Tras mes y medio de enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán por el control del enclave de Nagorno-Karabaj, el acuerdo de paz entre ambos países, firmado el pasado 9 de noviembre, ha provocado el dolor de la población armenia de los enclaves de la región que han sido conquistados por los azeríes y que ahora, tras el armisticio, serán ya definitivamente de Azerbaiyán. Poblado en un 90% por amenios, estos llegaron en masa Nagorno-Karabaj tras la guerra entre ambas naciones en 1990, que acabó con victoria de Armenia, que declaró la independencia del territorio. No obtuvo el respaldo oficial de la comunidad internacional, aunque, en la práctica, la región estaba en manos armenias.
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El desgarro emocional para los armenios de la zona (Azerbaiyán siempre los ha considerado colonos ilegales) llega hasta tal punto que, según relatan varios medios locales, muchos de los autóctonos, antes de abandonar a la fuerza sus hogares, han preferido quemarlos para evitar que estos sean habitados por población llegada de Azarbaiyán.
La decisión de Stalin
Para entender este conflicto bélico en suelo europeo hay que mirar al pasado; concretamente, al menos, un siglo atrás, a la I Guerra Mundial. En ella se explica en buena parte el origen nacional de estas dos antiguas repúblicas soviéticas, surgidas como tal de la disolución de dos históricos imperios, el otomano y el ruso. Stalin creyó que el enfrentamiento local le beneficiaba y dejó en manos de Azrerbaiyán un territorio que históricamente era armenio. Un choque en el que también tuvo mucha incidencia el factor étnico y religioso, siendo mayoritariamente cristianos los armenios y musulmanes los azeríes.
El acuerdo de paz ha sido auspiciado por Rusia, hasta el punto de que tropas llegadas directamente desde Moscú son las que están ejerciendo un papel de supervisión en el cumplimiento de los acuerdos. Además de la tutela de Vladimir Putin, también se ha contado con la aquiescencia de Turquía, cuyo presidente, Recep Tayyip Erdogan, había sido señalado como el gran culpable de la crisis por el arzobispo de Karabaj, Parguev Martirosián, quien, al inicio de las tensiones en la frontera, señaló que el mandatario otomano estaría favoreciendo el paso de militantes islamistas desde Siria. Todo con el fin de provocar “el tercer genocidio armenio”.
Como un desplazado más
Ahora, el propio Martirosián, líder de la Iglesia apostólica, ha simbolizado el drama de su pueblo. Primero, en una imagen en la que se le ve como un desplazado más en Yerevan, la capital armenia, solo y con la cabeza hundida entre sus rodillas. En segundo lugar, ante la noticia que se ha difundido en la mañana de este 16 de noviembre, cuando medios locales han contado que ha sufrido un ataque al corazón y ha tenido que ser ingresado en el propio hospital de Yerevan.
En conversación con Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), Bernardo de Nardo, sacerdote argentino que lleva tres años como misionero en Armenia, apunta que “la gente está muy disconforme con el armisticio; lo consideran una traición a los miles de muertos y un abandono completo a los armenios que viven en Karabaj”. De ahí que vaticine “una crisis política muy grave” que puede llevar incluso a la caída del Gobierno, habiendo ya numerosas “protestas y manifestaciones en las calles”.
Pérdida del patrimonio cultural y religioso
Y es que, como destaca De Nardo, esta nueva derrota hará que los armenios vivan “en un clima permanente de miedo ante la amenaza de un genocidio”. Lo que provocará un éxodo que tendrá un efecto más allá del humanitario: “El patrimonio cultural y religioso está en peligro. Las iglesias podrían ser destruidas o convertidas en mezquitas. Azerbaiyán ya ha sido denunciada por Armenia por destruir un cementerio cristiano en Najicheván, probado con videos que muestran cómo demuelen y destruyen todas las tumbas con sus cruces de piedra. Es muy posible que lo mismo ocurra en Karabaj”.