“¿Por dónde empezar de nuevo?”. Esta es la interpelante pregunta que ha lanzado al aire Maurizio Chiodi, profesor del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II, quien ha ofrecido su ponencia en la presentación, por parte de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), del documento ‘El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia’.
En el acto, celebrado este 10 de diciembre y que se ha retransmitido online desde el Auditorium Antonianum, difundido en español a través del portal de Vida Nueva, Chiodi ha expuesto varios puntos claves del documento en una charla titulada ‘Fidelidad y perseverancia: discernimiento y formación de las conciencias’.
Partiendo de la base de que muchas veces, personal y comunitariamente, en la Vida Consagrada “la experiencia es dolorosa, difícil y traumática”, el sacerdote italiano ha recalcado que “también puede ser un Kairós, una oportunidad y un nuevo impulso”. Algo que necesita de una “fidelidad perseverante”, pues “interpela al estilo de vida de las comunidades y a la misma vida personal”.
Para Chiodi, se palpa “una crisis de replanteamiento de elección de vida”. Algo en lo que no se puede ignorar que “la cultura es un sistema de costumbres” y en el que todas las realidades cercanas a nosotros “engendran cultura y nos introducen en ella”. Así, “cuando se habla de que la cultura occidental está en crisis”, hay que ir “más allá de esos escenarios apocalípticos que solo miran al pasado” y fijarnos “también en el presente”, que muchas veces es “un don”.
Ese es el modo de ver lo positivo en esta “época de crisis de costumbres sociales”. Es decir, en valorar que “hoy nadie puede apelar sin más a la autoridad de otros. Cada uno responde de sí mismo, no podemos justificarnos tras las costumbres”.
De este modo, en nuestro presente, “los avances de la tecnología y la secularización han cuestionado la opción de la fe, que ya no se da por sentada”. Un presente en el que “también se plasma la idolatría del ego, lo que lleva a que muchas de nuestras decisiones se vean empujadas por el sentimiento y el juicio de los otros, tratando de buscar su aceptación”.
Aquí ha sido donde ha tronado su gran pregunta: “¿Por dónde empezar de nuevo?”. Cuestión ante la que ha invitado a “concentrar la reflexión en la formación de las conciencias y en el discernimiento de los afectos”. Conceptos, ambos, entrelazados entre sí, porque “la conciencia forja el afecto y la formación anida en el discernimiento”.
Para Chiodi, en la Vida Consagrada es esencial “tener presente tanto la formación humana como la espiritual. Sin la primera, caemos en el espiritualismo, en dar por sentado que ‘el Señor lo arregla todo’, como s fuera magia. Tampoco podemos caer en el otro eje, en el voluntarismo que lleva a pensar que con la buena voluntad y el esfuerzo se logra todo. Esto lleva a una fe desencarnada, por lo que hay que aceptar que no todo depende de nosotros. De ahí la importancia de la formación de las conciencias”.
“No tenemos la conciencia –ha enfatizado–, somos conciencias”. Y es que “la conciencia es la forma moral del sujeto, el sentirse interpelado por un don que se le da y que él no ha decidido. La llamada resuena en la conciencia como una voz que la transciende. Responde de un bien que se le anticipa”.
Aquí, el sacerdote ha encarnado el ejemplo de “una madre y un padre que se inclinan sobre la criatura recién nacida y la llaman a responder. Nuestra primera palabra no es un ‘yo’, sino el nombre que nos dan nuestros padres. Es una voz que llama, que nos empuja a actuar”.
Desde esta clave, “la experiencia de la conciencia religiosa” es, ante todo, “una experiencia del vivir”. Por ello, hay que tener presente que “formar una conciencia es mucho más que enseñar, es algo que se plasma en las experiencias de la vida”. Anclada en “una cultura”, “la conciencia es relación, no individualismo. Yo no puedo ser sin ti… Es la experiencia del hermano, de la amistad”.
“Jesús –ha ahondado el docente– se presenta como el cumplimiento de la promesa a Israel y, también, como el cumplimiento de las buenas experiencias de la vida. Todos somos hermanos, hijos de un Dios que nos pide vivir como hermanos. Así, el anuncio del Reino espera nuestra decisión. La Iglesia, y con ella la Vida Consagrada, está llamada a ser un lugar de experiencia, de fraternidad, de hospitalidad recíproca, de solicitud, de cuidado, de perdón”.
De este modo, “la práctica del discernimiento” conlleva “la necesidad de superar la separación entre moral y espiritualidad”. Una idea “antigua y que hay que superar”, profundizando en cambio en “el punto de encuentro entre ambas, como se refleja en este documento”. En este “horizonte espiritual, y no espiritualista”, el discernimiento, cuya mejor tradición “nació en el sigo XIII y que culminó en santo Tomás de Aquino, se abraza a la prudencia”.
Para Chiodi, “cada discernimiento supone una estructura y, por tanto, también tiene que ver con los afectos. Empieza con la interpretación de la escucha inteligente de la experiencia de vida. Aquí se ven los riesgos, los miedos, los entusiasmos… Hay posibilidades y peligros. El discernimiento está en el origen de nuestra libertad. Los afectos nos hacen sentir. Y, desde el sentimiento, lo conocemos todo. El conocimiento empieza en los afectos. Nada es más inteligente que los afectos y nada es más afectivo que la razón. No son compartimientos estancos”.
En definitiva, “compartir con el otro mi propia historia es clave para apropiarme de mí mismo. El diálogo con el otro es necesario, pues adquiere un nombre y un rostro. Nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos”.
Por eso, “el bien universal y la norma no pueden quedarse en el abstracto. El bien que pide convertirse en carne, el que nos hace bien aún estando en una norma, contribuye al bien universal. Ese es el fin del discernimiento. Cada opción de vida es particular, también el abandonar la Vida Consagrada… Ninguna opción compromete definitivamente mi propia fe. Cada día respondemos a la llamada de Dios en nuestra propia historia. Hay que discernir cada día. Hay que elegir el bien posible, aquí y ahora, en formas concretas”.
De este modo, “peregrinos” todos, cada uno de nosotros “está en camino hacia la promesa de Dios. Y esta espera nuestra respuesta responsable para poderse realizar”.