Fernando Chica Arellano, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA, ha clamado hoy ante el organismo de Naciones Unidas por todos los marineros fallecidos por el Covid-19 en alta mar. El sacerdote español ha participado, junto al cardenal prefecto del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, en el evento con motivo de la Jornada Mundial de la Pesca que se celebra mañana 21 de noviembre. “Los menos afortunados han recibido una precipitada sepultura, en el extremo perdido de un mar que les ofrecería un futuro mejor y, sin embargo, ha acabado con todos sus sueños”, ha señalado.
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“Los pescadores están acostumbrados a afrontar situaciones de imprevisibilidad provocadas por el cambio brusco del tiempo, los temporales y mares agitados, etc. Sin embargo, el coronavirus ha fustigado el trabajo diario de los pescadores de manera abrumadora, con una multitud ingente de trabajadores del mar que ha perdido la única fuente de ingresos que tenía su familia. Esto ha tenido resultados nefastos en los hogares, como el abandono forzoso de la escuela por parte de los hijos, la falta de recursos para comprar medicamentos u otros productos de primera necesidad, deudas abultadas o la imposibilidad de devolver préstamos. Muchos otros pescadores han permanecido varados con motivo del cierre de los puertos, con miedo de contagiarse porque siempre trabajan en espacios reducidos sin poder mantener la distancia requerida”, ha comenzado explicando Chica.
En este sentido, ha reconocido que la Iglesia y la Santa Sede “conocen bien de cerca estas adversidades y tantas otras como tienen que encarar los marineros y sus familias”. De hecho, “para salir al encuentro de las mismas surgió el Apostolado del Mar, al que por doquier se llamó Stella Maris, un nombre tradicional usado para referirse a Nuestra Señora como la estrella polar que nos guía a Cristo y que tan intensa y reiterada devoción suscita entre las gentes del mar, sobre todo en su advocación de la Virgen del Carmen, ‘Estrella de los mares’”, ha indicado.
Esta iniciativa eclesial “lleva trabajando incansablemente durante un siglo, procurando el bienestar pastoral, social y material de todos los marineros y pescadores, independientemente de su color, raza, condición social o credo. Desde sus primeros años, gestionó grandes albergues de marinos en las principales ciudades portuarias, como zonas de encuentro y ayuda, para que los trabajadores del mar pudieran quedarse mientras sus barcos estaban en el puerto varias semanas. Un sinfín de voluntarios han cuidado con esmero y han brindado hospitalidad y cercanía fraterna a la gente de mar”, ha detallado.
Iglesia, sembradora de solidaridad
Como ha recalcado Chica, “en un mundo globalizado, de esta y otras formas, la Iglesia es sembradora de solidaridad y abanderada de la tutela y el respeto por los derechos fundamentales de las gentes del mar, que con tanta frecuencia se ven amenazadas por nuevas formas de esclavitud y explotación”. Y ha añadido: “Ella sabe que, si queremos que los Objetivos de Desarrollo Sostenible contenidos en la Agenda 2030 de las Naciones Unidas se cumplan, es imprescindible acoger a todos y que nadie se sienta postergado o descartado. No ignora tampoco que, ante las vejaciones que padecen muchos pescadores, es fundamental denunciar las injusticias. Para ello hay que construir alianzas que favorezcan el bien común, con nuevos estilos de pesca y comercialización de los productos recogidos en los mares y en los océanos sin que estos queden esquilmados o contaminados”.
Recordando al papa Francisco, que ha repetido en numerosas ocasiones durante la pandemia que nadie se salva solo, ha pedido unidad. “Juntos hemos de sentir el dolor que experimentan los que se hallan en esos barcos pesqueros donde muchos se vieron enrolados de manera forzada o bajo engaños, malviviendo hacinados, careciendo de servicios higiénicos o médicos, viéndose explotados cruelmente durante años enteros, criminalizados y alejados de sus seres queridos, para llevar pescado barato al mercado, generando ganancias de las que solamente se benefician los armadores”, ha insistido.
Juntos también “hemos de levantar nuestra voz contra esos barcos pesqueros en los que se lleva a cabo la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, que no respeta los ritmos naturales de las especies marinas, amenaza el futuro de los recursos pesqueros, merma la biodiversidad y lacera los medios de vida de quienes pescan legítimamente”, ha continuado, para luego recalcar: “Juntos hemos de desenmascarar esos barcos pesqueros que se comprometen a salvaguardar ciertas especies marinas en la pesca, pero que menoscaban los derechos humanos y laborales de los pescadores, obligados a trabajar durante muchas horas seguidas y en una situación precaria”.
Unir fuerzas
Así, “juntos hemos de unir fuerzas para que no haya barcos pesqueros que, con medios destructivos de pesca (cianuro, dinamita, etc.), devastan nuestra Casa común que son los ríos y los océanos, agotando recursos naturales preciosos e hipotecando el porvenir de las nuevas generaciones”, ha aseverado.
Frente a estas tragedias, “no podemos hacer caso omiso de ellas y volver la cara hacia el otro lado fingiendo que no existen. La Iglesia respalda a las instituciones internacionales para dar voz a los que se ven privados de ella y otorgar esperanza a los que, oprimidos por estas situaciones crónicas de injusticia e intimidación, se sienten olvidados, no creyendo ya que un cambio sea realmente posible en sus vidas y en las de sus familias”, ha apuntado.
Por último, Chica ha acabado recordando que “hoy todas las diferentes clases de pescadores nos piden que hagamos oír su voz, que les ayudemos a hacer valer sus derechos y a devolver la dignidad y el decoro a sus vidas, que con asiduidad son despreciadas e infravaloradas”. “Juntos debemos trabajar para que las injusticias y abusos en el mundo de la pesca, que lamentablemente no se han detenido en este trance de pandemia, puedan acabar de una vez por todas”, ha concluido.