“En muchos, muchos sentidos, el Papa Juan Pablo II fue un hombre admirable”. Con estas palabras comienza su último editorial el portal de noticias católico estadounidense National Catholic Reporter (NCR). Sin embargo, ni la capacidad del Pontífice de “alzar las voces de los pueblos oprimidos en toda Europa del Este”, ni sus “esfuerzos en favor del diálogo interreligioso” han sido capaces, para la redacción del NCR, de evitar quedar empañados por el informe del Vaticano sobre los abusos del ex cardenal Theodore McCarrick, por lo que pide de forma directa a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos que “suspenda el culto a Juan Pablo II”.
“La primera década del siglo XXI siempre se verá empañada por la calamitosa e insensible toma de decisiones de Juan Pablo II”, afirma el NCR, señalando que “es el momento de un difícil ajuste de cuentas”. “Este hombre, proclamado santo católico por el papa Francisco en 2014 , puso deliberadamente en riesgo a niños y adultos jóvenes en la Arquidiócesis de Washington DC y en todo el mundo”, subraya. Con ello, el entonces Papa “socavó el testimonio de la iglesia mundial, rompió su credibilidad como institución y dio un ejemplo deplorable a los obispos al ignorar los relatos de las víctimas de abuso”.
El editorial reconoce que Juan Pablo II, al ser santo, “tiene un culto vibrante”, por el cual “personas de todo el mundo celebran su memoria, alentando la devoción hacia él, colocando su nombre en iglesias y escuelas, y organizando procesiones y desfiles en su fiesta litúrgica”. Ante esta realidad, el NCR anima al episcopado de Estados Unidos a debatir en su próxima conferencia anual –que tendrá lugar la próxima semana– “si los católicos estadounidenses pueden continuar con tales prácticas”. Asimismo, se hace un llamamiento a que los obispos promuevan una solicitud, dirigida al Vaticano, para que “suprima formalmente el culto a Juan Pablo II”. “Las víctimas de abuso no merecen menos”, sentencia el editorial.
Estas peticiones se basan en que el informe del Vaticano “muestra claramente” que “la decisión del difunto Papa de nombrar a McCarrick como arzobispo de Washington en 2000 se produjo a pesar de las severas advertencias de sus asesores de más alto nivel en ambos lados del Atlántico”. “La carta del 28 de octubre de 1999 del cardenal John O’Connor de Nueva York, que ha sido revelada por primera vez, difícilmente podría haber sido más siniestra”, afirma NCR. En ella, el purpurado advertía que McCarrick “había sido objeto de acusaciones anónimas y se sabía que invitaba a los seminaristas a dormir en la misma cama que él”.
“O’Connor, quien envió la carta el 28 de octubre de 1999, padecía un cáncer cerebral que lo llevaría a la muerte solo siete meses después”, relata el editorial, subrayando que el cardenal “también dijo que tenía ‘serios temores’ sobre la posibilidad del ‘grave escándalo’ que podría causar a la iglesia” que Juan Pablo II promocionase a McCarrick desde su posición como arzobispo de Newark.
Sin embargo, y a pesar de que O’Connor no fue el único en advertir a Juan Pablo II –también lo hizo el entonces embajador del Vaticano en los Estados Unidos y prefecto de la Congregación de Obispos del Vaticano–, el Papa “confiaría en las negativas de McCarrick sobre su comportamiento” y continuaría con su nombramiento. “Es más, para hacerlo, tuvo que tomarlo personalmente bajo su protección”, recalca el texto.
Sin embargo, el argumentario del NCR no se basa únicamente en el caso McCarrick. “Esto es aún más devastador si considera que la decisión se tomó durante el mismo período en que el Vaticano fue informado de las acusaciones de abuso por parte del padre Marcial Maciel”, apunta, haciendo referencia al fundador de los Legionarios de Cristo. A pesar de esto, Juan Pablo “continuaría alabando al hombre públicamente durante el resto de su papado” y, tal como recuerda el editorial, “Maciel no fue castigado públicamente hasta 2006, después de la muerte de Juan Pablo, cuando el Papa Benedicto XVI ordenó al sacerdote una vida de penitencia”.
“Ya no hay forma de escapar de la verdad”, concluye el texto. “Juan Pablo II, en muchos sentidos un hombre admirable, fue deliberadamente ciego al abuso de niños y jóvenes”, afirma. Y matiza que “reprimir el culto del difunto pontífice no significaría decirle a la gente que necesita tirar sus reliquias o medallas; la gente aún podría practicar la devoción privada por él”, pero sí reconocer que “para las víctimas de abuso, sus defensores y muchos otros, la memoria de Juan Pablo II ya no es una bendición. No debe celebrarse en público”.