“El ejemplo del mestizaje que ha hecho grande América puede ayudar a sanar el mundo”. Así lo cree el papa Francisco, que esta mañana ha recibido en audiencia a la comunidad del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano, a cuyos sacerdotes en formación ha lanzado tres puntos de acción para trabajar desde el punto de vista personal y comunitario.
Antes, hablando sobre el mestizaje, el Papa ha recordado que “el Evangelio y su mensaje llegó a nuestra tierra por medios humanos, no exentos de pecado, pero la gracia se sobrepuso a nuestra debilidad y su Palabra se extendió por todos los rincones del continente. Los pueblos y las culturas lo acogieron en una rica diversidad de formas que hoy podemos contemplar. Este milagro se produjo porque tanto quienes llegaban como quienes los recibían fueron capaces de abrir el corazón y no se cerraron a lo que el otro podía aportarle, ya fuese en lo humano, en lo cultural o en lo religioso”.
Para Francisco, “esta raíz mestiza nace de un corazón capaz de amar al otro con un amor fecundo, es decir, dispuesto a crear algo nuevo que lo supera y lo trasciende. Esto supone rechazar la propia autorrefencialidad, para poder así difundir el don recibido. Esta semilla del reino, no lo duden, crecerá y dará un ciento por uno, no de granos todos iguales sino de una insospechada variedad y riqueza”.
Actualmente, “hay latinoamericanos esparcidos por todo el mundo, y de esta realidad se han beneficiado muchas comunidades cristianas. Iglesias del norte y de centro Europa, incluso de oriente, que han encontrado en ellos una nueva vitalidad y un renovado empuje. Muchas ciudades, desde Madrid hasta Kobe, celebran con fervor al Cristo de los Milagros y otro tanto se puede decir de Nuestra Señora de Guadalupe”, ha explicado. Y ha agregado: “El rico mestizaje cultural que hizo posible la evangelización se reproduce hoy de nuevo. Los pueblos latinos se encuentran entre ellos y con otros pueblos gracias a la movilidad social y a las facilidades de la comunicación, y de este encuentro también ellos salen enriquecidos”.
Tres reflexiones
Jorge Mario Bergoglio ha dejado para el final los tres puntos sobre los que le gustaría que discernieran los nuevos sacerdotes:
- Abrir la puerta del corazón y de los corazones: “Abrir el corazón ciertamente al Señor que no deja de llamar a nuestra puerta, para hacer morada en nosotros. Pero también abrirlo al hermano, pues no olviden que nuestra relación con Dios puede ser fácilmente testada en cómo nos proyectamos sobre el prójimo. Cuando abren el corazón a todos sin distinción por amor de Dios, crean un espacio donde Dios y el prójimo pueden encontrarse. No dejen nunca de manifestar esta disponibilidad, esta apertura: no cierren nunca la puerta a quien en el profundo de su corazón anhela poder entrar y sentirse acogido. Piensen que los llama el Señor bajo el atuendo de ese pobre, para sentarse todos juntos en su banquete”.
- Arrimar el hombro y convocar a los demás a hacerlo: “Dios los ha llamado a la vocación sacerdotal, los ha enviado a esta ciudad de Roma para completar su formación, porque tiene un proyecto de amor y de servicio para cada uno de ustedes. Pastores según su corazón que se consagren al cuidado de las ovejas, que las apacienten, las guíen, las curen y busquen siempre su bienestar. Seguramente, en sus cabezas hay infinidad de iniciativas y no dudo que trabajando con denuedo harán mucho bien y ayudarán a muchas personas, pero nuestra misión no sería perfecta si nos quedáramos en eso. Nuestro esfuerzo debe ser además un reclamo, necesita convocar al rebaño, hacerle sentirse pueblo, llamado también él a ponerse en camino y a esforzarse por adelantar el reino, ya aquí en esta tierra”.
- Curar al mundo del gran mal que lo aqueja: “La pandemia nos ha puesto delante del gran mal que aflige a nuestra sociedad. La globalización ha superado las fronteras, pero no las mentes y los corazones. El virus se difunde sin freno, pero no somos capaces de dar una respuesta conjunta. El mundo sigue cerrando las puertas, rechazando el diálogo y la colaboración, se niega a abrirse con sinceridad al compromiso común por un bien que alcance a todos indistintamente. La cura de ese mal debe llegar desde abajo, de los corazones y las almas que un día les serán encomendadas, con propuestas concretas en el ámbito de la educación, la catequesis, el compromiso social, capaces de cambiar mentalidades y abrir espacios, para sanar este mal y dar a Dios un pueblo unido”.