría de sus divulgadores y defensores no se preguntaron dónde nació y cuales son sus supuestos en materia de filosofía y teología de la historia. Mucho menos sus premisas antropológicas o metafísicas. Folletitos y gruesos libros se escribieron durante décadas para tratar de mostrar la naturaleza de la “Revolución” y sus “agentes”: el judaísmo, la masonería, el comunismo, la “teología de la liberación”.
Sin embargo, con contadas excepciones, casi nadie investigó que el creador original de esta teoría profundamente anti-masónica, Joseph De Maistre, era miembro de la Masonería. Desde joven y hasta su muerte bebió de la filosofía de Saint-Martin y de las logias martinianas. La posteridad espiritual de algunas de sus ideas se nota con cierta facilidad en el lenguaje y actitudes maniqueas de muchos de quienes han sido formados bajo la “forma mentis” de esta teoría de la conspiración.
P.- ¿Cuál es el segundo caso?
R.- El segundo ejemplo es otra teoría de la conspiración de orígenes más contemporáneos y que afirma que algunos de los principales fenómenos culturales de nuestro tiempo –aborto, homosexualidad, falta de respeto a la libertad religiosa– brotan del “marxismo cultural”. Los promotores católicos de estas ideas, o ignoran o no confiesan las peculiares raíces de esta teoría que se encuentran en el discípulo y amigo de Lyndon LaRouche (famoso por sus fantasías conspiracionistas), Michael Minnicino y su libro “New Dark Age”.
Luego de su publicación, Pat Buchanan y Andrew Breitbart le darían gran difusión a esta teoría enriqueciéndola con más elementos y haciéndola parte de la semántica de los grupos neo-nazis y Alt-Right norteamericanos, como “The Daily Stormer” y “American Renaissance”, además de muchos otros grupos en Europa y América Latina, algunos de ellos católicos. Hoy esta teoría es consumida y digerida acríticamente por católicos buenos pero desorientados, que prefieren interpretar el mundo contemporáneo desde este tipo de pseudociencia en lugar de profundizar en la lectura teológica de la historia del Concilio Vaticano II y en un realismo filosófico-histórico renovado.
P.- ¿Dónde están estos grupos actualmente? ¿Cómo son?
R.- Los grupos ideologizados se han auto-exhibido en los últimos días con gran impudicia tanto en Estados Unidos, España y América Latina. Es relativamente fácil encontrar los núcleos generadores de desinformación y sobre-simplificación ultraderechista al interior de la Iglesia. Estos grupos buscan promover narrativas no solo contra Biden a causa de su simpatía hacia el aborto –cosa muy real y que no es una cuestión menor– sino acentuar en el mismo viaje su visión maniquea, es decir, dualista, de la realidad: por una parte existe una oligarquía internacional anticristiana que busca controlarlo todo en todo nivel, por otra parte existe un pequeño y selecto reducto que sí conoce la verdadera entraña de la acción de los malos en el tiempo.
Así las cosas, cuando se suman los elementos: desconfianza hacia el papa Francisco, teorías de la conspiración, y actitud de “grupo selecto” llamado a develarle al mundo el significado oculto de la Historia, fácilmente tenemos el caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos grupos sectarios favorecedores de liderazgos neopopulistas de derecha radical. Esto no pretende ser una profecía imaginaria. Los mismos que difunden estas ideas son quienes hacen foros a favor de la vida y la familia en los que disertan con singular alegría los camaradas de Salvini, los amigos de Bolsonaro, miembros de Vox, asesores de Putin, gente cercana a Steve Bannon y/o ministros de Viktor Orban. De este modo, la noble causa de la vida y la familia es manipulada ideológicamente a favor de intereses realmente oscuros.
P.- ¿No existe acaso una oligarquía anticristiana más o menos secreta realmente actuante con un proyecto globalista y que busca el control geopolítico del mundo?
R.- La respuesta a esta pregunta es negativa. No existe una sola oligarquía, un solo grupo, una sola ideología “globalista”. Existen muchos proyectos que buscan diversas modalidades de “nuevo orden mundial”. Todos estos proyectos compiten entre sí y poseen diferencias importantes. No es lo mismo la visión geopolítica de Putin que el proyecto global de China. No es lo mismo la mirada que algunos países árabes poseen al momento de afrontar la globalización, que los proyectos “globalistas” de corte neoliberal o de corte neopopulista “iliberal”. El mundo sería más sencillo si existiera un sólo grupo secreto buscando conquistarlo todo. Dan Brown, el autor del “Código Da Vinci”, sería feliz. Pero el mundo no es así. La realidad es bastante más compleja e híbrida.
P.- Durante la campaña electoral norteamericana, y ahora luego de conocer que Joe Biden parece contar con los votos necesarios para ser el nuevo Presidente de los Estados Unidos, la polarización de la sociedad y de algunos ambientes en la Iglesia ha sido muy intensa. ¿Qué podemos esperar en el futuro próximo? ¿Cuáles son los retos de los católicos ante este escenario?
R.- Desde mi punto de vista lo que de manera compacta ha anotado monseñor José Gómez, el papa Francisco lo ha desarrollado “in extenso” en su nueva Encíclica “Fratelli tutti”. Los extremismos desgarran, fracturan, siembran odio y aumentan los resentimientos. Sólo la fraternidad y una renovada amistad social pueden ayudarnos a caminar hacia un futuro post-ideológico. Para la derecha radical esto es “buenísimo”, candor, estúpida ingenuidad. Para quien sigue a Cristo proponer una amistad, perdonar y morir por el adversario no es “buenísimo”. Es realismo.
Karol Wojtyla un tiempo perteneció al grupo clandestino “UNIA”. En sus reuniones escuchó cómo algunos pensaban que lo único eficaz para resistir al enemigo invasor era combatirlo de manera radical, aún con los puños, aún con las armas. El joven Wojtyla nunca simpatizó con este modo de proceder. Prefirió el teatro y la filosofía, la oración y que la fe se hiciera cultura. Al paso del tiempo, las fuerzas decisivas que permitieron los grandes cambios en Polonia y en el Este Europeo no fueron las que provinieron de los extremistas, profundamente apasionados, pero torpes en sus diagnósticos y en sus estrategias. Las fuerzas que cambian verdaderamente al mundo y a la historia son las fuerzas que transforman el corazón humano. El cambio vino de quienes optaron -¡radicalmente!– por la solidaridad con los trabajadores explotados, por el trabajo cultural paciente y arriesgado, y en no pocas ocasiones, por quienes se atrevieron al perdón cristiano sincero.
P.- ¿Qué podemos hacer para evitar nuevas manipulaciones políticas de la fe?
R.- Creo que tres cosas son indispensables. Primero, recordar lo que el papa Paulo VI nos enseñaba en “Octogesima adveniens”: “En las situaciones concretas, y habida cuenta de las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones [políticas] posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes”. Por eso, es preciso desconfiar de quienes pretenden deducir una opción partidista precisa a partir de la fe. Meter en un embudo a la fe para que conduzca unilateralmente hacia un solo tipo de solución política implica suprimir el discernimiento y la libertad.
Los católicos estamos llamados a educar y a acompañar la conciencia, no a suprimirla. Esto que es válido siempre, lo es más cuando los principales candidatos en una contienda electoral afirman posturas deficientes en temas sustantivos. Por ejemplo, cuando promueven acciones contrarias al derecho a la vida. Unos promoviendo el aborto, otros la pena de muerte. La conciencia debe advertir de manera clara ambas acciones contra la vida y discernir con prudencia, cuál puede ser la opción que permita el “bien posible” atendiendo a la Doctrina social de la Iglesia integralmente considerada.
Cuando solamente se toman en cuenta uno o dos temas de agenda cristiana, se acorrala a la conciencia y fácilmente se le manipula. No quiero insinuar que estas decisiones sean fáciles. Lo que deseo señalar es que no es conforme a la moral cristiana manipular a las personas en nombre de la fe o del derecho a la vida de unos o de otros. Una comprensión amplia de la Doctrina social de la Iglesia puede, por ejemplo, advertir los riesgos de un neopopulista autoritario –sea de derechas o de izquierdas– que busque instrumentalizar algún valor o causa buena con fines perniciosos.
P.- ¿Cuál es su segunda sugerencia?
R.- Los pobres son como un sacramento, decía Paulo VI al visitar Medellín en 1968. Ellos son verdadera escuela para comprender por dentro qué es realmente el bien común. Los católicos necesitamos redescubrir con mayor fuerza que la opción preferencial por los pobres es una dimensión constitutiva de la experiencia cristiana y un camino educativo para que los conceptos –como “bien común”– que aprendemos intelectualmente, se llenen de riqueza cualitativa y no sean meras palabras para decorar discursos. Solamente en amistad empírica con los pobres es posible entender qué es el pueblo verdaderamente y evitar las falsas salidas ideológicas que buscan manipularlo. Todo el capítulo III de “Fratelli tutti” intitulado “La mejor política” ofrece las bases para la educación de una nueva generación de católicos en la política. Católicos no-burgueses. Católicos radicalmente solidarios que construyen puentes en lugar de muros. En el parágrafo 187 el papa Francisco nos dice que cuando los pobres son auténticamente descubiertos y apreciados en nuestras vidas, descubrimos con ellos “el núcleo del verdadero espíritu de la política”.
P.- El papa Francisco habla también de la “ternura”, de la “caridad política”…
R.- Precisamente por ahí esta la tercera cuestión. La vida espiritual en buena medida es abrirse al Amor de Dios que nos abraza con misericordia, que no es pronto a condenar sino a perdonar. Quien está presto a señalar errores y pronunciar condenas, no solamente se vuelve odioso sino que exhibe sin querer, que no se ha dejado conmover por la ternura y la paciencia de Dios, y por ello, no las puede ofrecer. No hay que descuidar la vida espiritual. Para ello, hoy contamos con un maestro universal que es Francisco. El nos recuerda siempre que Dios no actúa con “medios ricos”, con grandes estrategias, con enormes ejércitos organizados. Dios actúa a través de “medios pobres”, a través de los últimos, de los que muchas veces son despreciados por los poderosos. Dios dilata su reino a través de mi querido Juan Diego y de Teresita de Liseaux, a través de Oscar Romero y de Dorothy Day. Colocar la mirada y el corazón en estos amigos que nos preceden, nos puede ayudar a tener apertura a todos y a promover la reconciliación en momentos de fractura social.
P.- ¿Qué les diría a quienes aún viven secuestrados de las ideologías que hoy deforman el compromiso de los católicos en la política?
R.- Creo que no podría decirles más que “miremos juntos a Francisco”, “dejémonos educar por el Pastor Universal”, recemos siempre por nuestros adversarios y tendamos una mano amiga hacia ellos. Orar y tender la mano de modo sincero no son gestos baladíes. Son verificación de que nuestra forma de luchar no conlleva violencia, rencor y destrucción sino abrazo. Y tal vez les recordaría el parágrafo 191 de “Fratelli tutti”: “Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas dañan las relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados. Mientras en la sociedad actual proliferan los fanatismos, las lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural, un buen político da el primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de realidad”.