El Perú es uno de los países al que la pandemia ha golpeado con más fuerza. Según los últimos reportes del Ministerio de Salud, se registran 962.930 casos confirmados de Covid-19 y un total de 35.923 muertos.
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Los sectores pobres han sido los más afectados por su mayor vulnerabilidad. Algunos ejemplos: atendiendo a los indicadores de pobreza, a inicios de año el índice era del 20,2%; se estima que, por la pandemia, alcanzará el 30% para finales de año; tres millones de peruanos siguen sin recuperar su empleo, y siguen aumentando los trabajos informales un estimado del 75,2%, es decir, casi ocho de cada diez empleos. Informalidad que no permite el acceso a la salud pública ni al costo de una alimentación suficiente y saludable. Situaciones de vulnerabilidad que suceden en un país a quien el Banco Mundial reconoció como uno de los países con mayor dinamismo económico en América Latina, con un crecimiento promedio del PIB de 3,2% entre el 2015 y el 2019.
Frente a esta situación que afecta la vida cotidiana de muchos hogares, con serias dificultades para llegar a fin de mes, desde la Iglesia han ido surgiendo diversas iniciativas solidarias. El padre José Luis Calvo, sacerdote español del Instituto de Misiones Extranjeras, realiza una de ellas a través de las ollas comunes en la Parroquia Sagrado Corazón de María de la Nueva Rinconada, una amplia zona que se ubica en la periferia del distrito de San Juan de Miraflores, jurisdicción de la diócesis de Lurín, zona sur de la ciudad de Lima.
En medio de la periferia
La Nueva Rinconada fue anteriormente un lugar dedicado a la crianza de cerdos, pero la necesidad de vivienda determinó que muchas familias migrantes ocuparan dichos terrenos por su bajo costo; en algunos casos, fue por producto de invasiones sucesivas, pese a que no era el lugar más adecuado para vivir debido a sus altos índices de humedad, sobre todo en invierno.
La zona abarca más de 150 asentamientos humanos con un aproximado de 50.000 habitantes, en su gran mayoría familias pobres que viven de trabajos informales o del día a día. Economías frágiles duramente golpeadas durante el tiempo que se impuso la cuarentena obligatoria por parte del gobierno como manera de contener el avance del coronavirus.
“La gente empezó a pedir ayuda a la parroquia porque no tenían víveres o medicinas”. Y ante este clamor, el padre José Luis convirtió la parroquia en un centro de acopio y reparto de alimentos, como una forma inmediata de responder al drama de muchas familias, de modo que, con el respaldo de los agentes pastorales, también vio conveniente concretar ollas comunes: una iniciativa propia de las familias de la zona para contener el hambre, a través del trabajo organizado, el apoyo mutuo y la puesta en común de alimentos. Ello no es algo nuevo entre los sectores populares; en el pasado se han dado este tipo de experiencias como una manera de paliar las diversas crisis económicas que hemos sufrido.
Alimento para las familias más vulnerables
“Al inicio teníamos pocos donativos, pero hacíamos todo lo posible para llegar a las ollas comunes. Luego este trabajo se hizo conocido a raíz de una entrevista, y fue así que comenzamos a recibir más ayuda de algunas organizaciones, de personas particulares y de Cáritas”, nos comenta María Guevara, coordinadora de la Pastoral Social.
También nos precisa que son los mismos pobladores quienes dirigen estas ollas: “nosotros acompañamos el trabajo que realizan y los apoyamos con alimentos”. Actualmente apoyan a 52 ollas comunes y 12 comedores populares, brindando alimento a más de 1.900 familias en situación de extrema pobreza.
Cabe precisar que en el Perú existe una distinción entre pobres y pobres extremos. Se considera pobre a la persona cuyo gasto per cápita mensual es menor a S/352 soles (menos de 100 euros); en cambio, pobre extremo está referido a aquellas personas que no le alcanzan los recursos para adquirir la cantidad mínima de alimentos para subsistir, es decir, menos de S/187 soles al mes (43 euros), situación que pone en riesgo su sobrevivencia. Y según estima la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el Perú duplicaría sus niveles de pobreza extrema, pasando de 3,7% a 7,6%, para el próximo año.
Un signo de esperanza
En estas últimas semanas los casos de Covid-19 en el Perú han ido disminuyendo, pero aún estamos lejos de tener un control de la pandemia. Por ello, el padre José Luis señala que es importante continuar siendo un signo de esperanza, “una esperanza que no es una utopía más ni una reacción desesperada frente a la crisis, sino que se funda en Cristo resucitado”. Un Cristo que hoy está en medio de los pobres que más sufren la pandemia.
Por eso es importante hacer presencia de la Iglesia que camina con ellos, evaluando juntos la manera de enfrentar estas situaciones. “Para mí esta experiencia ha sido descubrir el mundo de los pobres, mirar esa realidad que nos pide el papa Francisco. Si no podía tener misa porque estaban suprimidas por el riesgo al contagio, pues hemos encarnado la eucaristía en la realidad de los pobres a través de las ollas comunes y los locales comunales, que son ahora lugares de cercanía con la gente”.
Esta experiencia nos muestra lo importante que es fortalecer la solidaridad para salir de la crisis. No es un proyecto aislado sino dentro un gran movimiento de solidaridad a nivel local y mundial, que va sumando a diversos actores. Pero, además esta experiencia, nos muestra la necesidad de seguir organizando y formando a la ciudadanía, que no sea un proyecto inmediatista, sino que se fortalezca y sea sostenible a largo plazo.
Por eso en la Nueva Rinconada, se está encaminando a que las ollas comunes puedan convertirse en comedores populares y tengan reconocimiento legal por parte del Estado: y, de esta manera, reciban ayuda directa, no como generosidad sino como una obligación hacia estos sectores.
Finalmente, otra manera de fortalecer estos espacios, es que junto a las ollas comunes se está capacitando a las mujeres para que aprendan otros oficios como costura, cosmetología, repostería; y, mejoren así sus economías, al tiempo de que estarán preparadas para enfrentar cualquier otro efecto de la pandemia.