La Iglesia en la Unión Europea se une para pedir a los Estados miembros corredores humanitarios para los refugiados

Una protesta contra el Brexit y a favor de la Unión Europea en Londres/EFE

“Recomendamos que se faciliten vías seguras y legales para los migrantes, y corredores humanitarios para los refugiados, mediante los cuales puedan venir a Europa con seguridad y ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados”. La Iglesia en la Unión Europea, representada por los presidentes de las conferencias episcopales de los Estados miembros, hacen “un llamamiento a la solidaridad” a las instituciones europeas y a los Estados para “salir más fuertes” de esta crisis sobrevenida por la pandemia del coronavirus.



En este sentido, “es conveniente colaborar con las instituciones eclesiásticas y las asociaciones privadas que ya trabajan en este campo”, como la Comunidad de Sant’Egidio. Porque “Europa no puede ni debe dar la espalda a las personas que proceden de zonas de guerra o de lugares donde son discriminadas o no pueden gozar de una vida digna”, reclaman.

En su mensaje, titulado ‘Recuperar la esperanza y la solidaridad’, haciéndose eco de la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del papa Francisco, reconocen que “los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, como la dignidad humana y la solidaridad, así como la opción preferencial por los pobres y la sostenibilidad, pueden ser los principios rectores para construir un modelo diferente de economía y sociedad tras la pandemia”.

Los prelados agrupados en la COMECE abogan por hacer de la solidaridad el “núcleo del proceso de integración europea”. Más allá de las transferencias internas de recursos de acuerdo con las políticas de cohesión, la solidaridad debe entenderse en términos de ‘actuar juntos’ y de ‘estar abiertos para integrar a todos’, especialmente a los marginados”. A este respecto, imploran que “la vacuna del Covid-19, cuando esté disponible, debe ser accesible a todos, especialmente a los pobres”. Del mismo modo, piden “el incremento de la ayuda humanitaria y la cooperación para el desarrollo, y la reorientación de los gastos militares hacia los servicios sanitarios y sociales”.

Según los mitrados, “la solidaridad europea debe extenderse urgentemente a los refugiados que viven en condiciones inhumanas en los campos y están seriamente amenazados por el virus. La solidaridad hacia los refugiados no solo significa la financiación, sino también la apertura proporcional de las fronteras de la Unión Europea, por parte de cada Estado miembro. El Pacto sobre la Migración y el Asilo presentado por la Comisión Europea puede considerarse como un paso hacia el establecimiento de una política europea común y justa en materia de migración y asilo, que debe evaluarse cuidadosamente”.

Y prosiguen: “Pensamos que hay ciertos principios, valores y obligaciones jurídicas internacionales que siempre deben ser respetados, independientemente de las condiciones de las personas involucradas, principios de actuación y valores que son la base de la identidad de Europa y tienen su origen en sus raíces cristianas”.

Raíces cristianas

En el escrito, los obispos muestran su confianza en que “de esta crisis podamos salir más fuertes, más sabios, más unidos y más solidarios, cuidando más la Cas común y siendo un continente que impulse al mundo entero hacia una mayor fraternidad, justicia, paz e igualdad”. Así, reafirman su compromiso con la construcción de “una Europa que ha traído la paz y la prosperidad a nuestro continente” y con “sus valores fundacionales de solidaridad, libertad, inviolabilidad de la dignidad humana, democracia, Estado de derecho, igualdad y defensa y promoción de los derechos humanos”.

Los prelados, entre los que se encuentra el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, destacan en su escrito que “los Padres Fundadores de la Unión Europea estaban convencidos de que Europa se forjaría en la crisis. Con nuestra fe cristiana en el Cristo Resucitado tenemos la esperanza de que Dios puede convertir todo lo que sucede en algo bueno, incluso aquellas cosas que no comprendemos y que parecerían malas. Esta fe es el fundamento último de nuestra esperanza y de nuestra fraternidad universal”.

Asimismo, “como Iglesia católica en la Unión Europea, junto con otras Iglesias hermanas y comunidades eclesiales, proclamamos y damos testimonio de esta fe y, junto con miembros de otras tradiciones religiosas y personas de buena voluntad, nos comprometemos a construir una fraternidad universal que no deje a nadie fuera”. Y añaden: “La fe nos llama a salir de nosotros mismos y ver en el otro, especialmente en aquellos que sufren y están marginados, a un hermano y una hermana, y a estar dispuestos igualmente a dar nuestra vida por ellos”.

En la misma barca

La pandemia “ha sacudido muchas de nuestras seguridades anteriores y ha revelado nuestra vulnerabilidad y nuestra interconexión. Los ancianos y los pobres de todo el mundo han sufrido lo peor. A esta crisis que nos sorprendió y nos pilló desprevenidos, los países europeos respondieron al inicio con miedo, cerrando las fronteras nacionales y exteriores, algunos incluso negándose a compartir entre sí los muy necesarios suministros médicos”, advierten.

“A muchos nos preocupaba que la propia Unión Europea, como proyecto económico, político, social y cultural, estuviera en peligro. Con una renovada determinación, la Unión Europea comenzó a responder de forma conjunta a esta dramática situación. Demostró su capacidad para redescubrir el espíritu de los Padres Fundadores. Es de esperar que el Plan de recuperación del Covid-19 y el Plan reforzado del presupuesto de la UE para el periodo 2021-2027, que se han acordado en la reunión del Consejo Europeo de julio y que actualmente se negocian entre el Consejo y el Parlamento Europeo, reflejen ese espíritu”, continúan.

Para la Iglesia de los 28 Estados miembros, “el futuro de la Unión Europea no depende únicamente de la economía y las finanzas, sino también del desarrollo de un espíritu común y una nueva mentalidad. Esta crisis es una oportunidad espiritual para la conversión. No debemos limitarnos a dedicar todos nuestros esfuerzos a volver a la ‘vieja normalidad’, sino que debemos aprovechar esta crisis para lograr un cambio radical para mejorar. Ello obliga a replantear y reestructurar el actual modelo de globalización garantizando el respeto al medioambiente, la apertura a la vida, la importancia de la familia, la igualdad social, la dignidad de los trabajadores y los derechos de las generaciones futuras”.

Libertad religiosa

Un elemento “crucial” para la Iglesia en muchos Estados miembros durante la pandemia es el respeto de la libertad religiosa, en particular la libertad de reunirse para ejercer su libertad de culto, respetando plenamente los requisitos sanitarios. “Esto es aún más evidente si consideramos que las obras de caridad nacen y también se arraigan en una fe vivida. Declaramos nuestra buena voluntad de mantener el diálogo entre los Estados y las autoridades eclesiásticas para encontrar la mejor manera de conciliar el respeto de las medidas necesarias y la libertad de religión y de culto”, afirman.

Por otro lado, los prelados insisten en que “a menudo se ha dicho que el mundo será diferente después de esta crisis”. Pero “depende de nosotros que sea mejor o peor, si salimos de esta crisis fortalecidos en la solidaridad o no”. “Durante estos meses de pandemia, hemos sido testigos de muchos signos que nos han despertado la esperanza, desde el trabajo del personal sanitario y el de quienes cuidan de los ancianos, hasta los gestos de compasión y creatividad de las parroquias y comunidades eclesiales”, agregan.

Para terminar, aseguran a todos los líderes europeos su oración y su palabra de que “la Iglesia permanece a su lado en el esfuerzo común de construir un futuro mejor para nuestro continente y el mundo. Todas las iniciativas que promuevan los auténticos valores de Europa serán apoyadas por nosotros”.

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