Pierbattista Pizzaballa ha entrado hoy, 4 de diciembre, por primera vez en la basílica del Santo Sepulcro como Patriarca Latino de Jerusalén. Lo ha hecho en una ceremonia solemne precedida por una procesión por las calles de una Jerusalén inusualmente vacía por la ausencia de peregrinos a causa del Covid-19, pero en la que no ha faltado la emotividad ante un acontecimiento tan esperado. Y es que, después de varios años como administrador apostólico, el Papa Francisco encargaba la Iglesia de Jerusalén a Pizzaballa.
Pero, “¿Qué significa hoy el encuentro y el testimonio del Señor Resucitado para la Iglesia en Jerusalén? ¿Qué significa ser “iglesia” en Jerusalén?”, se ha preguntado el nuevo Patriarca en su homilía. “En el evangelio de la resurrección se habla de la noche y de las tinieblas, que sin embargo ya no dan miedo, porque están a punto de dar paso a la luz de la mañana inminente”, ha subrayado. Una Palabra que, a su vez “habla de nosotros”, pidiendo a los cristianos no “encerrarse en sus aposentos, a no comparar nuestra vocación eclesial con nuestros miedos personales o colectivos”.
Asimismo, ha subrayado que el evangelio de la Resurrección, que se ha leído durante la celebración, “invita a ver la realidad eclesial de Jerusalén, de nuestra Iglesia, a la luz del encuentro con el Señor Resucitado”, ya que “somos la Iglesia del Calvario”. Sin embargo, ha matizado que “es precisamente en el Calvario, del corazón traspasado de Cristo, donde nace la Iglesia”, ya que “Cristo en la cruz no es solo un Redentor que sufre, sino, sobre todo, es un Redentor amoroso y misericordioso”.
“Somos, por tanto, también la Iglesia del amor, que nunca duerme, que mira continuamente, que sabe perdonar y dar vida, siempre, sin condiciones”. Además, ha afirmado que la Iglesia de Jerusalén es “la Iglesia del Cenáculo, pero no del Cenáculo con puertas cerradas y hombres paralizados por el miedo”, porque este es el lugar donde “Cristo Resucitado trasciende las puertas cerradas y da el Espíritu y la Paz”.
Por este motivo, “nos pide que seamos una Iglesia que trasciende muros y puertas cerradas; que cree, proclama, edifica la paz, pero ‘no como en este mundo'”, como se dice en el evangelio de Juan, sino que la Iglesia “tendrá que construir la paz que es fruto del Espíritu, que da vida y confianza, renovada sin cesar, que no se cansa”.
Al igual que en Pentecostés, la Iglesia de Tierra Santa hoy también está “dispersa en un vasto territorio, en el que las diferentes culturas y lenguas a veces se ven tentadas a encerrarse en sí mismas”. Una situación por la cual “estamos llamados a la unidad, pero no a la uniformidad, que es muy diferente”. “Queremos ser una Iglesia unida, sin fronteras, acogedora, capaz de crecer y amar en la diversidad de quienes somos: cristianos locales de diferentes territorios, peregrinos, migrantes, trabajadores…”, porque “todos somos parte integral de nuestra Iglesia de Jerusalén multifacética”.
En este contexto, a pesar de ser una Iglesia “pequeña numéricamente”, se debe hallar en el encuentro con el otro, “diferente a uno mismo dentro de nuestra propia casa, la Iglesia”, la oportunidad de “escuchar a los demás, más allá de nuestra comunidad”. Y es que, la propia diversidad de la Iglesia de Jerusalén “nos llama a cada vez más ‘extrovertidos’, acogedores y abiertos a los demás”.
Asimismo, Pizzaballa ha apuntado que esta pequeñez en cuanto al número “nos recuerda que no existimos para nosotros mismos sino que debemos relacionarnos con todos los que nos encontramos, nos anima a ser proactivos, sobre todo con las poblaciones y religiones que se encuentran en un mismo territorio: cristianos de otras confesiones, musulmanes, judíos y drusos”.
Por otra parte, el Patriarca ha aseverado que la Iglesia de Jerusalén es “la Iglesia Madre” y, como tal, “debe ser fecunda, capaz de interceder, de poner al otro en el centro de su atención” y estar dispuesta a llevar siempre “una palabra de esperanza y consuelo incluso en los momentos más difíciles”.