Entrevistas

Alexandra von Teuffenbach: “El éxito humano no es cualidad de un santo cuando hay abusos”





Acaba de publicarse en Alemania el libro ¡El Padre puede hacerlo!, de la historiadora italiana Alexandra von Teuffenbach, en el que recoge la documentación sobre los abusos del sacerdote Josef Kentenich (1885-1968) a Georgina Wagner y a otras religiosas de las Hermanas de María de Schönstatt.



Archivos que han visto la luz gracias al acceso de la investigadora a la documentación del Vaticano sobre el pontificado de Pío XII. Teuffenbach ha sacado a la luz un completo informe del teólogo jesuita Sebastiaan Tromp tras investigar las denuncias de abusos de poder y sexuales por parte del fundador que, de hecho, fue trasladado a Estados Unidos, lejos del pequeño santuario donde se inició el Movimiento Apostólico de Schönstatt.

PREGUNTA.- ¿Cómo llegó a la documentación de los archivos vaticanos sobre la fundación del Movimiento de Schönstatt?

RESPUESTA.- Desde mi tesis doctoral en Teología, me he ocupado del padre Sebastiaan Tromp. Así que, cuando a principios de marzo miré la nueva documentación disponible con la apertura del período del pontificado de Pío XII, me encontré con la cuestión de Schönstatt. En los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, especialmente, en el de la Provincia Palotina en Limburgo (Alemania) –Kentenich fue religioso palotino hasta los 80 años–, encontré entonces mucho más material.

P.- ¿Cuál es el alcance de la visita apostólica del jesuita Sebastiaan Tromp al proyecto de Schönstatt, de la que usted es una gran conocedora?

R.- La visita apostólica que se le había confiado a Tromp tuvo lugar durante tres años (1951-1953) en los que el jesuita, que seguía enseñando en Roma, fue repetidamente a Schönstatt por breves períodos en los que desempeña un papel que podríamos comparar con el de la policía cuando hay sospecha de un delito; en este caso, se trataba de graves irregularidades denunciadas por el obispo de Tréveris.

Tromp interrogó a los “testigos” –muchas monjas y padres palotinos–, le entregaron varios escritos y, naturalmente, tuvo muchas conversaciones largas con el padre Kentenich. Ya en julio de 1951, pudo entregar a la Congregación del Santo Oficio un primer informe detallado de más de 90 páginas. Tanto los teólogos y canonistas del Santo Oficio como la Congregación de los Cardenales aprobaron las investigaciones y conclusiones. Y también lo hizo el Papa, que fue constantemente informado y aprobando plenamente cada paso.

Problema doctrinal

P.- ¿Cuántos cargos contra el padre Kentenich destaca la visita apostólica?

R.- Los cargos son muchos y variados. Los principales que se refieren a Kentenich son sobre la forma en que administraba el sacramento de la confesión y la relación que tenía con las hermanas. Así, por ejemplo, se prohibió el “examen de la infancia” y algunas expresiones específicas que discriminaban a otros religiosos y laicos, que hacían que Schönstatt pareciera el único camino a la salvación.

Esto denotaba un problema doctrinal subyacente. Pero todas estas acusaciones estarán en el centro del próximo libro que pretendo publicar, precisamente sobre la visita apostólica. En él no se verá tanto la extensión y amplitud de los abusos, pero se pondrá de relieve lo que la Iglesia había descubierto, a pesar de las reticencias de la mayoría de las hermanas, que –según el obispo de Tréveris en 1953– hicieron sufrir un verdadero martirio a las que colaboraron con el visitador.

Atrapadas por su abusador

P.- En este primer trabajo, el testimonio de una religiosa convertida en superiora provincial es ampliamente detallado. ¿Qué es lo que no hizo para detener los abusos?

R.- Es la hermana Giorgia o Giorgina Wagner. El segundo nombre es el que usaría en Bolivia, donde fundó en 1962, con la ayuda del cardenal Maurer, el Instituto Mariano, que sigue dedicado a los más pobres. Fue objeto de la atención de  Kentenich cuando llegó a Chile en 1947. Los abusos continuaron durante muchos meses. En ese momento, una mujer no tenía muchas posibilidades de escapar de su abusador. La monja finalmente confió en su confesor, quien no solo la creyó, sino que le negó la absolución si no revelaba el incidente en Roma o no le permitía denunciarlo.

Giorgia, en su desesperación, escribió una larga y desgarradora carta a la superiora general. Pero el resultado no fue el que ella esperaba. La superiora general envió la carta a Kentenich, quien ordenó a la hermana Giorgia que se retractara, incluso acusándola públicamente de estar enferma y poseída por el diablo, sin negar nunca lo que había escrito. Los religiosos de Kentenich, cercanos a él, declararon a la monja enferma mental, psicótica, promiscua y envuelta en una relación con su confesor.

Esta patologización y criminalización de la víctima era típica de la época e impedía que la víctima tomara más medidas. Que la monja haya logrado no dudar de su vocación y salir de esta situación denota su fuerza. Otras monjas, como testificó Heinrich M. Köster, un conocido mariólogo, no lo lograron y la desesperación las llevó al suicidio.

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