El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha realizado hoy, 10 de diciembre, su segunda meditación de este tiempo de Adviento sobre el tema de la vida eterna. Así, tal como recoge Vatican News, el punto de partida de la reflexión ha sido la idea de “la precariedad y la transitoriedad de todas las cosas” que, además, la actual pandemia ha mostrado con fuerza.
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“La crisis planetaria que estamos viviendo puede ser la ocasión para redescubrir con alivio que hay, a pesar de todo, un punto firme, un terreno sólido, más aún, una roca, sobre la que basar nuestra existencia terrena”, ha dicho Cantalamessa. “Debemos redescubrir la fe en un más allá de la vida. Esta es una de las grandes contribuciones que las religiones pueden dar juntas al esfuerzo de crear un mundo mejor y más fraterno. Nos hace entender que todos somos compañeros de viaje, en camino hacia una patria común donde no hay distinciones de raza o nación. Tenemos en común no sólo el camino, sino también la meta”, subrayó el recién nombrado purpurado.
“Para los cristianos”, ha proseguido, “la fe en la vida eterna no se basa en argumentos filosóficos discutibles sobre la inmortalidad del alma. Se basa en un hecho preciso, la resurrección de Cristo, y en su promesa: ‘En la casa de mi Padre hay muchas moradas. […] Voy a prepararos un lugar'”.
Redescubrir la fe de los santos
Sin embargo, Cantalamessa ha advertido acerca del “eclipse de la idea de eternidad” y, en este contexto, la fe en la vida eterna constituye una de las condiciones de posibilidad de la evangelización. “Pero si Cristo no ha resucitado, —escribe el Apóstol Pablo— vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe (…) por eso añade, El anuncio de la vida eterna constituye la fuerza y el mordiente de la predicación cristiana”.
“Una fe renovada en la eternidad no nos sirve sólo para la evangelización, es decir, para que el anuncio que hay que hacer a los demás; nos sirve, antes todavía, para imprimir un nuevo impulso a nuestro camino de santificación”, ha aseverado el predicador. “Su primer fruto es hacernos libres, no apegarnos a las cosas que pasan: aumentar el propio patrimonio o el propio prestigio”.
Sin embargo, también ha advertido que “el enfriamiento de la idea de eternidad actúa sobre los creyentes, disminuyendo en ellos la capacidad de afrontar con valentía el sufrimiento y las pruebas de la vida”. Por ello, “debemos redescubrir parte de la fe de san Bernardo y de san Ignacio de Loyola. En toda situación y ante cada obstáculo, se decían a sí mismos: «Quid hoc ad aeternitatem?», ¿qué es esto frente a la eternidad?”.
Encontrar y difundir el consuelo
Y es que “cuando perdemos la medida de todo lo que es la eternidad: las cosas y los sufrimientos terrenales arrojan fácilmente nuestra alma a tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo”. Sin embargo, para el creyente “la eternidad no es sólo una promesa y una esperanza, o, como pensaba Karl Marx, un volcar en el cielo las expectativas decepcionadas de la tierra. Es también una presencia y una experiencia”.
Cantalamessa ha reflexionado también acerca de las acusaciones según las cuales la expectativa de la eternidad distrae del compromiso con la tierra y del cuidado de la creación. “Antes de que las sociedades modernas asumieran la tarea de promover la salud y la cultura, de mejorar el cultivo de la tierra y las condiciones de vida del pueblo, ¿Quién ha llevado a cabo estas tareas más y mejor que ellos —los monjes en primera línea— que vivían de fe en la vida eterna?”. Asimismo, ha recordado el ‘Cántico de las Criaturas’ de san Francisco de Asís: “El pensamiento de la vida eterna no le había inspirado despreciar este mundo y las criaturas, sino un entusiasmo y gratitud aún mayores por ellos y había hecho que el dolor actual fuera más llevadero para él”.
“Nuestra meditación hoy sobre la eternidad ciertamente no nos exime de experimentar con todos los demás habitantes de la tierra la dureza de la prueba que estamos experimentando”, ha concluido. “Sin embargo, al menos debería ayudarnos a los creyentes a no sentirnos abrumados por ella y a ser capaces de infundir valor y esperanza incluso en aquellos que no tienen el consuelo de la fe”.