La Conferencia Española de Religiosos (CONFER) acaba de celebrar un coloquio virtual con Miguel Ángel Rodríguez, responsable de Alianzas y Analítica de Canales Digitales de Cruz Roja y quien, además, acumula 25 años de experiencia con diferentes entidades humanitarias.
Una incansable labor en la que este periodista granadino ha tenido que hacer frente a numerosas situaciones de emergencia, como las inundaciones en Mozambique en el año 2000 o los terremotos de 2004 en Marruecos, 2005 en Pakistán, 2006 en Java o 2007 en Nepal (2015). También ha apreciado en primera persona las consecuencias de tsunamis como el del sur de Asia (2004-2005) o el de Indonesia (2004) (2004), o incluso la erupción del volcán Merapi en 2006. Sin olvidar la crisis del cólera en Guinea Bissau 2009 o las guerras de Irak y Darfur.
Ahora mismo, centra su labor en la crisis de los refugiados, tratando de visibilizar su situación desde la conciencia de que “la información ayuda a cambiar las cosas y, en los casos más extremos, salva vidas. La gente, empezando por los propios implicados, necesita saber lo que pasa”.
Sobre el origen de su vocación como periodista, Rodríguez ha explicado que, ya de pequeño, “me impactaban las crónicas periodísticas que nos mostraban realidades ignoradas y ninguneadas”. Con el tiempo, ha ido percibiendo cómo “a mucha gente le ha marcado la vida nacer en un kilómetro o en otro”.
Respecto a la crisis humanitaria que fuerza a decenas de millones de personas a abandonar sus hogares, ha llamado a “no diferenciar entre migrantes y refugiados, pues todos pueden ser igual de vulnerables y ver violados sus derechos humanos”.
Por su amplia experiencia como contador de historias en medio del horror, el periodista ha recalcado que “las catástrofes naturales suponen un impacto brutal, pero, a nivel emocional, es más difícil abordar lo que ha sido causado por la mano del hombre. Muchas veces, eso me rompe y me hace perder la esperanza, pero al final la recupero, pues sé que, ahí mismo, también hay muchos otros testimonios marcados por la bondad. Hay mucha solidaridad, mucha gente que apoya. Me fascina esa resiliencia personal, pero es más difícil tener ese esperanza en las administraciones”.
“Ahora –ha proseguido–, volcados en el Covid, hay muchas crisis humanitarias sin cobertura mediática: Siria lleva diez años en guerra y muchos niños solo han conocido eso, las heridas y el eco de los desplazados. Tampoco se habla de Yemen, donde no se respetan ni las escuelas o las instalaciones humanitarias y cuya población también sufre una gran hambruna. Por no hablar de Afganistán, que lleva 70 años en guerra…”. De ahí su insistente llamada, para los ciudadanos y los periodistas, a “acudir al origen, al por qué escapa la gente de sus hogares. Y ponernos en su piel: todos huiríamos si pudiéramos y estuviéramos en una situación como esa”.
Y es que la inacción tiene consecuencias directas: “En el Mediterráneo hay un genocidio silencioso”. Un efecto que se traduce en el “incremento de llegadas de pateras en Canarias”, pero que tiene otros ámbitos y rostros: “No hay que mirar solo a lo que ocurre en Marruecos respecto a la ruta migratoria por el Mediterráneo o en Turquía para el Egeo. Hay otros factores y es un fenómeno complejo, pero la máxima ha de ser siempre el cuidado de los derechos humanos”. Y es que, ante “el hecho de que hay millones de migrantes y desplazados”, nos podemos situar de dos modos: “Aceptar que es una realidad que hay que saber gestionar y que nos puede enriquecer o, si lo vemos como un problema, nos quedaremos siempre en los mínimos”.
Desde esta perspectiva, Rodríguez apela “a la responsabilidad colectiva. Toda Europa debe comprometerse en este sentido, pues no es algo que incumba solo España, Italia o Grecia por ser los puntos de frontera. En los últimos años, se ha pasado la política de la acogida, como se visibilizó en Alemania con Merkel, a apostar por la frontera como primera respuesta. Por eso es necesario acudir a las causas, lo que es difícil, pues exige hacer política sobre el terreno”.
Con todo, “la migración está ahí y es un fenómeno que no va a decrecer, por lo que exige respuestas. Aunque, tristemente, a veces imperen el cinismo y la hipocresía, en lo personal y a nivel político. Cuando los migrantes se acercan, cuando están en nuestra frontera, se rebaja la empatía inicial con que a veces son vistos. Lo que denota también una visión cortoplacista que se utiliza por grupos de carácter racista, xenófobo, populista para criminalizar a estas personas. Se busca un culpable y el discurso simplista acusa al negro, al diferente, con aseveraciones como que ‘nos quitan el trabajo’. Es necesaria la empatía, hay que ponerse en su piel. También los periodistas”.
Como motor a la hora de proseguir con su labor diaria en tantos contextos de vulnerabilidad, el representante de Cruz Roja señala que le mueve “el testimonio de las personas resilientes, con la capacidad de salir adelante pese a todo. Aquí me viene a la mente una mujer en Indonesia que había perdido a 108 familiares en un tsunami. Donó lo poco que tenía para hacer un orfanato. También recuerdo, tras las inundaciones en Mozambique, a las familias subidas familias en los árboles. Me impresionó ver a los niños cantar esto: ‘Si fuera un pajarito, volvería a casa…’. Y es que los niños son los que más sufren… En Brasil, estando con los sin tierra, niño niño murió atropellado en una protesta. Todas las familias obligaron a sus hijos a ver el cuerpo para que supieran que esa era su lucha”.
“Con el Covid –lamenta– todo es más complicado. Ha invisibilizado otras crisis y deja cifras de guerra. Además, afecta a la cooperación internacional, siendo mucho más difícil enviar recursos y tener una presencia física en terreno. Los medios también lo tienen peor, pues cada vez tienen menos presencia en muchas regiones del mundo, habiendo una auténtica falta de corresponsales. Por eso creo que la pandemia ha acentuado esto y va a dejar tocada la cooperación, originando un cambio de paradigma”.
De cara al futuro, nos esperan “más inseguridad, más digitalidad y menos presencialidad… De ahí que sea clave verificar las fuentes y tratar de estar en el terreno lo máximo posible”. Una situación, por cierto, en la que asegura que “la Iglesia puede hacer mucho. Por su capilaridad, por tener la mayor red de presencia física a nivel mundial en los lugares más vulnerables, tanto con entidades como Cáritas o los propios misioneros, tiene una mayor capacidad a la hora de poder difundir los testimonios directos de las víctimas”. Por ello, anima con todas sus fuerzas a que se asuma este reto, pues “es una realidad que la información salva vidas”. “La red de la Iglesia –insiste– no la tiene nadie más. Con una capacidad sin comparación, una red impresionante por la que se llega al último pueblo, debe entender esta también importante urgencia informativa. Y más ahora, con el Covid, cuando necesitamos entidades con músculo y presencia”.
Así, aunque Rodríguez alaba el valor de lo digital, advierte “del riesgo de que toda información sea ya instantánea y global. Sin una capacidad a la hora de verificar las fuentes, al no haber corresponsales, te tienes que fiar de lo que dicen estas. No solo los periodistas, esto es algo básico en la formación de todos, pues calan muchas fake news. La información negativa llega mucho más que la positiva y luego muchos no conocen la realidad”.Como bien saben “quienes hoy son la cabeza de turco de muchas cosas: los migrantes y refugiados”.
Una instantaneidad a la que también se abraza muchas veces el empuje de lo emocional: “Un claro ejemplo es la foto de Aylan, el niño kurdo ahogado en una playa griega. La imagen provocó cambios, compromisos y avances, pero a corto plazo. Tenemos memoria de pez, todo pasa… Enseguida llegan otras cosas que captan la atención mediática y todo queda en el olvido. Como vemos ahora, cuando no se cubren muchas crisis o situaciones muy preocupantes. Respondemos emocionalmente, pero nos cuesta más a medio y largo plazo. Y las personas vulnerables eso es lo que necesitan… De los rohingyas no se habla nada y llevan tirados año y medio en Bangladesh. Ahora, además, lo monopoliza todo el Covid. La crisis de Haití, hace diez años, ha sido la última que se ha cubierto bien. Faltan corresponsales y hay menos músculo. También falta información de contexto y acudir a los orígenes de los fenómenos”.
Lo que lleva a la llamada final de Rodríguez: “La Iglesia tiene que aprovechar más su presencia para comunicar. Con apoyo, los testimonios de los misioneros llegarían mucho”. Porque, como repite a modo de lema vital, “la información salva vidas”.