Peter Hughes, misionero irlandés que lleva medio siglo en Perú, fue asesor en el pasado Sínodo de la Amazonía y es miembro del Comité Ejecutivo de la Red Eclesial de la Panamazónica (REPAM), una institución que jugó un papel importante en la fase preparatoria del Sínodo y que ganó aún más importancia en la fase postsinodal. Nuevo responsable del Equipo de Derechos Humanos y Derechos Indígenas de la REPAM, que ha renovado sus cargos, este sacerdote de la Sociedad Misionera de San Columbano es un referente a la hora de conocer todos los retos que afronta la Amazonía.



PREGUNTA.- En primer lugar, ¿cómo está afectando la pandemia a Perú y al conjunto de la región?

RESPUESTA.- La cosa está muy grave en el país, y más todavía en la Amazonía. Las autoridades hablan de una cifra de 30.000 fallecidos, pero voces autorizadas hablan del doble de casos. Perú registra el mayor número de fallecidos de COVID-19 por cada 100.000 habitantes.

Otras “plagas”

P.- Pero la Amazonía sufre otras “plagas”…

R.- Paradójicamente, en esta zona donde rebosa la vida hay un alto índice de muerte, de saqueos, de violaciones de derechos… Hemos visto crecer en estos días el número de asesinatos, particularmente de líderes indígenas y defensores de la ecología. Recientemente, tuvimos el último caso de un joven de 35 años, Roberto Carlos Pacheco, y con él son ya una docena los asesinados en estos meses.

En la Amazonía hablamos de una doble plaga: a la del COVID -19 se ha sumado un aumento de la actividad de las empresas extractivistas ligadas a la minería, el petróleo, la deforestación, el acaparamiento de tierras… Frente a ello, el Estado permite a las empresas actuar a su libre albedrío y hacer prácticamente lo que les da la gana. Un ejemplo claro de esta política de desprotección de los pueblos originarios y de la destrucción de la Amazonía es Brasil. La cultura amazónica siente que este tipo de agresiones que se están haciendo es un tremendo abuso contra la vida.

P.- La REPAM, a los seis años de su creación, es clave en el futuro de la Iglesia amazónica.

R.- El proceso sinodal fue muy importante porque se trató de escuchar a la Amazonía, el doble grito de la Tierra y de los pobres. El término “grito” viene a expresar que hablamos de una voz de vida o muerte. En la fase presinodal se pudo escuchar la voz de 87.000 personas, con nombre y apellido, la voz de representantes de más del 40% de los pueblos originarios. Eso es nuevo para la Iglesia católica, que ha pasado de hablar y predicar a escuchar al otro como paso previo a la evangelización. La identidad de la REPAM es la de una red que da voz a todos los territorios de la Amazonía. Es un servicio de la Iglesia y para la Iglesia. La REPAM debe estar al servicio de los obispos, no al revés.

La mujer y un nuevo modelo sacerdotal

P.- ¿Las mujeres participan de ese sentimiento de que la Iglesia está a su lado? ¿Se han dado pasos en el reconocimiento del papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia?

R.- Son muchas las mujeres que ya no solo han logrado ser tenidas en cuenta por los obispos, sino ser referentes para la comunidad. En todas las discusiones sobre la CEAM, las voces de estas mujeres han sido, si cabe, más importantes que las de los varones. Ello no quita para que la Iglesia tenga que comenzar un camino sobre cómo desarrollar los ministerios nuevos.
En el Sínodo se habló mucho del tema de la diaconía, tanto en el caso de varones como de mujeres. Y, si bien puede parecer que ha quedado como asignatura pendiente, es importante señalar que el centro de la discusión ha de ser la formación y la calidad del compromiso de estos laicos. Un proceso similar está ocurriendo con el ministerio sacerdotal; se trabaja sobre un nuevo modelo sacerdotal más cercano a las comunidades indígenas.

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