El obispo Gustavo Carrara se presentó ante la Comisión como el obispo que acompaña la pastoral villera y de los barrios populares; como uno más de ellos que vive en el mismo lugar.
Al iniciar su exposición, expresó que la pandemia desnudó otras patologías sociales: la cultura del descarte, individualista y agresiva; la injusticia social; la desigualdad de oportunidades.
Comentó que, en los barrios, las esenciales fueron las mujeres que se pusieron “la patria al hombro”, y multiplicaron las ollas en los comedores para alimentar a sus hijos, a los del pasillo y los de la manzana.
Sumó a este escenario, la negociación de la deuda externa que genera más deudas sociales. Reafirmó -tal como había manifestado el P. José María Di Paola- que estos organismos que prestan dinero sugieren políticas de control de crecimiento de la población. Esto apunta directamente a las villas: “en vez de reducir la desigualdad se reduciría así la cantidad de pobres”.
Carrara enumeró las causas en las que se involucra el equipo de curas de villas:
“¿Qué nos anima? Nos anima la profunda convicción de la dignidad de cada ser humano más allá de cualquier circunstancia. Eso mismo lo sostenemos también del niño o la niña por nacer, su dignidad inalienable desde su concepción”, expresó el obispo villero.
Y prosiguió: “Es que cuando se niega el derecho más elemental –el derecho a vivir– todos los derechos humanos quedan colgados de un hilo”. Y aseveró que cualquier opción por la dignidad humana necesita fundamentos que no caigan bajo discusión.
Expresó que mandarán las circunstancias, como excusas para eliminar una vida que moleste. “La costumbre de establecer grados de distinto valor entre los seres humanos de acuerdo con sus características, capacidades o desarrollo, ya ha llevado a las peores aberraciones”.
El obispo porteño comentó que cuando una mujer humilde va a hacerse la primera ecografía, no dice: “vengo a ver este montón de células” sino que dice: “vengo a ver cómo está mi hijo”. Se preguntó en qué se apoyaría una ley para decir no es legítimo quitarle la vida a un ser humano cuando tiene más de 14 semanas, pero que sí cuando tiene un día menos.
Si una ley define el momento de la interrupción, se somete a circunstancias, conveniencias o modas culturales. “¿No resulta muy peligroso correr arbitrariamente el comienzo de la vida de un ser humano?”, cuestionó.
El punto central, lo que está en juego, es el valor de la vida humana, enfatizó el prelado. “Primero la vida, luego la libertad. No hay libertad sin vida. La libertad no es un bien ilimitado, tiene el límite del otro. Y la genética muestra que el embrión tiene un ADN distinto del de su madre y se mantendrá al nacer y durante toda su vida”.
Asimismo, expresó que cuando se habla de las mujeres de las villas se desconoce la cultura que ellas viven: los hijos son el mayor o el único tesoro. Por eso, se desviven trabajando para criar a sus hijos. “Si se quiere ayudar realmente, lo primero que hay que hacer en nuestros barrios es luchar contra la pobreza con firme determinación”, dijo Carrara.
El responsable de la pastoral villera aseguró que, para las mujeres de los barrios, el aborto es vivido como un drama existencial, personal y comunitario. “No es humano favorecer a un débil en contra de otro más débil aún”.
Explicó que, a las mamás que sufren situaciones dramáticas hay que ayudarlas con su embarazo, como hacen muchas vecinas o las comunidades barriales, que en los “Hogares del Abrazo Maternal”, intentan acompañar a los que están en la calle, a las chicas que están solas y embarazadas; hacen un lugar y las siguen acompañando, cuidando de las dos vidas, expresó.
Finalmente, el obispo Carrara, pidió no organizar un país en base al egoísmo disfrazado de libertad. Cree que los argentinos pueden resolver los problemas sin arrancarle la vida a un inocente antes de que pueda defenderse. “Como pueblo somos capaces de apuntar más alto y de sostener un profundo respeto por la dignidad de los más débiles”.