La doctora Angela Rinaldi es integrante del equipo del Center for Child Protection, de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y ha escrito el libro ‘Hacia una Iglesia que proteja a los más pequeños’, una herramienta que busca ayudar en el camino que la institución debe recorrer en materia de prevención y protección de menores.
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Para la especialista, si bien ya se han aplicado medidas útiles y efectivas para luchar contra la “plaga de los abusos” y prevenirlos, todavía hace falta crear una cultura que genere en la Iglesia relaciones sanas de autoridad y de poder, que protejan a los más pequeños.
Esto –dijo– requiere de un cambio cultural, pero también de tiempo, pues existen contextos institucionales que se resisten a este cambio.
Cultura del ‘safeguarding’
“Tenemos que crear una cultura del ‘safeguarding’, que se preocupe por reconocer la posición de vulnerabilidad de cada persona en el entorno de sus relaciones con los demás, y comprometernos para que cada tipo de abuso se detenga antes de que pase”.
Sin embargo, la doctora tiene claro que no se trata de mirar a la institución, sino de trabajar todos juntos, “acordándonos de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros hacia los demás. Solamente juntos podremos avanzar hacia una Iglesia y una sociedad que protejan a los más pequeños”.
En entrevista para Vida Nueva, Angela Rinaldi da detalles de su libro ‘Hacia una Iglesia que proteja a los más pequeños’, editado por PPC, en coordinación con el Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la Protección del Menor (CEPROME), con sede en México.
PREGUNTA.- ¿Qué te motivó a escribir este libro?
RESPUESTA.- Este libro está dirigido al mundo de lengua española, en él se proponen sugerencias para reflexionar sobre un asunto de suma importancia que debe ser tomado en cuenta cuando se aborda el tema de los abusos, por lo que es necesario provocar un cambio en la cultura y la mentalidad para afrontar este grave problema.
Una de las principales razones que me motivaron para abordar este tema, fue la de reflexionar sobre las condiciones que propician en las personas un estado de vulnerabilidad; no sólo los niños son propensos a ser vulnerables, sino que ninguno de nosotros está exento de caer en alguna situación de vulnerabilidad, y esto en gran parte depende de las relaciones que construimos con los demás, y que los demás construyen con nosotros mismos.
Además, aprovecho esta oportunidad para agradecer al CEPROME y a editorial PPC México porque me dieron la oportunidad de publicar este libro y de compartir el trabajo de mi reflexión sobre este importante tema también entre los hispanoparlantes.
P.- ¿Cuál es el objetivo principal de “Hacia una Iglesia que proteja a los más pequeños”?
R.- En primer lugar, es investigar sobre el tema de los abusos en la Iglesia para que todos podamos tomar conciencia de que es un hecho real en la Iglesia y que, como Pueblo de Dios, podemos hacer algo para prevenir los abusos.
Además, tenemos que decir que esto no es un problema exclusivo de la Iglesia, sino también de todas las grandes instituciones en el mundo: la familia, la escuela, los clubes deportivos. Por eso, no he tenido la intención de presentar el tema como acusación hacia alguien en particular, ni hacia la Iglesia, sino que la intención es aclarar las dinámicas, que la Iglesia como institución, se han presentado en torno a los casos de abuso. Porque el abuso no es causado sólo por una persona que ejerce violencia contra otra, sino también por la violencia que se desarrolla en términos estructurales primeramente entre dos personas y luego entre más personas (víctimas primarias y secundarias) y la institución.
P.- ¿A quién va dirigido?
R.- Espero que muchas personas puedan leer este libro porque he intentado escribir para que lo que envuelve este complejo problema sea asimilado por la mayor cantidad de personas posible.
Sin embargo, espero que las personas que se sienten parte del Pueblo de Dios y que ofrecen su servicio en la Iglesia (religiosos y laicos) puedan tomar inspiración desde este libro para trabajar para que la Iglesia y la sociedad cada día sean más seguras para todos.
P.- Desde tu punto de vista, ¿cuál es el aporte de tu obra en torno a esta realidad que se vive en la Iglesia y en muchos otros ámbitos?
R.- El aporte del libro se centra en presentar las dinámicas sociales y culturales dentro de las cuales se cometen los abusos en la Iglesia.
Primero, tenemos que estar conscientes de que el abuso sexual es también un abuso de confianza, de poder y espiritual, como por ejemplo lo afirmó el papa Francisco al dirigirse a los Obispos de Chile: “[…] reconocieron ante mí haberse sentido abrumados por el dolor de tantas víctimas de graves abusos de conciencia y de poder y, en particular, de los abusos sexuales cometidos por diversos consagrados […]”.
Por lo tanto, el tema del abuso de poder a nivel espiritual y jerárquico no está desvinculado de los abusos sexuales: es importante tener esto en cuenta para que aprendamos que las relaciones de poder que no tienen por objeto el bien de los demás, son en realidad relaciones que se enferman y que terminan perjudicando siempre a los más vulnerables.
A este punto cabe hacernos la pregunta: ¿quién es el vulnerable en dicha relación? No es necesariamente el niño, sino también el seminarista que tiene que “cumplir con los deseos” del superior, es decir, todos los que son víctimas de una relación de poder desequilibrada.
Entonces, me gustaría que, al leer este libro, las personas que trabajan en la Iglesia puedan tomar consciencia de que lo importante es cambiar la cultura en donde los más poderosos aprovechan su posición de poder para generar vulnerabilidad en los demás.
Estoy consciente que esto no se logra sólo con leer este libro, sino también es necesaria una formación humana, de la que hablo también en el libro, que permita en primer lugar, que las personas que tendrán una posición de poder, y también aquellas que participan y colaboran en la Iglesia, sean más conscientes del hecho que están trabajando para el Reino de Dios y no para “mi propio bien”.
De hecho, por medio de una buena formación humana –que permitirá lograr una madurez afectiva y la capacidad de reconocer los límites que tenemos cuando estamos en relación con los demás (boundaries)– podremos comprometernos para reconocer los abusos relacionales (de poder, de confianza, espirituales, sexuales… ) y trabajar para prevenirlos.
P.- ¿Cómo está estructurado el libro?
R.- El libro está estructurado en tres capítulos.
En el primer capítulo, se presenta una descripción de las historias más famosas en el mundo americano e hispanoparlante, por eso no trata de los casos en Irlanda, Alemania o Australia, sino se concentra en casos como los de los Estados Unidos, México, Chile y Perú.
Después exponemos la historia de la reacción de la Iglesia desde el año 2002 hasta las primeras semanas del 2020. Esto es un indicio de los avances que la Iglesia ha hecho en estos años para luchar contra los abusos sexuales en niños. Estos progresos han sido de acuerdo a las circunstancias de los tiempos hasta llegar a las grandes acciones del papa Francisco.
En el capítulo segundo, hemos definido el poder y sus diferencias respecto al concepto de autoridad. El poder es una relación que tiene como finalidad el bien de los demás y se ejerce siempre en acuerdo a la dignidad humana. Además, el poder está en función de la responsabilidad de cada persona hacia los demás. Esta posición puede ser muy peligrosa para aquellas personas que están sometidas en una relación jerárquica de autoridad porque si la relación se enferma o se vicia, termina por afectar a todas las circunstancias de la persona, y esto incluye los aspectos físico y sexual.
Además, el abuso de poder tiene dos niveles de actuación, el nivel personal (y también espiritual en el caso de los abusos en la Iglesia) y el nivel institucional. El primero implica una concepción enferma de la autoridad por parte de la persona que la ostenta. El segundo se refiere a una cultura de impunidad que lleva a algunos representantes de la institución a encubrir abusos por razón de Estado y para proteger el “buen nombre de la Iglesia”.
En el último capítulo, hablo de la formación humana como algo que tiene diversas caras, es decir que no se trata sólo de una formación intelectual o académica, sino más bien de una profunda formación integral de la persona, motivada por la fe en Dios, personalizada, apostólica, permanente, y cultural que influya en toda la persona no sólo en algunos componentes de su humanidad, y que refleje la naturaleza relacional del ser humano.
Esta formación humana nos ayuda a crear la cultura del ‘safeguarding’, porque personas positivamente formadas, en términos humanos, crecen como personas maduras capaces de construir relaciones sanas y reconocer los ‘boundaries’ que cada relación requiere.